Por Fernando Butazzoni ///
La victoria de Mauricio Macri en las elecciones argentina expresa el desplome final de una forma de hacer política que tuvo en su momento algunas características novedosas, pero que encarnó desde el principio uno de los defectos insanables del viejo peronismo: la codicia por quedarse con las banderas de la izquierda, hacerlas suyas, modernizarlas un poquito y así usufructuar del poder sin prurito ni contención.
Curiosa mezcla de voluntarismo caudillista y pragmatismo corrupto, el kirchnerismo logró la proeza retórica de ser confundido con una doctrina, con una ideología, con un sistema social. En realidad, lo mismo ha ocurrido con el chavismo en Venezuela y con el sandinismo en Nicaragua. Tres experiencias que se apropiaron de las viejas banderas de la revolución sesentista y las desplegaron a su antojo, sin que casi nadie se atreviera a cuestionarlas. Así las cosas, en Argentina la reina del bótox quiso ir por todo y se quedó sin nada.
Aunque los tres procesos arriba mencionados han sido rotundos fracasos económicos, sociales y políticos, el caso argentino presenta algunos elementos por demás novedosos. El candidato oficialista Daniel Scioli, un hombre sin carisma que suena tan falso cuando habla como cuando calla, resultó ser el heredero involuntario del kirchnerismo de Cristina Fernández, al que graciosamente se le llama “cristinismo”, que a su vez es una versión ya devaluada del primer kirchnerismo, el de su marido muerto, o sea Él.
Para rematar el asunto, el paraguas político de Scioli se desarmó con la ventolera del primer momento, aquella nacida de los aspirantes ofendidos, los peronistas de la vieja guardia que se mostraban disconformes, más una glotonería por los cargos públicos que se expresaba con inusitado desparpajo en la agrupación de Máximo Kirchner: la Cámpora. Era el cóctel perfecto para un descalabro electoral. Y así ocurrió.
Todo lo anterior contribuyó a darle mayor potencia a la idea del no va más, que se instaló con fuerza en la sociedad argentina, al igual que ocurrió con la sociedad venezolana. Un hartazgo que expresó la disconformidad republicana ante el abuso, la impunidad, el nepotismo, el aire monárquico de ciertas figuras y el desprecio por la ley de los entornos presidenciales.
En Argentina, la corte de los milagros de la reina Cristina tuvo de todo, tal cual corresponde: desde avivados de ocasión como Ricardo Jaime hasta bocas sucias profesionales como el jefe de gabinete Aníbal Fernández, pasando por el inefable Amado Boudou, vicepresidente de la Nación y sospechado de delitos varios, quien en esa corte pasó de ser el paje preferido de su majestad a leproso oficial, para ejemplo y escarmiento. En fin, multitudes de piantavotos haciendo fila para salir en la foto.
La tiene difícil Mauricio Macri. Dicen que los problemas económicos son todavía más severos de lo que aparentan. Dicen que sigue habiendo unos diez millones de pobres, o sea un 25 % de la población. Dicen que le van a hacer la vida imposible, para demostrar una vez más que los únicos capaces de gobernar la Argentina son los peronistas.
También dicen que Macri es un neoliberal retrógrado, que tiene una tijera afiladísima y que es de derecha, pero bien de derecha. Scioli asegura que es un mentiroso. En la Cámpora proclaman que es un facho. Lo cierto es que las urnas hablaron. Y lo que dijeron fue: se acabó el reinado. Cristina abdica el 10 del mes que viene. Habrá república.
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