Por Ricardo Soca ///
Instante en el que, por hallarse el Sol sobre el ecuador, los días son iguales a las noches en toda la Tierra, lo que ocurre anualmente alrededor del 21 de marzo y del 22 de setiembre.
Desde la más remota Antigüedad, el hombre percibió que la duración de los días y de las noches variaba en forma regular a lo largo del año, así como la temperatura ambiente, y que estas variaciones coincidían con el lugar de la salida del sol, que se alejaba del punto cardinal este hacia el norte y el sur, alternativamente. Este conocimiento solo empírico del ciclo de las estaciones era de la mayor importancia para la agricultura, que siempre fue la actividad fundamental del hombre.
En sociedades más avanzadas, como Babilonia o el Egipto de los faraones, el cómputo del tiempo y la observación del ciclo de los astros dieron lugar a la formación de los primeros calendarios, como el babilónico, basado en la Luna, y el de los egipcios, que fue el primer calendario solar.
Sin tener la menor idea del sistema solar como conjunto de planetas que giran alrededor del Sol, estos pueblos verificaron que el comienzo de la primavera y del otoño ocurría cuando el astro se encontraba sobre la línea del ecuador, en el centro de su trayectoria anual hacia el norte y el sur, y los latinos llamaron aequinoctium a los días en que eso ocurría.
Equinoccio se formó a partir de dos palabras latinas: a) el adjetivo aequus ‘igual’ —el mismo que encontramos en equilátero ‘de lados iguales’ y en equidistante ‘situado a igual distancia’— y b) nox, noctis ‘noche’, o sea, ‘el día en que la noche es de igual duración que el día’.
La voz latina se originó en el griego nux, nuktos ‘noche’, ‘tinieblas’, que proviene de la raíz indoeuropea nek-t-.
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Lengua curiosa, el blog de Ricardo Soca en EnPerspectiva.net, actualiza los martes con los secretos que albergan las palabras en su significado. El primer martes de cada mes incluye también una de sus Grageas de lenguaje.