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Urquiza esq. Abbey Road
Las geniales melodías de Burt Bacharach

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Por Eduardo Rivero ///

Cuando yo era pibe estaban de moda las llamadas “orquestas de melodías”. Las pasaban a toda hora en la radio había programas dedicados íntegramente a ellas y vendían discos como pan caliente. Me refiero a nombres aún hoy recordados como Franck Pourcel, Ray Conniff, Paul Mauriat, Caravelli, Mantovani, el saxofonista Fausto Papetti o los argentinos Vincent Morocco –seudónimo de Santos Lipesker– y Alain Debray –en realidad Horacio Malvicino–, quienes practicaban una fórmula tan sencilla como infalible: tomaban los éxitos de moda y los convertían en rutinarias versiones instrumentales donde abundaban los violines y el almíbar; música ideal para ascensores, aeropuertos, supermercados o salas de espera. Expreso esta opinión con total libertad, pero también respeto de corazón a quien amaba y en una de esas sigue amando esas orquestas.

Había, eso sí, una que era diferente a todas las otras, que también era muy difundida y también vendía muchos discos: la de Burt Bacharach. En principio me tragué la píldora de que era “otra orquesta de melodías”, hasta que un día cayó en mis manos el disco con la banda sonora original del magnífico e innovador western Butch Cassidy (Butch Cassidy and the Sundance Kid, película de 1969 dirigida por George Roy Hill). Sorpresa total.

Melodías, claro que habían, pero orquestadas con maravillosa imaginación, inesperadas bifurcaciones rítmicas de todo tipo y una tímbrica variada y multicolor en la que aparecía un oboe por aquí, un clarinete por allá, un fagot o un fliscorno (una trompeta de sonido más sedoso y corpóreo que la convencional).

En su música había neta influencia de ritmos brasileños como el baião o la clásica “llevada” de la bossa nova, armonías de jazz, melodías que parecían una mezcla de Gershwin y Tom Jobim, y arreglos de cuerdas, vientos y maderas brumosos y poéticos que referían a genios clásicos franceses como Debussy o Ravel.

Cada vez que aparecía un nuevo disco de Bacharach me lo compraba de una. Mi costumbre –que mantengo hasta hoy, claro– de leer en las carátulas hasta el mínimo detalle me hizo comprender que todas las famosísimas canciones que aparecían en los discos de Bacharach, y que yo conocía en versiones de los más diversos cantantes, eran composiciones suyas. Mientras los otros hacían covers, Bacharach tocaba su propia música, que ya era célebre antes de que la grabase su propio autor.

Para mi asombro, comprobé que el tipo pintún, sonriente y algo canoso que aparecía en la portada de esos discos era el autor de temas que yo –y el mundo– adoraba como I Say a Little Prayer (For You) de Aretha Franklin, Close To You de los Carpenters, I’ll Never Fall in Love Again de Dionne Warwick, Raindrops Keep Fallin’ On My Head, de B.J. Thomas o la grandiosa balada This Guy’s in Love with You cantada deliciosa y cansinamente por el gran trompetista Herb Alpert.

Ello colocaba a Bacharach a la altura de los grandes genios de la melodía como Cole Porter, George Gershwin, Lennon y McCartney o Antonio Carlos Jobim, sin exagerar. Desde fines de la década de 1950 y hasta los 80, en su período dorado, colocó la asombrosa cantidad de 73 canciones suyas en el Top 40 del ranking estadounidense.

Burt Bacharach nació en 1928 en Kansas City, Missouri, EEUU, hijo de una familia judía –como Bob Dylan, Barbra Streisand, Paul Simon o Art Garfunkel–, pero se crió en Forest Hills, un suburbio elegante de Nueva York. Estudió música en prestigiosas escuelas, formándose como pianista virtuoso y contando entre sus maestros de composición al legendario Darius Milhaud.

Muy joven, fue pianista de cantantes importantes como Vic Damone y Steve Lawrence, pero el gran salto lo dio cuando consiguió un contrato como acompañante y orquestador de la diva alemana Marlene Dietrich, junto a quien, dicho sea de paso, se presentó en el Cine 18 de Julio de Montevideo en 1959, dato bastante olvidado.

Por esos años fue uno de los autores de canciones que trabajaron en el célebre Brill Building de Nueva York, un edificio enteramente ocupado por pequeñas oficinas donde apenas cabía un piano y gente como Carole King, Jerry Leiber y Mike Stoller, Paul Anka o Neil Sedaka escribían un buen porcentaje de los “éxitos de moda”.

Su carrera empezó a despegar cuando se asoció con el letrista Hal David. Sus primeros –y moderados– éxitos fueron The Story of My Life cantada por el vocalista country Marty Robbins y Magic Moments en la voz de Perry Como, canciones tan originales que hicieron que el mercado “parase la oreja”. Había surgido una pareja de autores que ya no se detendría en su camino a la cima.

Una somera lista de sus éxitos en aquellos años –aparte de los ya mencionados– da una idea de su impresionante genio melódico. Tomen nota: Walk on By y Do You Know the Way to San Jose (Dionne Warwick, que sería la artista enseña de la dupla Bacharach-David con 28 simples compuestos por ellos), One Less Bell To Answer (The Fifth Dimension), el Tema de Casino Royale (a cargo de Herb Alpert & the Tijuana Brass), What The World Needs Now is Love (Jackie DeShannon), Alfie (Cilla Black) o What’s New Pussycat? (Tom Jones).

Pero su talento no se agotó al llegar los años 80. Luego de sus éxitos iniciales, Bacharach compuso el célebre Arthur’s Theme cantado por Christopher Cross, On my Own, éxito de Patti LaBelle y el megahit That’s What Friends Are For, cantado por Dionne Warwick con invitados de lujo como Gladys Knight, Elton John y Stevie Wonder. En los años 90 su carrera reverdecería con el notable disco Painted From Memory junto a Elvis Costello, además de que sus viejas canciones serían citadas en la hilarante saga de películas del “agente secreto” Austin Powers protagonizadas por Mike Myers.

En 1999, un maduro pero plenamente vigente Burt Bacharach se presentó junto a un notable grupo de unos diez instrumentistas y tres soberbios cantantes en el Conrad de Punta del Este y yo no podía faltar. El espectáculo fue tan conmovedor como mágico: todas esas canciones cobraban vida con el genio de la melodía que les hizo ver la luz allí presente.

En un momento del espectáculo, una señora impecablemente peinada de peluquería, gordita, baja y sonriendo en forma “canchera”, se acercó al escenario. Bacharach la vio venir y, curioso, le acercó con toda caballerosidad un micrófono. Con el más clásico acento porteño la mujer dijo:

—Muy lindo todo, pero… ¿no podrías tocar I Will Survive de Gloria Gaynor?

Increíble pero cierto: la señora creyó que estaba viendo a una banda de covers, tal vez por escuchar uno atrás de otro tantos temas conocidos y sin saber quién era su autor. Alguien le tradujo al oído el insólito pedido y entonces Bacharach, demostrando tanta jerarquía como sentido del humor, dijo:

I Will Survivewhat a great song! I wish I could have written that one! (“¡Qué gran canción, ojalá la hubiese escrito yo!").

Hoy, sus 87 gloriosos años me llevan a desearle larga vida –por imposible que parezca– a quien me acompañó y me iluminó durante tanto tiempo. ¡Larga vida a Burt Bacharach, rey de la melodía elegante y las orquestaciones exquisitas!

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Urquiza esq. Abbey Road es el blog musical de Eduardo Rivero en EnPerspectiva.net. Actualiza los miércoles.

Video: DionneWarwickVEVO

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