Por Fernando Butazzoni ///
Hay frivolidades que espantan, en especial cuando están vinculadas con el poder político. A fin de cuentas, las personas políticamente poderosas (más allá de que ostenten algún cargo) deberían saber que no pueden ser frívolas o superficiales ni con sus dichos ni con sus actitudes, pues justamente ese poder le otorga a sus palabras y a su gestualidad una trascendencia excepcional que repica en amplios sectores de la sociedad.
Una recorrida a toda velocidad por los escenarios actuales de la política, por ejemplo, nos permitirá ver aquí y allá, sin pudor, decenas de casos referidos a ese punto. En EEUU Donald Trump acabará por alzarse con la nominación republicana, y lo hará a golpes de frivolidad, con esa ligereza que le permite insultar a diestra y siniestra sin que se le mueva el peluquín. Y la liviandad tilinga de Trump se contagia. Hace ya casi un año, cuando todos se mofaban de él, advertí en esta misma columna que el magnate inmobiliario podía triunfar y convertirse en presidente de los EEUU. No está demasiado lejos de lograrlo.
Ni siquiera debemos salir del barrio para observar la insufrible frivolidad política que nos aqueja. En Argentina, país que tiene en el horizonte inmediato una avalancha de pagos por decenas de miles de millones de dólares de deuda, no son pocos los analistas, los políticos y los periodistas que han dedicado la última semana a analizar, gesto a gesto y silencio a silencio, la reciente visita del presidente Macri al papa Francisco, cuyo resultado es, además, intrascendente en la fajina cotidiana de la Casa Rosada.
Y en Brasil, donde buena parte de la clase dirigente está salpicada por los escándalos de corrupción del “petrolão”, Lula incluido y arrestado, el debate del momento está centrado en la buena marcha de las obras que aún faltan para los juegos olímpicos de agosto: parece que hay una línea de metro que no está del todo lista, para horror de los organizadores y severidad de Dilma, quien aunque se le incendie el rancho sabe cómo poner cara de ejecutiva enojada para consumo de la televisión.
No nos quedamos atrás en Uruguay. La polémica en torno a la licenciatura de Raúl Fernando Sendic, los argumentos manejados por algunos dirigentes frenteamplistas al respecto y las declaraciones del propio interesado, han sido en estos días una prueba de suprema frivolidad política, o lo que es lo mismo de menoscabo de la ciudadanía. Y tengo la impresión de que lo peor aún no ha ocurrido. Algo parecido pasa con las declaraciones de un señor ministro respecto al derecho de la población a utilizar armas, empleando para ello argumentos que, en el mejor de los casos, son un compendio de ocurrencias posmodernas, es decir anticientíficas, es decir premodernas.
La oposición, mientras tanto, está de lo más ocupada en ver cómo hace para manejar en sordina al monstruo concertante que un selecto grupo de Frankensteins criollos creó alegremente poco tiempo atrás. Parece que ese ser de las tinieblas, hecho de recortes infames y con ínfulas de liderazgo, está cada día más fuera de control. La frivolidad en este caso puede resultar casi graciosa, pero el panorama es bastante sombrío, sobre todo si pensamos en el año 2019.
Estos asuntos, tomados al pasar, no hacen sino mostrarnos un descaecimiento en las formas de relacionamiento entre los principales actores de la política y las personas comunes y corrientes, los ciudadanos de a pie. Son pocos los que se salvan. Y los que se salvan en general optan por permanecer en un cono de sombra, porque no emplean su tiempo en tuitear tonterías, no tienen Facebook, no aparecen en la televisión todas las noches y no confunden la ética con la estética, que es como confundir los principios con las corbatas.
Lo que está claro es que en Uruguay no se trata de agrupamientos políticos específicos. La frivolidad campea en todas las tiendas, en una atroz competencia de imbecilidad colectiva. Bien harían unos y otros en reflexionar sobre ese punto y tomar las medidas correctivas apropiadas, antes de que el descrédito termine de caer sobre todos ellos en la forma más dramática imaginable: con un voto también frívolo, propinado por el electorado dentro de cuatro años para aupar a cualquier empresario audaz que tenga el dinero suficiente como para quedarse con el premio mayor de la lotería democrática.
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El diario del lunes es el blog de Fernando Butazzoni en EnPerspectiva.net. Como no podía ser de otra manera, actualiza todos los lunes.