Por Carol Milkewitz ///
Con mis amigas arreglamos para ir a tomar un helado. Nos llevó 48 idas y vueltas en el grupo de WhatsApp hasta que nos decidimos por la hora, el lugar, todo. Entonces salgo para ahí. Habíamos quedado a las cuatro, llego y no hay nadie. Llamo a una: “¿Dónde están?” le pregunto y me dice “¿No era a las cinco?”. Llamo a la otra y me dice: “¿No era mañana?”.
Para hacer como que soy buena persona les digo “no pasa nada” y me siento a esperar. Siento el vientito en la cara, el canto de los pájaros, los gritos pelados de un niño con un cucurucho de chocolate: “¡¡¡No quiero más!!!”. La madre en ese momento está limpiando a la hermanita, que se tiró helado de frutilla en la remera. Miro a la madre, miro la fila que hay para comprar, miro al niño y me dan ganas de decirle: “¿No querés más? Dámelo”.
En las heladerías siempre está lleno de esas señoras que, al mínimo descuido, te quieren robar las sillas que estás reservando. Es que por alguna razón siempre hay poco lugar en las heladerías montevideanas. Tres mesas adentro, donde no disfrutás el día soleado, y dos afuera entre las moscas, el ruido y el piso lleno de servilletas. Una abuelita de vestido floreado, con una velocidad paranormal, agarra la silla que estoy reservando. Le digo: “Disculpe, está ocupada”. Después de una mirada asesina, la devuelve. Es como luchar contra zombies.
Por fin llegan mis amigas. Voy a la caja, decidida a pedir un vasito de un gusto frutal, pero al final pido un vasito vacío solo para apoyar el cucurucho de chocolate que terminé eligiendo. Vuelvo a la mesa, espero a que las demás se pidan sus helados. Llegó la hora de relajarme y disfrutar. Respiro hondo, cierro los ojos, los abro: otra señora más, llevándose una silla en cada mano.
En verano no hay nada más lindo que ir a tomar un heladito. Ah, sí, hay algo más lindo: tomar un heladito en tu casa. Así te salvás de todo lo que implica ir a la heladería.
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¿Por qué a mí? es el blog de humor de Carol Milkewitz. Actualiza los viernes.