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Un mes en Hong Kong (I)

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por Gabriel Díaz ///

En la misma ventaja que ofrece el avión reside también su inhumana condición. Lo advierte una amiga: ojo que el cuerpo viaja más rápido que la mente; llegamos a destino en avión mientras que el alma nos alcanza a caballo. Volar desde Nueva Delhi a Hong Kong, sin escalas, es como echarse una siesta larga de domingo y levantarse con resaca sin haber bebido nada. Francamente, esto es muy raro.

Aterricemos. Hong Kong es un archipiélago donde viven más de 7 millones de personas en el marco de un sistema híbrido comunista/capitalista desde que, en 1997, Reino Unido devolviera los codiciados territorios a China. A partir de entonces, quienes ya movían los hilos del poder económico local, billonarios chinos y no chinos, estarían amparados por el aparato censor y opresor de Beijing que siempre ha beneficiado al más fuerte.

Un ejemplo elocuente de esto es cómo las autoridades de la China continental siguen ocultando las manifestaciones que año tras año tienen lugar cada 4 de junio en Hong Kong, en recuerdo de la masacre de estudiantes ocurrida en Tiananmen (Beijing, 1989). Temen que un “efecto contagio” altere el actual orden económico capitalista de un régimen comunista que no respeta los derechos básicos de sus obreros, como lo refleja Guy Standing en El precariado.

En definitiva, siguen jugando los mismos y ganando los mismos, solo que en teoría las fichas se moverían, ampliándose a favor de China o de su élite política y empresarial. Entretanto, la mayoría de los ciudadanos de Hong Kong continuaría viviendo frenéticamente por fuera de las pantallas multicolores, las modelos top y el brillo de los rascacielos. Por fuera y apretados, debido a las limitaciones geográficas naturales.

Pregunto a un diseñador gráfico y a su novia cuánto pagan por el alquiler de un apartamento de 50 metros cuadrados. Respuesta: 2.500 dólares estadounidenses. Esa cifra no se la puede permitir un cocinero o chef que recibe mensualmente 1.800 USD y tiene dos hijos. Deben apartarse del centro para vivir -por mucho dinero- en un espacio muy reducido. En cambio, el transporte público, la alimentación y la vestimenta son relativamente asequibles.

La ciudad está limpia, la humedad es alta. Hay parques hermosos y una bahía inolvidable. La movida artística urbana tiene buena pinta. La variedad gastronómica es muy amplia y relativamente accesible. También hay playas. Los centros culturales son una joya del diseño por fuera, habrá que ver qué ofrecen por dentro. Casi nadie toca la bocina. Y por todos lados hay cámaras, muchas cámaras. Qué miedo da, el Gran Hermano.

 

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