Por Ricardo Soca ///
Arbusto originario del Extremo Oriente, de la familia de las teáceas, que crece hasta cuatro metros de altura, con hojas perennes, alternas, elípticas, puntiagudas, dentadas y coriáceas de seis a ocho centímetros de largo y tres de ancho. Tiene flores blancas, axilares y con pedúnculo, y fruto capsular, globoso, con tres semillas negruzcas. También se llama té la hoja de este arbusto seca, arrollada y tostada ligeramente, y la infusión hecha con esas hojas. Asimismo se denomina té a la reunión de personas que se celebra por la tarde y durante la cual se sirve un refrigerio del que forma parte el té.
El aromático sabor de este arbusto llegó a nosotros precedido por una historia milenaria, que los investigadores sitúan en China alrededor de 2700 a. de C., debido a la necesidad de hervir, por razones de higiene, el agua que se bebía. Probablemente, alguien descubrió que si se agregaban algunas hojas del arbusto Camelia sinensis antes de llevar el agua al fuego, la bebida adquiría un aroma más agradable.
El gusto por el té se fue difundiendo poco a poco por Oriente, pero en aquella época las costumbres evolucionaban muy lentamente, por lo que hasta 3.500 años más tarde la planta no empezó a ser cultivada en el Japón, desde donde el hábito de beber té en algunas ceremonias sociales y religiosas de especial significación se extendió hacia otros países asiáticos.
Con la era de los descubrimientos, el té fue llegando lentamente a Europa, pero solo se impuso como costumbre en las primeras décadas del siglo xix. La tradición inglesa de beber té por la tarde fue inaugurada hacia 1840 por la duquesa de Bedford; el hábito arraigó de tal manera que, en la segunda mitad del siglo xx, el Reino Unido consumía la quinta parte de la producción mundial de té. En esa época ya se conocían otras variedades del arbusto; actualmente existen 82, con diferentes sabores y colores.
El nombre de la infusión en el dialecto amoy del sudeste de China era t’e; de esa lengua pasó al malayo teh, de donde lo tomaron los holandeses en su forma thee y lo introdujeron en Europa. Así llegó al inglés tea, al francés thé, al alemán Tee y al sueco te. En mandarín la bebida se llamaba c’a, forma que en 1565 llegó al portugués como chá, nombre que se mantiene hasta hoy en ese idioma, y al castellano como cha, según documentos a partir de 1610.
Sin embargo, bajo el influjo de las principales lenguas europeas de la época, los españoles acabaron por incorporar la forma te, que aparece en la primera edición del Diccionario de la Real Academia (1739), junto con el afrancesado the. Solo en la edición de 1832 el nombre de la bebida adquirió el acento diacrítico que hasta hoy lo diferencia del pronombre personal te.
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Lengua curiosa, el blog de Ricardo Soca en EnPerspectiva.net, actualiza los martes con los secretos que albergan las palabras en su significado. El primer martes de cada mes incluye también una de sus Grageas de lenguaje.