Por Rafael Porzecanski ///
En la década de los setenta, la mayoría de los países sudamericanos estaban gobernados por férreas dictaduras militares. Todos esos países recuperaron la democracia desde mediados de la década de los ochenta en adelante. A principios de los noventa, la mayor parte de los gobiernos de la región optó por recetas liberales en diversas áreas de política económica (apertura comercial, flexibilización laboral y privatizaciones entre otras medidas). A principios de este siglo, movimientos y partidos de signo izquierdista obtuvieron acceso al gobierno por la vía democrática, otorgando un énfasis mayor a la redistribución de la riqueza y dando virajes significativos en diferentes áreas de política económica y social. En todos estos acontecimientos políticos mayúsculos vividos por la región, Uruguay no fue nunca la excepción sino la regla. Es que no sólo en economía, sino también en política, nuestro país está fuertemente influido por los hechos y procesos que suceden en nuestro vecindario. En tiempos en que la izquierda sudamericana exhibe evidentes signos de crisis y desgaste, en el marco de un contexto económico adverso, cabe entonces preguntarse si Uruguay se sumará a la senda transitada por sus vecinos.
Ciertamente, el Frente Amplio tiene razones para preocuparse y la oposición para ilusionarse a raíz de los vientos políticos que soplan en la región. Sin embargo, cabe establecer varios reparos al pronóstico de una indefectible derrota electoral de la izquierda uruguaya en las próximas elecciones.
En primer lugar, si bien es cierto que la izquierda regional ha sufrido recientemente reveses electorales y políticos muy importantes, no todos ellos han sido definitorios ni han supuesto un traspaso de poder hacia gobiernos con otros signos ideológicos. Hasta el presente, los únicos gobiernos de izquierda que han sido derrotados en elecciones presidenciales han sido los de Cristina Fernández de Kirchner en Argentina y el de Ollanta Humala en Perú. Las demás derrotas electorales, en cambio, supusieron reveses parciales, como ser la pérdida de mayoría legislativa por parte del chavismo en Venezuela o el fracaso de Evo Morales en habilitar una nueva re-elección. Está pendiente, en tanto, el futuro definitivo de la administración de Dilma Rousseff en Brasil, aunque las perspectivas apuntan a su destitución a través del juicio político que enfrenta en la actualidad la “presidenta suspendida”. En definitiva, aunque el balance reciente es ciertamente desfavorable para la “ola progresista” sudamericana, aún queda tela política por cortar en varios países antes de diagnosticar su derrota definitiva.
En segundo lugar, un elemento común de las diferentes administraciones de izquierda sudamericanas es el desgaste (en parte esperable) por haber ejercido el poder durante varios años. Recientemente, además, estos gobiernos han pagado el peaje de enfrentarse a un contexto económico mucho más adverso que cuando asumieran el poder, destacándose especialmente la baja en el precio de materias primas clave para las economías regionales. Sin embargo, los signos de descontento y crisis no tienen la misma intensidad en todos los países. Venezuela, Brasil y Argentina, por ejemplo, encabezan la lista de administraciones “progresistas” más corruptas, con escándalos mayúsculos que esfumaron los sueños de muchos de quienes creían que la izquierda en dichos países podría inyectar mayor ética y cristalinidad al tiempo de ejercer la función pública. Estos mismos tres países, a su vez, han sufrido un deterioro económico particularmente agudo, con hondas recesiones, alta inflación, elevado déficit fiscal y una gravísima situación de desabastecimiento en el caso de Venezuela. En Uruguay, entretanto, la corrupción no ha sido uno de los elementos caracterizadores de la gestión frenteamplista y la economía se ha comportado comparativamente mejor, mostrando un franco enlentecimiento y un mayor deterioro de las cuentas públicas, pero evitando hasta ahora la entrada en recesión. Como consecuencia, el Frente Amplio se encuentra hoy día en una posición más ventajosa que otros movimientos de izquierda regionales, más allá de un evidente descontento ciudadano (reflejado con claridad en las encuestas de opinión pública) con la gestión educativa y la situación de la seguridad pública.
En tercer lugar, cabe tener en cuenta que en Uruguay la primera vuelta de las próximas elecciones presidenciales recién ocurrirá en octubre de 2019. La misma historia regional enseña que muchas cosas pueden ocurrir en política en tres años y medio y ni el mejor adivino puede pronosticar si la crisis progresista se acentuará o si alternativamente la izquierda volverá a ganar terreno. Es difícil aventurar, por ejemplo, cómo llegará el gobierno de Mauricio Macri a 2019 en un país donde ningún presidente ajeno al peronismo (desde que éste existe como movimiento político) ha cumplido hasta ahora su mandato completo, o qué equilibrios de poder existirán en las hoy convulsionadas atmósferas políticas de Brasil y Venezuela.
Finalmente, como habitualmente subrayan los especialistas en opinión pública, las campañas tienen su incidencia en los resultados electorales, más aún en un caso como el uruguayo, donde existe una exigua diferencia entre los dos grandes bloques políticos (Frente Amplio versus Partido Nacional, Partido Colorado y Concertación). Los candidatos presidenciales y legislativos presentados por cada fuerza política, la estrategia comunicacional empleada y las propuestas concretas ofrecidas a la ciudadanía en los temas de mayor impacto electoral son, por tanto, factores que tendrán su incidencia cuando a los uruguayos nos toque, una vez más, decidir nuestro futuro político en las urnas.
En suma, si el Frente Amplio lograse triunfar por cuarto período electoral consecutivo, el hecho constituirá una anomalía, mientras que de ocurrir lo contrario diremos que el país ha transitado una vez más un camino político similar al de sus vecinos (al menos en lo referido al signo ideológico del gobierno escogido). En cualquier caso, partidarios de uno y otro bando deben tener en cuenta que si bien el contexto regional otorga importantes incentivos y restricciones a las fuerzas que operan en la arena política doméstica, el determinismo inescapable sólo existe en los malos manuales de historia y sociología.
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Segunda mirada es el blog de Rafael Porzecanski en EnPerspectiva.net. Actualiza el sábado en forma quincenal.
Sobre el autor
Rafael Porzecanski es sociólogo, magíster por la Universidad de California, Los Angeles, consultor independiente en investigación social y de mercado, jugador profesional de póker y colaborador de EnPerspectiva.net.