Por Eduardo Rivero ///
Londres, 1º de mayo de 1980. En el Adelphi Theatre de la avenida The Strand está en cartel la reposición de My Fair Lady. La función empieza –insólitamente para los hábitos uruguayos– a las 13 horas y me acompaña a las puertas del venerable escenario un amigo brasileño llamado José Renato, a quien conocí en un albergue juvenil en Amsterdam, apenas unos días antes. Con nostalgia y no poco orgullo, esto es lo que recuerdo de aquel día.
Yo andaba entonces en los 27 años y José, que tenía apenas 25, era tan, pero tan rockero, que se negaba a ir a ver un musical “clásico” con violines de fondo y vaporoso vestuario de época.
—Hagamos un cosa —le propuse ya delante del teatro. Si la obra no te gusta, yo pago las entradas; por el contrario, si te gusta, las pagás tú.
A pesar de los carnets de estudiante que exhibimos en la boletería y que nos permitieron disfrutar de un importante descuento, eran entradas carísimas. No fue buen negocio para José esa apuesta. Pero la perdió con enorme placer.
—Nunca vi algo igual; nunca en toda mi vida— decía José Renato cuando salimos del teatro.
Como es sabido, My Fair Lady es un musical basado en Pygmalion, la obra teatral del británico George Bernard Shaw, con libro y letras de Alan Jay Lerner y bellísimas melodías de Frederick Loewe.
Como musical, esta versión libre se estrenó en Broadway el 15 de marzo de 1956 y bajó de cartel en 1962 tras nada menos que 2.717 funciones. El éxito arrollador llevó a la pieza al West End londinense y en 1964 al cine, con la multilaureada película dirigida por George Cukor, que contaba con un vestuario portentoso de Cecil Beaton y un elenco incomparable: Audrey Hebpurn, Rex Harrison y Stanley Holloway en los papeles principales, casi los mismos que la hicieron previamente en teatro, porque la entonces muy joven Julie Andrews fue sustituida por la más taquillera Audrey Hepburn, cuya voz en las canciones debió ser doblada además por la vocalista profesional Marnie Nixon.
Aquel mediodía, al entrar al Adelphi de Londres, yo había visto ya un montón de veces la película y hasta tenía el disco con su banda sonora original. Conocía la historia y había sucumbido al embrujo de sus canciones, pero nada puede ser igual a estar en el teatro, con los actores allí a un paso, un apabullante cuerpo de baile y una completa orquesta sinfónica en el foso. No hay palabras para describir aquel caleidoscopio de emociones que se desataron apenas las luces bajaron y la orquesta empezó con una obertura donde se pasaba revista a las principales melodías de la pieza.
El argumento puede resumirse en pocas palabras: Eliza Doolittle, florista callejera en el Londres de comienzos del siglo XX, tras ser escuchada hablando en su férreo acento cockney, de los barrios bajos londinenses, a la salida de un teatro, es invitada a aprender a hablar “como una dama” por parte del profesor Henry Higgins, quien le apuesta a su amigo Coronel Pickering “que es capaz de convertirla en una dama en un mes”. Por supuesto: lo consigue y hasta la introduce en el mundo de la clase alta británica, realeza incluida. La pieza concluye con una historia de amor entre Eliza y el profesor Higgins, como no podía ser de otra manera.
Por supuesto que aquel mediodía, la bellísima Audrey Hepburn no estaba allí, pero si estaba la no menos bella Liz Robertson encarnando a Eliza y el notable actor Tony Britton hacía el papel del profesor Higgins en lugar del gran Rex Harrison.
Pero más allá de la belleza de Liz Robertson y de la veteranía y la “cancha” de Tony Britton, lo que fue increíble fue ver y escuchar en directo y con tremenda orquesta, tremendo cuerpo de baile y tremenda escenografía, esas canciones que están, sin la menor duda, entre las mejores que el género musical ha dado al teatro cantado –y al cine– en este mundo como I Could Have Danced All Night, On The Street Where You Live, With a Little Bit of Luck, Get Me to the Church On Time, The Rain in Spain…
Diría que hay tres formas de llorar: de pena, de alegría y de emoción estética. La obertura y luego las canciones me hicieron llorar aquel mediodía londinense de hace tantos años.
“I have often walked down the street before
But the pavement always
Stayed beneath my feet before
All at once am I
Several stories high
Knowing I’m on the street where you live…”
The Street Where You Live se la canta un admirador a la nueva lady londinense Eliza Doolittle a las puertas de la casa del profesor Higgins. Y le dice más o menos:
“He caminado por esta calle muchas veces en el pasado
y siempre el duro pavimento se quedó bajo mis pies
pero de pronto hoy siento que camino por el aire
a varios pisos de altura
al saber que estoy en la calle donde tú vives…”
Podrá sonar cursi, almibarado, tontuelo. Y más aún para un rockero como yo. Pero había que estar allí, escuchando semejante belleza y disfrutando de semejante despliegue de talento.
—Nunca vi algo igual— decía mi amigo brasileño cuando salimos del teatro. Yo tampoco vi, hasta hoy, algo igual.
Del mismo modo en que los musulmanes deben ir una vez en la vida a La Meca en peregrinación, los amantes de la música deberían ver un musical en el West End de Londres o en la neoyorquina avenida Broadway, al menos una vez en la vida.
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Urquiza esq. Abbey Road es el blog musical de Eduardo Rivero en EnPerspectiva.net. Actualiza los miércoles.
https://www.youtube.com/watch?v=Ip3pvbFupqA&list=PL8f_ACV3dM09ZH3BO6B9Wr6DqJrYNwSz3&index=1
Lista de reproducción: First Night Records