Por Rafael Porzecanski ///
Según reportes que parecen concluyentes, el pasado martes 8 se produjo en Uruguay un “etnicidio”, un asesinato por motivos de odio étnico-religioso. En el departamento de Paysandú, un hombre de 36 años (Carlos Omar Peralta) acuchilló a otro de 55 (David Fremd), siendo la condición judía de la víctima una motivación central del ataque. El victimario, a raíz de este suceso, fue triplemente procesado por homicidio especialmente agravado, delito de actos de odio contra personas por razones de religión y lesiones.
Son horas de dolor, ante todo para una familia que pierde un integrante por consecuencia de un crimen despreciable. También ha sido evidente el impacto en una comunidad judía uruguaya con más de un siglo de vida y cuya integración al país ha sido predominantemente exitosa tanto desde el punto de vista socioeconómico como cultural. Y, como era esperable, este hecho también ha repercutido en muchos uruguayos independientemente de su afiliación étnica o religiosa, en la medida que sacude a una sociedad poco acostumbrada a crímenes violentos por razones de raza, etnia o religión.
Tras haber seguido de cerca el análisis de este episodio por parte de diversos actores, considero necesario realizar dos reflexiones en cuanto a la dimensión y el significado del mismo.
En primer lugar, la evidencia psicosocial disponible sobre el asesino apunta claramente a graves trastornos de personalidad y una multiplicidad de dificultades de inserción social. Sin embargo, debería reconocerse que detrás de este particular perfil también existe una atmósfera social en la cual el homicida desarrolló su antisemitismo. Concretamente, deberíamos tener presente que la información estadística disponible arroja que los judíos son la minoría étnica que mayor antipatía despierta en nuestra población.
Además, si bien es cierto que el porcentaje de personas con un marcado perfil antijudío es una clara minoría, hay otro sector importante que tolera mansamente muestras de antisemitismo virulentas. Sin ir más lejos, el homicida en cuestión era conocido por manifestar abiertamente su odio visceral por los judíos en diferentes ámbitos. Asimismo, en la actualidad, junto al antijudaísmo “clásico” nacido hace ya varios siglos en Europa, convive un antisionismo (entendido como crítica al derecho de existencia del Estado de Israel) por momentos virulento. Si bien el antisionismo no implica necesariamente antisemitismo, en algunos casos se produce un mimetismo que borra las fronteras entre ambos fenómenos.
En pocas palabras, si el asesinato de David Fremd apunta por un lado a ser la obra de un “lobo solitario” con gravísimos trastornos psiquiátricos, la motivación del victimario se inscribe en un contexto social donde aún laten dosis no despreciables de antisemitismo (combinado en muchas instancias con un antisionismo de extrema agresividad) y donde existen inaceptables niveles de tolerancia hacia conductas xenófobas.
La segunda precisión importante es que hechos con apariencias idénticas pueden tener significados muy diferentes. Un hombre palestino acuchillando a un judío israelí en un barrio de Haifa o Tel Aviv es una expresión de un conflicto colectivo étnico-religioso, arrastrado por décadas y con derivaciones internacionales, un conflicto mal nacido y hasta ahora peor resuelto. Para una adecuada interpretación y comprensión de esos tristes episodios que suceden con frecuencia en Israel, la referencia a los componentes sociales del conflicto judeo-palestino es mucho más decisiva que el estudio exhaustivo de la personalidad de los atacantes.
Entretanto, en el caso que nos convoca, nos enfrentamos a un victimario desequilibrado, recientemente convertido al Islam pero en un contexto donde no existen movimientos fundamentalistas islámicos y donde los riesgos de un atentado terrorista en el marco de la comunidad judía local se asocian fundamentalmente a la intervención de grupos extranjeros.
Mucho más que a un palestino con cuchillo en mano, el asesino de Paysandú se asemeja en su perfil a Héctor Paladino, un solitario neonazi uruguayo que hace casi 30 años asesinó salvajemente en Montevideo a dos compatriotas, y a uno de ellos por el simple hecho de ser judío.
La diferencia entre Paladino y Peralta, es cierto, es que mientras el primero manifestó su antijudaísmo principalmente mediante los recursos y simbología del nazismo, Peralta se nutrió de un radicalismo islámico importado gracias a las diversas tecnologías de la comunicación disponibles. Sin embargo, afirmar (como han hecho algunos) que han arribado a Uruguay los ataques terroristas e inscribir este asesinato en el marco del conflicto de Medio Oriente, parece por ahora demasiado aventurado.
A menos que evidencia suplementaria diga lo contrario (recordemos que asistimos a una investigación reciente y en curso), el aberrante homicidio de David Fremd se perfila como una compleja intersección entre una historia personal conflictiva y desequilibrada, un fundamentalismo islámico importado de otros contextos en forma solitaria, una sociedad que no previene ni penaliza suficientemente las muestras abiertas de xenofobia y un antisemitismo que aún late con fuerza en minoritarias (pero no despreciables) capas de la población uruguaya.
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Sobre el autor
Rafael Porzecanski es sociólogo, magíster por la Universidad de California, Los Angeles, consultor independiente en investigación social y de mercado, jugador profesional de póker y colaborador de EnPerspectiva.net.