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Hipócritas

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Por Fernando Butazzoni ///

En Montevideo no discriminamos a la gente por cuestiones geográficas, pero a los que viven en la periferia pobre les decimos planchas, a los de la periferia rica chetos, a los que son de Pocitos los llamamos cajetillas, a los del interior canarios, a los árabes turcos, a los bolivianos bolitas, a los paraguayos paraguas y a los brasileños brasucas.

Tampoco discriminamos por razones religiosas, válganos Dios, pero a los católicos practicantes les decimos chupacirios, a los mormones que predican casa a casa los llamamos huevos, a los umbandistas macumberos, a los judíos rusos y a los musulmanes desde hace un tiempo los tildamos de terroristas.

No discriminamos por motivos raciales, pero a los de piel muy oscura les decimos negros, si la tienen un poco menos oscura los llamamos parditos, si es más bien cobriza les decimos indios y si es amarilla ponjas. El alma de los malos es negra, claro, y la pureza es blanca.

No tenemos discriminación sexual de ningún tipo, pero en Montevideo a la mujer en general se le dice mina, a los homosexuales se los llama trolos, a las homosexuales tortas y a las prostitutas changos. Si una mujer es promiscua se dice que es un putón, y si el promiscuo es un hombre nadie dice nada.

Todas estas formas de decir, y muchas otras que son conocidas y empleadas por buena parte de la población, no son inocentes: además de forma son también contenido. Expresan con palabras ideas que se manifiestan en hechos.

Nuestra cultura, nuestros miedos y nuestras peores fantasías se realizan allí, donde el lenguaje común nos permite agraviar, ofender y lastimar al otro, al que es distinto a nosotros. Eso es discriminación. Y como además de discriminadores somos hipócritas, casi siempre negamos que esas cosas ocurran. Pero pasan, son dolorosas y muchos de nosotros, demasiados quizá, nos hacemos los distraídos.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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