Por Fernando Butazzoni ///
La semana pasada, unas declaraciones formuladas por el senador Jorge Larrañaga provocaron un pequeño terremoto en la interna del Partido Nacional. Entre otras muchas cosas, dijo: "Hay que hacer un trabajo que no es de corto plazo. Tengo la absoluta convicción de que el Frente Amplio está pronto para perder en la próxima instancia electoral. ¿Eso significa que la oposición está pronta para ganar y para gobernar? Creo que no. Me parece que ese es el gran desafío".
El otro líder blanco, el también senador Luis Lacalle Pou, salió de inmediato al cruce de su compañero de partido, y tras él varias figuras políticas de esa colectividad hicieron lo propio. La ocasión fue propiciada por un homenaje al caudillo Aparicio Saravia, realizado en Santa Clara de Olimar. En lo sustancial, le respondieron que el partido Nacional está más que pronto para ser gobierno. Como que solo les falta elegir el traje y la corbata.
Pero analizar lo dicho por Larrañaga implica en primer lugar pensar con buena fe y contextualizar adecuadamente la declaración. Porque de otra manera esos dichos acaban siendo tergiversados, muchas veces de forma involuntaria. Los titulares de la prensa, una maniobra política de escaso calado, el temperamento algo exacerbado de algún correligionario, en fin, son diversos los factores que contribuyen a la descontextualización y, por ende, a la tergiversación.
Los primero que llama la atención de este rifirrafe es la ausencia del Partido Colorado. El senador Larrañaga dijo textualmente que era “la oposición” la que no estaba preparada para gobernar, pero hasta el momento de escribir estas líneas (viernes 26 de agosto) los colorados no se dieron por aludidos. Lo otro, lo más significativo, ha sido la lectura exclusivamente electoral que se ha hecho de esas reflexiones del líder de “Alianza Nacional”, justamente contrariando el espíritu y la letra de lo declarado.
Larrañaga es un político avezado, un hombre de larga trayectoria en su partido, con importantes antecedentes como gobernante y también como opositor. En ese sentido, es natural suponer que sus declaraciones no fueron al tuntún, sino que tuvieron un fin concreto: generar la reflexión y el debate interno en torno a un tema que para muchos blancos y para algunos colorados es tabú: el de una alianza que vaya más allá del cooperativismo electoral y se proyecte como una nueva fuerza política, capaz incluso de darle mayorías parlamentarias en el futuro.
Varios dirigentes, tanto blancos como colorados, consideran que en el sistema político uruguayo actual impera un bipartidismo de hecho, que condena a los partidos tradicionales a ser siempre una minoría. Algunos le han puesto todas sus fichas a Edgardo Novick, quien en sentido estricto no tiene partido propio pero ya tiene bancada parlamentaria.
Otros consideran que deben explorarse nuevas alternativas, y en voz baja reconocen que la jugada de colocar a Novick en la vidriera fue un inmenso error que puede costarles muy caro, porque no aparece aquel que pueda ponerle el cascabel al gato. Novick no vencerá en 2019, pero será una aspiradora de votos blancos, colorados e indecisos.
Las declaraciones de Larrañaga apuntaron alto: forjar una confluencia de intereses políticos, programáticos e ideológicos en la oposición, para darle seriedad a una propuesta común y, en caso de ganar en las próximas elecciones, asegurarle márgenes razonables de gobernabilidad al nuevo mandatario. Para usar una vieja frase de la retórica marxista (que en realidad pertenece a Hölderlin), el senador Larrañaga piensa en una estrategia para “tomar el cielo por asalto”. Algunos de sus correligionarios, a juzgar por lo que le han respondido, apenas si están pensando en una táctica para subir por el ascensor hasta el piso 11 de la Torre Ejecutiva.
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