Por Fernando Butazzoni ///
La pedagoga Reina Reyes tituló uno de sus libros, publicado en 1973, con una pregunta inquietante: ¿Para qué futuro educamos? La misma pregunta puede extenderse a otras actividades de la vida, entre ellas la del gobierno. ¿Para qué futuro gobernamos? La cita viene a cuento porque algunos episodios ocurridos en el Uruguay durante las últimas semanas merecen agruparse, dentro de la izquierda política, en una categoría a la que casi todos le han sacado el cuerpo en los últimos años: la del debate ideológico.
El déficit de Ancap en su balance anual, la pauta salarial fijada por el gobierno para la próxima ronda de salarios y la suspensión transitoria de las obras del Antel Arena provocaron reacciones de distinto tono y calado, desde académicos análisis de la economía hasta un paro general de 24 horas (el primero en varios años), anunciado por el PIT-CNT para el 6 de agosto.
Lo que subyace debajo de esas reacciones puntuales es un enfrentamiento cada día más notorio entre diferentes visiones de la realidad y distintas opiniones sobre qué hacer en el futuro. El problema que tiene la izquierda (que está en el gobierno) es que no hay dos visiones de la realidad sino cinco o seis, acaso más. Y no hay dos opiniones acerca de la estrategia para el futuro, sino cuatro o cinco por lo menos. En sí mismo eso no es ni malo ni bueno, pero es engorroso. Quienes plantean las decisiones de gobierno como una simple disyuntiva entre un presunto campo astorista y otro mujiquista, enfrentados entre sí, pecan de reduccionistas porque les resulta cómodo o porque conviene a sus intereses.
Debería señalarse que, por ejemplo, están además los socialistas, que tienen su propia agenda, y tienen además al intendente de Montevideo. Y las bases frenteamplistas, que también tienen su propia agenda, y una creciente capacidad de movilización. Y el movimiento sindical, que tiene su agenda y la determinación necesaria para luchar por ella. Por supuesto que hay más; la enumeración es sólo a título de ejemplo. En cada uno de esos ámbitos, ya sean partidos, conglomerados o tribus doctrinarias, existen a su vez grupos, subgrupos, sectores y fracciones. Cada quien ya ha plantado su bandera. El vocerío es imponente.
Ante ese panorama, la tarea del presidente Vázquez aparece como compleja y, sobre todo, delicada. Intentar que las distintas huestes se calmen, por lo menos en lo más álgido de este año de debate presupuestal, puede ser una receta para el fracaso. Inclinar apresuradamente la balanza hacia alguna de las opciones también. Al fin y al cabo, él es el presidente de todos los uruguayos, pero fue electo por un lema y con un programa.
La delicadeza de la situación quedó expresada con claridad en la última semana, con las reacciones públicas y privadas que provocó la decisión de suspender las obras del Antel Arena. Esas reacciones fueron el resultado de un doble error del gobierno: en la forma de tomar la decisión y en la forma de comunicarla hacia adentro y hacia afuera. El disciplinamiento de la sociedad no parece ir por esos rumbos.
Lo cierto es que los únicos que expresaron plena satisfacción ante esa medida fueron algunos dirigentes de los partidos Nacional y Colorado, y algunos políticos frenteamplistas vinculados a Asamblea Uruguay. El resto de la población no entendió la decisión, la rechazó y, por distintos motivos, se opuso y se opone a ella. Hubo quienes incluso, con un enfoque proactivo más que encomiable, ya han elaborado propuestas alternativas para que las obras se retomen a la brevedad.
El gobierno debería tomar en cuenta esas reacciones generalizadas. No para modificar las decisiones que deban tomarse en función de lo que dicte la cruda realidad, sino para sostener un vínculo que debe preservarse como uno de los activos de mayor valía del Frente Amplio: su capacidad de comprender y dialogar con el conjunto de la sociedad, con los protagonistas principales pero también con los actores de reparto y hasta con los extras. Esta película la hacemos entre todos.
Aunque no lo parezca, esas capacidades (la comprensión, el diálogo) también forman parte del gran debate ideológico que la izquierda se debe a sí misma en el Uruguay. Han pasado muchas cosas en nuestras sociedades desde que Tabaré Vázquez asumió por primera vez la presidencia de la República, hace diez años. El mundo ha cambiado y los uruguayos también. Hoy vivimos mejor que hace una década, pero queremos más. Siempre queremos más. Somos insaciables. Dicen que el futuro ya no es lo que era. Muy bien: vamos a debatir en serio acerca de eso. Con Reina Reyes vamos a preguntarnos para qué futuro gobernamos. Eso, y solo eso, nos dirá si estamos en el mismo cuadro o si somos, apenas, un rejunte electoral sin trascendencia histórica.