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Disputatio periodística
De dominicanos y judíos

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Por Darío Klein ///

Antes tanos, gallegos, judíos… Hoy peruanos, dominicanos, sirios... entre muchos otros. Uruguay fue un país de inmigrantes y existen condiciones para que tal vez vuelva a serlo. Por primera vez en más de medio siglo, este país revirtió su saldo migratorio. Es decir, después de décadas, al menos en los papeles, dejó de ser un país que expulsa gente a ser un país que la recibe.

Hasta la década del 60 aproximadamente, la uruguaya era una sociedad bastante heterogénea, repleta de nacionalidades y personas de distintos orígenes. Buena parte de los uruguayos compartimos una historia común, con padres, abuelos o bisabuelos inmigrantes, quienes hablaban distintas lenguas y llegaban con distintas costumbres. Pero, lentamente, esta sociedad se fue homogeneizando. El melting pot dejó de tener algo que mezclar y nos fuimos acostumbrando a la ausencia de otras culturas y nacionalidades circulando por nuestras calles y participando de nuestras vidas.

Décadas después, a comienzos del siglo XXI, nuestra sociedad da señales de empezar a volverse más heterogénea. Así, empezamos a recibir inmigrantes de Perú, República Dominicana, Argentina, Brasil, Canadá, de varios países europeos… y hasta refugiados de la guerra de Siria. Son inmigrantes de distinto tipo, grupo etario y social, y que llegan por distintos motivos. Según el último censo, Uruguay tiene hoy un 2 % de extranjeros (unos 70.000). De la reversión del flujo migratorio participan también los uruguayos que han dejado de irse y los que regresan.

De todos modos, en un contexto regional de inmigración masiva y de crisis en Europa, la cifra es escasa y, según el sociólogo Felipe Arocena, quien ha investigado el tema, aunque Uruguay recibe inmigrantes tiene dificultades para poderlos retener.

Esa llegada de inmigrantes, que puede ser considerada una bendición para el país y que el gobierno uruguayo propicia (porque mejora la fuerza laboral, la diversidad social e inyecta consumidores en la economía, entre otros beneficios) también implica desafíos importantes. Dos de esos retos son: que se inserten sanamente en la sociedad e impedir brotes de discriminación, nacionalismo y xenofobia tan comunes en sociedades más puramente inmigrantes y lamentablemente no tan raros en Uruguay. Y el periodismo tiene un rol importante que cumplir al respecto.

Por eso, me gustaría reflexionar un poco respecto al manejo reciente de la información sobre el secuestro de un empresario. De las crónicas publicadas a partir de que se conoció el caso se desprendieron dos datos que los que se mantuvieron informados seguramente recuerdan: que el empresario era judío y que los secuestradores eran dominicanos.

Relevancia informativa

 En periodismo no existen demasiadas verdades absolutas y casi todo es discutible. Pero eso no quiere decir que no haya principios básicos, ni que no haya que reflexionar y debatir, ni que la inercia nos lleve a cometer errores que puedan terminar afectando a toda la sociedad a la que tenemos que servir. En este caso puntual, creo yo, la gran pregunta que debemos hacernos los periodistas es si esos dos datos eran relevantes.

No tengo ninguna duda en el primer dato: es absolutamente irrelevante mencionar el origen o la religión de la víctima. ¿Qué aporta a la noticia? A no ser que haya sido secuestrado por su condición de judío, en una acto de antisemitismo o ataque religioso, no tendría ningún sentido mencionar ese elemento de la biografía del secuestrado, como tampoco sería relevante si fuera negro, armenio, irlandés o perteneciente a cualquier otra minoría nacional, étnica, racial o religiosa.

Concentrémonos entonces en los victimarios. ¿Es relevante periodísticamente incluir la nacionalidad del sospechoso? Tengo mis dudas. Al respecto, el Código de Ética de la Asociación de la Prensa Uruguaya (el único código deontológico existente en el país), basándose en varios códigos de otros países que plantean lo mismo, escribe en su artículo 35: “se evitará mencionar cuestiones de religión, etnia, nacionalidad, orientación sexual, edad, discapacidades físicas de las personas, salvo en aquellos casos en que resulte indispensable para comprender la información y dicha referencia no resulte discriminatoria. Esto no significa que se eludan estos temas como asuntos de interés periodístico. Se evitarán además generalizaciones que dañen a grupos minoritarios, demarcaciones sexistas y prejuicios de cualquier tipo”.

Lo que como periodistas deberíamos preguntarnos, entones, es si la nacionalidad de los secuestradores es necesaria para entender el hecho o la noticia. Si, por ejemplo, exisitiera algún tipo de patrón delictivo asociado a una nacionalidad determinada o una mafia vinculada a un grupo inmigrante, sí sería relevante informarlo.

¿Había alguna señal de esas en este caso? Algunos periodistas sostienen que sí: que hay información policial que indica que algunos dominicanos que han llegado a Uruguay están involucrados en trata de personas y prostitución y que, por ello, hace un año el gobierno decidió exigirle visa a los visitantes de ese país.

La regla de la relevancia implica, como mínimo, que los periodistas nos detengamos un instante a reflexionar y, ni que hablar, a investigar el tema. A pensar si es de interés público manejar el dato del grupo étnico, color de piel, país de origen o religión de una víctima o un victimario. A preguntarnos si el dato es estrictamente necesario para la comprensión global de la noticia.

El Manual de estilo sobre minorías étnicas del Colegio de Periodistas de Cataluña plantea, y comparto: “una persona se adecua a los arquetipos surgidos del consenso social a través de imágenes favorables que se deben conservar y potenciar, e imágenes desfavorables contra las cuales es necesario luchar. Los medios de comunicación trabajan sobre este compendio de imágenes y arquetipos, comunes para la mayoría de la población, buscando facilitar la comprensión del mensaje informativo. Parece necesario pues que todos, emisores y receptores, tengamos una visión suficientemente ajustada de la realidad que nos envuelve y que la definamos del mismo modo”.

Agrega: “la realidad periodística nos demuestra que el grupo étnico, el color de la piel, el país de origen, la religión o la cultura, no son datos susceptibles de ser noticia cuando se refieren al arquetipo dominante. Por otro lado, existe la tendencia —en general inconsciente— de destacar estos aspectos cuando la noticia trata, directa o indirectamente, de miembros de minorías étnicas, a pesar de que para la comprensión global de la noticia no sean estrictamente necesarios”. Debemos luchar contra esa tendencia, contra esa tentación casi inconsciente. Deberíamos evitar generalizaciones y estigmatizar a un grupo determinado. En caso de información sobre delitos, más aun.

Lo dicho al principio. La nuestra podría estar dejando de ser la sociedad homogénea y casi exclusivamente uruguaya que solía ser. En una sociedad de inmigrantes, lo bueno y lo malo se reparte entre nacionales y extranjeros, entre las culturas dominantes y las diferentes. En el Uruguay de fines del siglo XX -el Uruguay de los emigrantes-, este dilema no se presentaba. Pero todo indica que, de crecer la tendencia actual y empezar a recibir más inmigración, estas preguntas y reflexiones podrían empezar a ser más recurrentes y, sobre todo, más necesarias.

Lo importante es hacernos las preguntas.

Es ahora mismo cuando debemos detenernos a pensar sobre este asunto. Antes de que hayamos sucumbido a la tentación errónea y peligrosa de estigmatizar al extranjero ante cada error que cometa. Antes de que la discriminación gane adeptos bajo argumentos como “son todos chorros”, “son todos secuestradores”, “son todos terroristas”. Antes de que crezcan los nacionalismos, racismos y xenofobias, como ocurre en Europa, por ejemplo. Antes de que sea demasiado tarde.

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