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Aterrizar en Teherán

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Por Gabriel Díaz ///

Irán, 4.30 am. En el aeropuerto internacional de Teherán un grupo de jubilados concita la atención de varios viajeros. Las abuelas, vestidas con el chador, el gran mantón negro que cubre a las mujeres iraníes de la cabeza a los pies, no se animan a pisar la escalera mecánica. Algunas incluso llegan a llorar. Según un guardia de seguridad, son campesinos que por primera vez se enfrentaban a aquel desafío: la ascensión mecánica. Pasaron una a una, contemplando cómo aquella fría lengua metálica se deslizaba bajo sus pies; despacito, todas dieron ese primer paso con mucha precaución. Debajo, la barra de abuelos las alentaba; arriba, otro grupo las esperaba.

Allí, en el aeropuerto Imam Jomeini, los iraníes se abrazan y se despiden. Lloran en silencio y se susurran cosas al oído. Otros, los que llegan, pierden sus valijas por el camino apurando el reencuentro. Así como en Montevideo, pero en Teherán. Y poco después, ya en la ciudad, esta calidez se repite con el viajero que viene de lejos, siguiendo una tradición milenaria. El pueblo persa abre su casa al desconocido, comparte su mesa, no duda en ofrecerle una cama para descansar. Jóvenes, abuelos, adultos, jamás resultan invasivos. La cortesía tiene su ritmo e incluso nombre propio: taarof, y nos sorprende tanto en un pueblo perdido en la montaña como en las grandes ciudades.

Una de las primeras y sobresalientes características de la capital Teherán –15 millones de habitantes–, es que en ella prácticamente no hay vallas publicitarias. Su ausencia resulta extraña y puede ser una señal de cuán acostumbrados estamos en los países occidentales a los grandes anuncios comerciales. Nacemos, vivimos y morimos con esas monumentales barreras multicolores. En Irán también las hay, pero con un claro propósito propagandístico, ensalzando a figuras y a hechos concretos en lugar de productos.

Por doquier uno se topa con carteles de todos los tamaños con la imagen del actual líder supremo, Ali Jamenei, y de su predecesor y emblema de la revolución de 1979, Jomeini. Fue en ese año, 1979, que cayó el último rey de Persia y se instauró la República Islámica de Irán que hoy conocemos. Eso no es todo. Además de la omnipresencia de los líderes religiosos, el espacio público alberga cientos de miles de imágenes de los jóvenes soldados que lucharon en la guerra contra Irak (1980-1988), en Irán llamada “Sagrada Defensa” dado que la contienda se desató a partir de la invasión iraquí a territorio iraní.

Los ancianos revolucionarios procuran mantener viva su popularidad entre una población cada vez más joven: alrededor del 60 % de los iraníes tiene menos de 30 años. La muchachada nació después de la revolución y también de la guerra de Irak, dos hechos clave para entender la historia reciente del país. Conversación tras conversación, los jóvenes muestran un espíritu libertario, inquieto, cargado de humor agudo, marcando distancia con sus políticos y religiosos. Buena parte de ellos salió a las calles en 2009, en la que se conoció como la Revolución Verde. Fueron reprimidos y sus principales líderes encarcelados, acusados de sedición.

Solo las elecciones parlamentarias del próximo año nos permitirán saber qué peso tendrán las fuerzas reformistas en la nueva legislatura. Con todo, el margen de maniobra es estrecho dado que los miembros del Consejo de Guardianes y sus amplios poderes, más la figura del poderoso líder supremo, no dependen de la voluntad popular. Los cambios llegarán poco a poco, “de forma silenciosa”, de acuerdo con el punto de vista de muchos jóvenes que reclaman, entre otros derechos, la igualdad entre hombres y mujeres.

Esta crónica fue escrita íntegramente fuera de Irán debido al compromiso asumido por su autor de no realizar ninguna actividad periodística en territorio iraní.

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Corresponsal itinerante es el blog de Gabriel Díaz en EnPerspectiva.net.

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