Por Carol Milkewitz ///
Vuelvo bajo los rayos del sol, vestida de trabajo, muerta de hambre. Me apuro lo más que puedo: dos cuadras por hora. Solo quiero llegar a casa. Ya en la puerta, revuelvo la cartera. Entre el boleto del ómnibus que me tomé hace dos días, el alcohol en gel y los pañuelitos, encuentro por último las llaves. Giro para un lado, no abre. Para el otro, tampoco. Quizás tenga algo que ver el detalle de que son las llaves de lo de mi novio.
En una hora tengo que estar en el extremo opuesto de la ciudad. Toco timbre, nadie atiende. Llamo por celular, tampoco. Aturdida entre el ring, ring, ring y el bip, bip, bip, evalúo las opciones. Puedo ir a buscar mis llaves al apartamento de él, pero no me daría el tiempo de volver. Puedo cancelar las entrevistas que tenemos, fundamentales para la tesis… Decido ir así como estoy. Compro un sándwich en el camino mientras le ruego a mi compañera que me lleve ropa fresca.
Mi compañera pesa unos kilos menos que yo, así que el vestido que me trajo me queda justo. Salgo de la entrevista y me enfrento al típico acoso callejero que vivimos las mujeres en este país cuando usamos ropa (justa, normal o suelta). “Ay, qué rica, mamita”, me dice uno. “Si fuera rica ahora estaría bajo un aire acondicionado”, quiero decirle, pero ya se fue.
Después de estar hasta la noche con entrevistas, vuelvo a lo de mi novio a buscar las llaves. Al otro día, me levanto ahí y me doy cuenta de que no tengo qué ponerme (toda mi ropa está inutilizable después de todo lo que caminé ayer). Pienso, ¿qué es esta estupidez de ropa de mujer y ropa de varón? Agarro una de sus camisetas, que al menos está limpia. Hasta que salgo otra vez bajo los rayos del sol.
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¿Por qué a mí? es el blog de Carol Milkewitz, una veinteañera en la eterna búsqueda del equilibrio entre el estudio, el trabajo y la vida social. Por el momento, sale más bien poco. El último lugar al que fue con música, comida y alcohol: el supermercado. Actualiza los viernes.