Blogs

Cervantes y sus biógrafos, primera parte

Facebook Twitter Whatsapp Telegram

Los aniversarios suelen estimular puestas al día, repasos, precisiones y otras actitudes. Cuando uno revisa la vida de Miguel de Cervantes a través de las diferentes biografías que se han hecho, surge con evidencia alarmante que se ha inventado mucho en base a conjeturas y especulaciones propias de cada biógrafo.

Por Marcelo Estefanell ///

Si tuviéramos la paciencia que tuvo el arqueólogo Louis Leakey, quien se pasó más de 20 años cerniendo tierra en la Garganta de Olduvai para encontrar, al fin, un fragmento fósil del parietal de un homínido al que llamó homo habilis, e hiciéramos lo mismo con todo lo que se ha escrito sobre quien tanto influyó –e influye– desde la primera edición del Quijote, quedaríamos con escasos documentos auténticos de su tiempo y ninguno de sus originales, ni tan siquiera con un fragmento. Los únicos autógrafos de Cervantes que se conservan están estampados en algunos estados de cuenta de cuando trabajó como recaudador de impuestos.

Dicho de otra manera, existen decenas de biografías sobre este hijo de Alcalá de Henares, pero si prescindimos de todo lo novelado, lo inventado, lo discutido y lo falso, nos quedamos con pocos documentos y muchísimas incertidumbres.

Por otro lado hay que hacer énfasis sobre otro hecho indiscutible: todos los retratos de Cervantes atribuidos a distintos pintores (Jaureche incluido) son inventados. Hasta el momento de este cuarto centenario de su muerte no se ha encontrado ninguna pintura, ningún dibujo, ni siquiera un boceto de nuestro objeto de estudio. Hay que reconocer, como lo hicimos el año pasado, que solo contamos con la descripción que él hace de sí mismo en el prólogo de sus Novelas ejemplares:

Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos y de nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata, que no ha veinte años que fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande, ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies. Este digo, que es el rostro del autor de La Galatea y de Don Quijote de la Mancha y del que hizo el Viaje al Parnaso… y otras obras que andan por ahí descarriadas y, quizá, sin el nombre de su dueño.

Todo lo demás es pura elaboración de quienes quisieron mantener viva la imagen del escritor más importante que ha dado España.

De todas maneras, vale la pena detenerse en el esfuerzo realizado por cada biógrafo, desde el primero, Gregorio Mayans y Siscar (1699-1781), hasta José Manuel Lucía Megías (1967), actual vicedecano de Biblioteca, Cultura y Relaciones Internacionales de la Facultad de Filología de la Universidad Complutense de Madrid.

Mayans fue un intelectual destacado de la ilustración española en el siglo XVIII, quien por encargo del Barón de Granville, lord John Carteret, realizó la primera biografía de Cervantes (1737). Lucía Megías es un estudioso cervantista moderno: con ingenio de enfoque y rigurosa revisión, ha publicado recientemente el primer tomo (de los tres que promete) sobre la vida de Cervantes, titulado La juventud de Cervantes. Una vida en construcción.

En ese paréntesis de 278 años que existe entre estos dos biógrafos iremos destacando las singularidades de quien inventó la novela moderna y, aun deseando la muerte, escribió hasta sus últimos días.

***

Viene de…
Al rescate de Cervantes

Continúa en…
Cervantes y sus biógrafos, segunda parte

Comentarios