Por Carol Milkewitz ///
Llega el sábado de noche, me baño, me cambio y le digo a mi madre:
—Mamá, me voy a tomar algo.
—¡Ay, qué bueno, Carol! Ya me tenía preocupada tu poca vida social, ¿a dónde vas?
—A mi cuarto… me voy a tomar un tecito.
Las salidas de los sábados de noche son para mí lo mismo que la paz mundial: una utopía. Me da sueño solo pensar en todo el proceso: los interminables mensajes por WhatsApp (que demoran más que la salida misma), la encuesta en Facebook para votar qué actividad nos queda mejor (siempre termina en empate), y las súplicas de la que vive en la otra punta del país, que nunca pierde las esperanzas de que hagamos algo por su zona.
En realidad, las salidas de los sábados son para mí lo contrario a la paz mundial. De repente empieza una especie de guerra para decidir qué vamos a hacer, a dónde vamos a ir, y lo más importante: qué vamos a comer. Es como si no pudiéramos juntarnos sin engordar 4 kilos.
Lo raro es que ahora se acostumbra a salir tarde, como a las 11 o 12, pero las reservas en todos lados vencen a las 10. Entre que nos decidimos a dónde ir y nos aprontamos ya no queda ningún lugar y terminamos comiendo unas papas en un bar que se cae a pedazos, una especie de geriátrico lleno de gente 40 años más grande que nosotras. Qué paradójico: si me quedo en casa y no salgo me dicen que soy “la abuela del grupo”.
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¿Por qué a mí? es el blog de humor de Carol Milkewitz. Actualiza los viernes.