Por Fernando Butazzoni ///
Estas son apenas algunas visiones de un viajero fugaz.
La Habana es un hervidero. El aire está cargado de expectativas. Miles de personas van y vienen de manera incesante en unas pocas cuadras de la popular zona conocida como La Rampa, casi junto al Malecón. Todos parecen apurados, todos por concretar algo, aunque nadie sabe muy bien qué. La ciudad ha cambiado su talante a ojos vistas, y ahora enseña un aire más resoluto que en el pasado reciente, pero también más cargado de incertidumbres. La reciente reapertura de relaciones diplomáticas con EEUU todavía es una novedad poco creíble para muchos habaneros. Y el anuncio de la próxima visita del presidente Obama cae como una bomba de confeti en medio de un desfile.
Pese a las prohibiciones vigentes en EEUU, los turistas han comenzado a llegar en oleadas desde el norte, al punto de saturar la capacidad hotelera de la capital. Pero como los cubanos de a pie son maestros en el arte de inventar, ya hay albergues, hospedajes, casas de familia, habitaciones, cuartos, en fin, casi cualquier cosa que tenga techo y baño, que se ofrece como alojamiento a precios que están en función de la demanda y que ayudan a solucionar el problema, o cuando menos a disimularlo.
La ebullición pasa también por las ofertas callejeras, voceadas a los cuatro vientos en distintos puntos de la ciudad: desde tarjetas para conectarse a Internet mediante una clave, hasta artesanías, habanos, libros, servicios de guía en diferentes idiomas, excursiones a provincias, paquetes de TV por cable, teléfonos inteligentes y, por supuesto, las infaltables camisetas con la imagen del Che, que ya lucen un poco retro en este nuevo paisaje.
En medio de esos tumultos, varios millones de habaneros van hacia sus trabajos como todos los días, en un tránsito caótico provocado por el tropicalismo de sus conductores y por un parque automotor que crece de manera vertiginosa y que está compuesto por modernas camionetas japonesas, lujosos coches deportivos y utilitarios comunes y corrientes, que se codean con los ya célebres “almendrones” de los años 50, los pintorescos “coco-taxis”, las guaguas articuladas que cargan más de cien pasajeros, los gigantescos camiones MAC que reparten insumos, las bicicletas, las motocicletas y los triciclos de modelo vietnamita.
Una pequeña y floreciente industria subsidiaria del turismo consiste en brindar a los turistas nostálgicos unas vueltas por La Habana elegante a bordo de uno de esos colachatas descapotables igualitos a los de las viejas películas de Hollywood. El paseo para una pareja cuesta unos US$ 25 y dura una hora. El chofer luce una impecable guayabera blanca, como corresponde. Es un viaje en el tiempo. Suena Vereda tropical en la radio del auto. Aparece la imponente fachada del Hotel Nacional, el mismo en el que Meyer Lansky se repartió Cuba con otros mafiosos en diciembre de 1946. Los turistas deliran con esas historias.
Lo cierto es que todo el mundo espera novedades respecto a la relación con EEUU. Muchos ven ahí la posibilidad soñada de irse de Cuba de una buena vez, y otros de una simple mejoría en la vida cotidiana, que por cierto es muy trabajosa. Ya no son los tiempos del período especial, pero aún hay que trajinar para conseguir transporte, comida, calzado, diversión, entretenimiento. Y todo entreverado por la doble moneda: los pesos convertibles, también llamados CUC (que están prácticamente a la par del dólar), y los pesos cubanos con los que vive la mayoría de la población (hay que juntar 24 pesos comunes para comprar un peso convertible). Hay un vasto sector de la sociedad que no accede a los pesos convertibles, y que por lo tanto no accede a muchos bienes de consumo que solo pueden comprarse en esa moneda: desde ropa hasta golosinas y aparatos electrónicos.
Cae la noche en La Rampa pero el bullicio no cede. Hay problemas pero la parranda sigue. Así parece que las angustias se amortiguan. Sonrisas por aquí, mulatas por allá, alguna cerveza. La ciudad se enciende. En La Zorra y El Cuervo, la mítica cueva de la mejor música cubana de todos los tiempos, se anuncia que “un trío de afro jazz tocará a las 10 PM”. El cartel no dice qué trío ni qué músicos. ¿Para qué? Si tocan en La Zorra y el Cuervo está todo dicho.
Enfrente, en el Pabellón Cuba, hay una exposición de libros para jóvenes y niños. Una pequeña muchedumbre sube y baja por la escalera de acceso. Una cuadra más arriba, en Coppelia, las parejas hacen cola para comerse un helado. No hace calor, pero es la víspera de San Valentín y la tradición indica que hay que comerse un helado para amarse más y mejor. Se ven corazones rosados colgados en los balcones. Todo muy naíf. La gente está más vocinglera que nunca. Hay una excitación evidente en esta parte de la ciudad.
Más abajo, al final de La Rampa, el mar Caribe refulge en la noche, como hace siglos, lleno de promesas y de preguntas y de olas que revientan contra el malecón más famoso del mundo.
Todo está por suceder.
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El diario del lunes es el blog de Fernando Butazzoni en EnPerspectiva.net. Con esta columna se reencuentra con los lectores luego de unas vacaciones y retoma su actualización semanal, todos los lunes.