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Los casamientos

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Por Carol Milkewitz ///

Hay cosas que duran para toda la vida. Por ejemplo: los casamientos. Entre que decidís qué ponerte, qué regalar y cómo ir se te fueron aproximadamente unas 92 horas. Pero la cosa no termina ahí: tenés que llegar, saludar y encontrarte con esos conocidos que no ves nunca, que te preguntan: “¿En qué andás?”, “¿Qué es de tu vida?”, y vos no sabés de qué vida te están hablando si hace tres días que solo pensás en este casamiento.

Te encontrás a todos esos conocidos que no te importan y nunca hay tema de conversación. Dentro de todo no te caen mal, excepto ese que se coló en la mesa y por su culpa no te podés mover. Mirás para tu derecha, tenés tres tipos de cuchillos distintos. Y te dan ganas de usarlos.

Te duele la cabeza por la música al mango, los pies por los tacos y la panza por tanto comer. ¿Viste que a medida que pasa la noche vas comiendo cada vez más, pero tenés cada vez más hambre? Empezás con un saladito, tranqui, y terminás golpeando gente en la mesa de postres para llegar al lemon pie. Y a la rogel. Y al cheesecake. Y al brownie. Y a esa torta que no sabés cómo se llama ni qué gusto tiene ni si es una torta, pero que no pensás dejar de probar.

La gente se transforma en los casamientos. Los novios se vuelven esposos. Los flacos engordan. Vos te produjiste toda para ir y terminás con barba del cotillón, dos manchas de pintura en la frente como un indio y los dientes de un blanco terrorífico resultado de la luz ultravioleta.

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¿Por qué a mí? es el blog de Carol Milkewitz, una veinteañera en la eterna búsqueda del equilibrio entre el estudio, el trabajo y la vida social. Por el momento, sale más bien poco. El último lugar al que fue con música, comida y alcohol: el supermercado. Actualiza los viernes.

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