Por Eduardo Rivero ///
Cuando adolescentes (¿solo cuando adolescentes?) todos los músicos hemos soñado con una novia alta, rubia, de hollywoodense belleza y que, como si ello no bastara, tocara un instrumento y cantara como los dioses.
Yo fui uno de esos adolescentes expertos, graduado en sueños imposibles y que tuvo a esa rubia por norte, en un viaje que –¡ay!– nunca llegó a destino. Nunca tuve una novia alta y rubia. Es más, ni siquiera tuve una novia que se dedicara a la música en toda mi vida. Otros sí lo han logrado. Por ejemplo, el tan talentoso como afortunado Elvis Costello, pareja de la sensacional –en todo sentido– Diana Krall.
A sus 51 años más que bien llevados, la canadiense sigue siendo el sueño de cualquier músico –y de no músicos también–: alta, rubia, de hollywoodense belleza, y una magnífica pianista y cantante de jazz, con una impresionante carrera. Es, por usar una comparación tenística, la María Sharápova de las intérpretes de jazz. Así como la rusa gana grand slams, la Krall ha ganado cinco Grammys, ha vendido 15 millones de discos y ha obtenido cinco discos de oro y tres de platino.
Graduada en la prestigiosa Berklee College of Music de Boston, se ha convertido en una de las pianistas y cantantes de jazz más exitosas de todos los tiempos, tocando junto a músicos de primer nivel como el baterista Jeff Hamilton, el contrabajista Christian McBride o el guitarrista Anthony Wilson. Y cuenta con una abundante discografía ya clásica, con títulos como All of You en homenaje a Nat King Cole, de 1991; When I Look in Your Eyes, de 1999; The Look of Love, de 2001; Quiet Nights, de 2009 y dos notables registros en vivo: Live in Paris, de 2001 y Live in Rio, de 2009.
Su piano es fluido, virtuoso, pleno de lenguaje jazzístico; su voz es una mezcla de susurro y metal capaz de seducir al primer compás. Acaba de editar un último y sorprendente disco, Wallflower, donde pega una voltereta estilística fenomenal, haciéndonos adivinar la influencia de su esposo Elvis Costello, padre de sus hijos mellizos –Dexter y Frank, de 9 años–, y del mismísimo Paul McCartney, junto a quien tocó en Kisses on the Bottom, el disco de standards que el ex beatle le regaló al mundo.
En este nuevo álbum Diana se convierte al pop y el resultado es excepcional. Es notorio que creció con Duke Ellington, Nat King Cole o Billie Holiday, pero también escuchando las baladas pop de la década de 1960 y 1970. Abre nada menos que con California dreamin’ de The Mamas and the Papas y lo que sigue tiene un interés y un encanto que no decae.
Video: Diana Krall
Cantando este repertorio Diana también abre el libro. Aquí están el clásico Superstar, de los Carpenters, dos baladas estelares de The Eagles –Desperado y I Can’t Tell You Why–, la mágica I’m Not in Love de 10 C.C., Don’t Dream is Over de la banda australiana Crowded House, el imperecedero clásico de Elton John que lleva por título Sorry Seems to Be the Hardest Word, la inmensa In my Life de The Beatles y dos versiones en dúo memorables: Alone Again (Naturally) de Gilbert O’Sullivan, melodía cumbre del pop de todos los tiempos cantada junto a su compatriota Michael Bublé y Yeh Yeh, de los años 60, rítmica y energética interpretada junto a su autor, el cantante y tecladista británico Georgie Fame.
Les recomiendo este disco si quieren pasar un rato más que especial con esta rubia especialísima, capaz de deslizarse del jazz al pop y moverse no como pez en el agua sino como una auténtica campeona olímpica de nado estilo libre.
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Urquiza esq. Abbey Road es el blog musical de Eduardo Rivero en EnPerspectiva.net. Actualiza los miércoles.
Video: Universal Music France
Video: DianaKrallVEVO
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