Por Fernando Butazzoni ///
Acaba de conocerse en España la sustancia de una querella entablada por la Fiscalía de Barcelona contra el famosísimo escritor Ildefonso Falcones, autor mundialmente célebre y millonario. Suya es, entre otras novelas, la muy exitosa La catedral del mar, un auténtico bodrio dicho sea de paso.
Al señor se lo acusa de defraudación tributaria. Falcones, que además de narrador es abogado, había cedido sus derechos de autor a compañías ubicadas en el extranjero, en países donde la tributación es notablemente menor que en España. El problema es que el dueño de esas empresas era él mismo. Él no inventó nada que no nos suene conocido: Islas Caimán, República Dominicana, sociedades fantasmas, etc.
La maniobra, según el fiscal, consistió en crear empresas en paraísos fiscales y luego traspasar a ellas los derechos y regalías generados por sus libros. De esa manera, esos derechos y regalías no pagaban impuestos en España. Parece que Falcones cometió un error: siempre era él quien negociaba y vigilaba la marcha de su “negocio”. Y ese negocio eran sus libros, no de contabilidad sino de literatura. Pese a que muchos críticos opinan que los libros de Falcones son mala literatura, como síntoma de deterioro el caso vale igual. Falcones no sólo ha defraudado al fisco, sino a millones de lectores.
Es verdad que muchos políticos españoles se han dedicado a llenar sus bolsillos con las arcas públicas durante la última década. Pero también se sospecha que lo han hecho figuras de la realeza (infanta Cristina y otros), jugadores de fútbol (Messi, Neymar y otros), arquitectos célebres (Calatrava y otros), banqueros (Miguel Blesa y otros), líderes nacionalistas (Jordi Pujol y otros), y así de forma sucesiva. Los escritores no son la excepción. Faltaba más.
Lo triste es que tampoco España es una excepción. La corruptela parece haber calado hondo en las sociedades contemporáneas, allí donde se suponía que más fuertes, firmes y saludables debían de ser las instituciones. El Mensalao en Brasil, Berlusconi en Italia, el básquetbol en China… Cuanto más poderosa es la economía de un país, más profunda parece ser la corrupción allí enquistada. El escándalo de los felones de FIFA no es sino el pálido reflejo de una podredumbre global que nos afecta a todos, porque los platos rotos de esos descalabros deberemos pagarlos entre todos.
La factura nos llegará tarde o temprano. Vendrá desnuda o disfrazada, eso es lo de menos. Pero que nadie se haga ilusiones: en ese asunto no hay fronteras. Los países poderosos y los aún más poderosos bancos ya se encargaron de borrarlas, hace tiempo. Respecto a Ildefonso Falcones, sólo me resta darle ánimo a sus lectores: cada vez que compren uno de sus libros van a estar ayudando al escritor a cancelar la deuda que al parecer tiene con la Impositiva española. No es una causa noble, lo sé, pero por lo menos es una causa.