El País Digital, publica "Aparecen más médicos que se niegan a practicar abortos", firmado por Carlos Tapia que informa sobre esta situación en los hospitales públicos y privados del interior del país. Mi intención aquí no es hablar sobre el aborto, sobre la objeción de conciencia, sobre el desamparo al que se ven sometidas las mujeres que tienen intención de abortar en el interior del país o sobre la "reserva moral" de los médicos del interior, tampoco de su "moralina pacata". Mi intención es tomar esta situación como excusa para pensar un poco sobre ciertas cuestiones que parecen asentarse en el fondo de estos asuntos. Entiendo que ese sigue siendo, igual que hace dos mil quinientos años, el trabajo de los filósofos hoy en día. En este caso quisiera hablar sobre cómo la manera en la que hablamos de las cosas configura el mundo del que hablamos.
El País Digital habla sobre los médicos que se niegan a hacer abortos. La ONG Mujer y Salud en Uruguay (citada en el propio artículo) habla de los objetores de conciencia. ¿Qué diferencia existe entre hablar de la "objeción de conciencia" y hablar de la "negación a realizar un aborto"? ¿De qué hablamos en cada uno de estos casos? Parece ser que estamos hablando de la misma cosa. En realidad no. Cuando hablamos de "objetores de conciencia" lo que colocamos en primer plano es la conciencia del médico y lo que queda en segundo plano es aquello a lo que objeta su conciencia, en este caso la realización del aborto. En cambio cuando hablamos de la "negación a realizar un aborto" lo que colocamos en primer plano es el aborto no realizado, quedando en segundo plano la conciencia del médico. En ambos casos la realidad a la que nos referimos es la misma, pero el foco se coloca en lugares distintos y todos sabemos la diferencia que existe a nivel perceptivo cuando algo queda fuera de foco.
Pero vayamos un poco más a fondo, ¿cuál es la diferencia entre el verbo "negar" y el verbo "objetar"? Con el verbo negar, en una frase tal como "yo me niego a estudiar", hablamos de un individuo que se opone a participar en una determinada actividad. De esta manera, el individuo que se niega es quien se ve afectado, en mayor medida, por su negativa a participar de la actividad. Quiero decir que, lo que pensamos cuando alguien "se niega a estudiar" es que quien se perjudica es quien se niega, no la actividad "negada", el "estudio" no se ve afectado por cada estudiante que se niegue a estudiar. El caso de objetar es distinto. Cuando alguien objeta algo está colocando un obstáculo a la realización de la voluntad de otra persona. Es por ello que muchas veces objetar viene acompañado de interponer, "interpuso una objeción legal", entre la voluntad de uno y de otro se interpone, se coloca una objeción. Por lo tanto podemos decir que, quien se ve perjudicado como producto de una negación es distinto a quien se ve perjudicado como producto de una objeción.
Las hipótesis que proponen que la manera que tenemos de hablar configura de modo unidireccional la manera en la que vemos el mundo suelen ser catalogadas como "determinismo lingüístico". Fueron muy populares hace unos cuantos años y después de un fugaz pero fervoroso auge cayeron en un profundo descrédito. En lo personal no creo que la manera que tenemos de hablar configure de modo concluyente el mundo que vemos, pero sí creo que pone por delante un esquema del mismo. Me gusta pensar que cuando hablamos lo que hacemos es ofrecer al otro cuadros de nuestra visión del mundo. El otro mira mi cuadro, lo comenta y a cambio me ofrece el suyo. La idea más interesante que se desprende de esto es que, si todo lo que hay en el mundo para poder llegar a existir depende, de una manera u otra, de una perspectiva humana; entonces nuestro mundo es eso, una multiplicidad de cuadros compartidos sobre nuestras distintas perspectivas de ese espectáculo multimedia que llamamos realidad.