Por Nicolás Albertoni ///
En estas últimas semanas volvió a resonar, tras los anuncios desde Brasil que darían luz verde a posibles negociaciones extra Mercosur, una pregunta que para nada es nueva en nuestro país, pero jamás pierde vigencia: ¿Qué política exterior necesita hoy Uruguay?
Pocos dudan que nuestro país debe ser una país abierto al mundo. Algunos dicen incluso que nacimos internacionales. Por tanto nadie discutiría esta base argumental inicial. En donde sí surgen diferencias es en el cómo. Es decir: nos abrimos a un mundo regional para luego, juntos, sumarnos al dialogo internacional, o ya estaríamos en condiciones de comenzar a imaginarnos un país al que le llegó la hora de salir a negociar bilateralmente.
¿Imposible? Claro que no, basta con ver la experiencia de Costa Rica, Panamá, Chile y de tantos otros países medianos y pequeños que, al ver que sus vecinos inmediatos no avanzaban, lo hicieron por su cuenta.
Recuerdo que, investigando para mi primer libro sobre esta cuestión, le pregunté personalmente al ex presidente Frei (de Chile) cómo se había animado a poner a negociar a su país bilateralmente con la Unión Europea (UE), en una región que durante los años 90 recién empezaba a hablar de este tema.
Su respuesta fue clara: “O los convencía a los comisarios Europeos de negociar con nosotros y dar una señal de acercamiento comercial real a la región, o no iban a cerrar acuerdo con nadie al corto plazo. ¿Se imagina cuantos años de oportunidades nos hubiéramos perdido si decidía esperar al Mercosur?”, concluyó diciéndome.
En su planteo no había una critica al Mercosur, sino más bien respeto de entenderlo distinto.¿Qué tan lejos está Uruguay de pasar a pensar desde esta perspectiva? Nadie niega que Brasilo Argentina –por su estructura productiva– deben avanzar a tiempos diferentes. Pero entenderlos no significa necesariamente esperarlos para siempre.
Además de los caminos de flexibilidad que se manejaron en estos días es válido tener en una alternativa que bien podría unir a todas las partes y que se podría denominar “flexibilidad regionalista”: una estrategia desafiante para el bloque en general a través de la cual los miembros se comprometen a avanzar en tiempos diferenciales, PERO si en el futuro el bloque en su conjunto concluyera un acuerdo birregional (por ejemplo con la Unión Europea), los países que ya hubieran concluido acuerdos se acoplarían al acuerdo firmado por el Mercosur como un todo.
Esta es una forma clara de mostrar que todas estas alternativas de flexibilidad no son para romper al bloque, sino, por el contrario, para dinamizarlo. Pero, ¿por qué es tan importante este tema para Uruguay y hoy particularmente? Sucede que con la lentitud del bloque lo que estamos perdiendo hoy es mucho más que en comercio. Hoy el arancel en el mundo ya es bastante bajo y es casi de lo que menos se habla en una negociación comercial moderna.
Encerrados en la región nos estamos perdiendo de la integración cualitativa, es decir, aquella que va más allá de los números: por ejemplo, si bien un TLC se basa inicialmente en comercio, países como Costa Rica por ejemplo han mostrado que en los últimos años le sacaron más rédito a aspectos como la integración universitaria o proyectos de desarrollo sustentable, que al mejor acceso a mercados únicamente. Muchos dirán que estos temas también pueden dialogarse fuera de una integración económica y puede que tangan razón. Pero la evidencia muestra que en los casos de economías pequeñas el nivel de avance en temas extra-comercial es mucho más pronunciado cuando se muestra intención en una integración económica más comprometida y duradera. Un ejemplo bien concreto: Uno de los logros tras el TLC entre Chile con China pasa por lo educativo. En 2014 ya había mil jóvenes chilenos estudiando en el país asiático.
Debemos sincerarnos. Cuando en Uruguay hablamos de estos temas, son muchas las voces que escuchamos proclamando el no, y vaya si en muchos de sus argumentos tienen razón. Claro que abrirnos al mundo a un ritmo más rápido significará más riesgos. Pero, ¿acaso no confiamos en nuestra cancillería, en que nadie firmaría un acuerdo perjudicial para el país? Pero más hondo aún: ¿Sin proponerse metas grandes que implique desde mucho sectores sentarnos en una misma mesa a decir qué es lo que nos une y no solamente lo que nos separa?
El mundo de estos últimos 5 años se ha acelerado en materia de integración y ya no nos da el mismo tiempo de antes como para reflexionar con tiempo como nos gusta a los uruguayos (y que vaya si nos ha servido mucho a lo largo de la historia)… Sucede que hoy esta “cautela” es de doble filo: mientras reflexionamos hay una Acuerdo Transpacífico que avanza a paso firme (entre 12 naciones, entre las que están, por ejemplo, Australia, Chile, Nueva Zelanda, Singapur), como también avanza el Acuerdo Transatlántico.
Como nota al pie vale recordar que mientras los países latinoamericanos del Pacifico están siendo parte del diálogo para el acuerdo transpacífico, quienes estamos del lado del Atlántico no lo estamos haciendo en el acuerdo que “sería el de nuestra liga”…Sin darnos cuenta, nos estamos quedando solos.
Semanas atrás, tuve el gusto de compartir un café con un ex ministro de la Concertación en Chile. Hablando de estos temas, me dijo una frase –refiriéndose al Mercosur en general pero a Uruguay en particular– que bien resume todo lo dicho antes: “El mundo del desarrollo está cambiando el idioma. Empiecen a hablarlo para aprenderlo. Si no, dentro de algunos años nadie los va a entender.”