Por Gabriel Díaz ///
Dharavi está allí, frente a nuestras narices, para que lo veamos aunque no queramos. A 15 minutos del centro turístico de la ciudad, en las entrañas de Bombay, se asienta esta barriada informal con 1 millón de personas.
Dharavi ocupa una de las tierras más cotizadas y codiciadas de la ciudad, sin que –aparentemente– algún cambio se avecine.
Mientras varios medios de comunicación, blogueros y demás se ocupan de discutir si se trata o no del asentamiento más grande de Asia, allí no cesan de entrar camiones con el 80% del plástico de esta ciudad india que supera los 21 millón de habitantes en toda su área metropolitana.
En efecto, allí se reciclan plásticos provenientes de envases de todo tipo y se convierten en grandes pliegues reutilizables. Este laberíntico slum (otrora ocupado por pescadores), también concentra a decenas de curtiembres que transforman la piel de cabras en el cuero del animal que se le antoje a la marca de moda de turno. De la cabra quedarán los cueros pulidos y de ellos saldrán carteras o chaquetas que nunca usarán en la India pero sí en Europa, explica el señor Dan, un veterano del negocio.
En el corazón de Dharavi te mueves por sectores y por rubros, como si se tratase de un gran parque industrial sumergido en la ilegalidad, mantenido a base de sobornos y una cadena de cómplices que los trabajadores “jamás nombrarán”, asegura el señor Dan.
– ¿Cuánto gana el muchacho que funde metales? – Eso es ilegal, replica Dan con tono grave aunque parezca un sarcasmo. – Bueno, todo es ilegal, tal vez eso es más riesgoso – comento.
–Sí, sí –sostiene nuestro interlocutor- este chico sabe que vivirá como máximo unos 50 años. Entramos a una habitación con suelo de barro y un fuego incandescente en el centro. El hedor que desprende ese pozo de chatarra fundida es veneno puro. El joven tiene los ojos enrojecidos y no puede hablar, con el pecho agitado, respirando como respiraría cualquiera que acercara sus pulmones a esa escoria.
Al final, el veterano revela la ganancia por aquel trabajo que supera lo insalubre: 180 rupias la jornada de 8 horas. Poco más de 2 euros. ¿Qué hacen con ese metal? Entre otras cosas las latas con las que se envasan las galletas que tanto gustan a los indios. -Pero nadie sabe que son de Dharavi – continúa nuestro guía.
De pronto, señala unos grandes hornos: sector alimenticio. Dan anda con soltura, conoce cada rincón y los trabajadores lo conocen a él. Será un pobre diablo, pero aquí es el rey. –Seguramente usted habrá comido alguna de estas galletas. Pero nadie sabe que son de Dharavi– insiste Dan, esta vez riendo.
Todo es ilegal y todo se sabe, pero no se toca. ¿Cómo sobrevive Dharavi a los embates del mercado inmobiliario? Lo hace sobre cimientos de sobornos y aportes al crecimiento de la economía. Míster Dan lo detalla sin circunloquios. Estos suelos valen tanto como los de Nueva York.
– ¿Y Dharavi cuánto aporta a Bombay? Según informó la BBC, alrededor de US$ 650 millones anuales. Dan remarca que el Gobierno ha intentado en más de una ocasión ofrecer viviendas dignas a los pobladores de este slum. –Pero la casa sin el trabajo no vale – agrega.
Un promedio de 4 o 5 personas por familia llegan a vivir en habitáculos de 10 a 20 metros cuadrados cuya única ventilación llega de los estrechos corredores, vistos y revistos en la oscarizada Slumdog Millionaire. Como la mayoría no tiene saneamiento, el señor Dan alquila su baño: “cada mañana se forma una larga cola de gente con el cepillo de dientes en la mano”.
– ¿Cuánto cobra? El jugador sigue el juego que más conoce: no responde cuando no le conviene. Dan se hace el distraído y reprime con muecas de desagrado cada intento de fotografiar alguna escena laboral escandalosa.
Entonces, vamos por la tangente. – ¿Y son muchos esos más de US$ 600 millones anuales señor Dan? –No lo sé, pero de aquí no nos ha podido mover nadie.
***
Crédito fotos: Reality Group.