Por Carol Milkewitz ///
Llegó octubre, se viene el verano, así que hice lo que todos deberíamos hacer: empecé el gimnasio, cama solar y junté todos los dulces de la casa para regalárselos a los niños por Halloween. Para cuando tocaron timbre, estaba naranja, con la boca negra por tanto chocolate y redonda como una calabaza. Los que vinieron disfrazados de vampiros fueron ellos, pero la que dio miedo fui yo.
Es verdad que los chiquilines disfrutan Halloween, pero los adultos lo disfrutamos más. Mi dentista, por ejemplo. La otra vez lo vi en el supermercado comprando una bolsa gigante de caramelos. Un día al año, y se asegura clientes de por vida. Además, las fiestas son más divertidas para nosotros (excepto cuando toca limpiar, que jamás terminás de entender cuáles son las telarañas de verdad y cuáles las de mentira).
Los niños no entienden el concepto de "noche de brujas". Los adultos sí. Vos estás en tu casa, tranquilo, y cada cinco segundos "ring, ring, ring". Volvés a sentirte como cuando estabas en el liceo y terminaba el recreo. Con la diferencia de que ahora sos grande y esperás lo peor. No sabés si es el vecino de en frente para avisarte que se le incendió la casa, si son ladrones o si es algo mucho más terrorífico: el que te viene a traer la factura de UTE.
¿Qué les enseña esta fiesta a los chicos? Que hay que entrar a la casa de desconocidos con confianza, que la gente es buena y regala cosas, que hay que aceptar caramelos de extraños.
¿Qué nos enseña a los adultos? Nuevas formas de relacionarnos. En Navidad decís "Feliz Navidad", en Halloween: "Entre fantasmas no nos vamos a pisar la sábana" o "entre arañas no nos vamos a pisar las patitas". Y no importa cuánto maquillaje blanco, arrugas y verrugas de goma usen los niños, siempre van a seguir asustando más los viejos que se disfrazan de jóvenes en la Noche de la Nostalgia.
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¿Por qué a mí? es el blog de humor de Carol Milkewitz. Actualiza los viernes.