Por Fernando Butazzoni ///
Cuando comenzaba la segunda mitad del siglo pasado, casi todos en el Uruguay pensaban que cualquier cosa que el país se propusiera era posible llevarla a cabo. Era una nación joven y pujante, que acababa de ganar su segunda copa mundial de fútbol, con una ciudad que crecía a ojos vista y con una producción de materias primas que eran requeridas más y más por la Europa desangrada por la guerra. Nosotros éramos aquella Europa, pero sin las miserias de la posguerra, sin sus heridas ni sus problemas.
El espíritu de esa herencia optimista y próspera, que trató de mantener Luis Batlle durante su entero mandato, fue lo que probablemente llevó a las autoridades uruguayas a embarcarse en una aventura alocada y costosa: traer de forma más o menos subrepticia, desde Ginebra, una valiosísima biblioteca china allá instalada: más de cuarenta mil libros, objetos de arte, manuscritos y hasta mobiliario tradicional. El argumento lo proporcionaban los chinos del Kuomintang con oriental delicadeza: Mao ya estaba instalado en Beijing, muchos países habían reconocido a la China Popular, y era probable que Suiza también lo hiciera. En ese caso, no resultaba descabellado suponer que los comunistas reclamaran aquel tesoro, considerado una especie de legado desde los tiempos de los Qing, la última línea dinástica de los manchúes.
Había que buscar un refugio seguro y Uruguay apareció como el sitio perfecto: si la Suiza de Europa les fallaba, la Suiza de América era una opción inmejorable. Para ello, algunas de las mentes más brillantes de nuestro país pusieron manos a la obra: Carlos Maggi, José Pedro Díaz, Dionisio Trillo Pays, Oscar Secco Ellauri. Luis Batlle, por supuesto, estaba al tanto de todo. La historia que siguió es apasionante, y nos muestra un juego de sombras que se prolongó durante medio siglo, en el que tesoros imposibles de evaluar encontraron refugio (gratis) en una sala de la Biblioteca Nacional, en Montevideo.
Todo eso lo cuenta, de manera por demás entretenida y plenamente documentada, el investigador y escritor uruguayo Alfredo Alzugarat en su libro De la dinastía Qing a Luis Batlle Berres. Una lectura que deja muchas enseñanzas y que abre varias interrogantes. La más inquietante de todas tiene que ver con el verdadero contenido de aquellos cientos de cajones llegados desde Europa, muchos de los cuales nunca fueron abiertos, o fueron saqueados o incluso atacados por un vándalo, en un episodio tan insólito como uruguayo. El misterio continúa.