Por Carol Milkewitz ///
Cuando saqué la libreta tenía miedo de manejar. Ahora que sé lo que es el tránsito, tengo verdadero miedo de manejar.
Ir en bicicleta o moto te puede costar la vida. Ir en ómnibus te cuesta un ojo de la cara. La opción más realista y barata es comprarte una escoba y rezar que vuele.
Lo bueno de manejar es que te ayuda a tener una vida más sana, sin adicciones. Con tal de volverte en auto evitás las drogas y el alcohol (aunque te volvés adicto al auto).
Cuando te juntás con amigos, a la vuelta siempre está el que garronea el viaje. Y al final terminás llevando a todos. Miran videos de YouTube, fotos, WhatsApp. Vos, que estás al volante, te lo perdés. Vas dejando a uno por uno en su casa. El que va último es el que vive más lejos. Después de que recorriste toda la ciudad, perdiste tu noche y gastaste medio tanque de nafta, te dice “por mí no te preocupes, está todo bien, dejame en la esquina”. Como si para llegar a su casa no hubieras doblado 200 esquinas.
Mientras volvés en soledad tenés que cuidarte de las cámaras que multan, de los semáforos que no andan y de los ómnibus que van por la senda que quieren, cuando tienen una senda “solo bus”. ¿Por qué hacen eso? Si hubiera una senda “solo yo” mi ego ya estaría colmado y no iría por la senda “solo todos los demás”.
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Nota de la autora
Después de 43 entradas he decidido hacer una pausa en ¿Por qué a mí? Gracias a En Perspectiva por el espacio, a los lectores por el cariño y a mis seres queridos por aguantar que en la playa, en casamientos o yendo a tomar un helado me pusiera a sacar apuntes.
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¿Por qué a mí? es el blog de Carol Milkewitz, una veinteañera en la eterna búsqueda del equilibrio entre el estudio, el trabajo y la vida social. El archivo completo está disponible aquí.