Por Eduardo Rivero ///
En la semana del 3 al 10 de octubre de 1990 Montevideo tuvo la ilusión bastante fundada de ser la capital mundial del rock, al presentarse con solo siete días de diferencia dos peso pesados: Eric Clapton y Sting.
Las celebridades del rock a veces visitan Montevideo -recientemente, Iggy Pop, The Rolling Stones y Paul McCartney entre otros- pero no siempre llegan en la cumbre de su fama ni en el máximo de su potencial interpretativo. Recordemos, por ejemplo, la penosa experiencia de tener en escena en el Teatro de Verano, no hace mucho, al legendario Chuck Berry convertido en un anciano sin la mínima chance de tocar y cantar como alguna vez lo había hecho, lo que lo convirtió en un pilar histórico del rock.
En aquella semana histórica, quienes llegaron lo hicieron en su mejor momento. En realidad, a las presencias estelares de Clapton y Sting deberíamos agregar la del gran Rod Stewart, que se presentó por primera vez en el Centenario el 28 de febrero de 1989 y el inolvidable show de Paul Simon del 5 de diciembre de 1991, redondeando un período que quedó en el mejor recuerdo ya que también Stewart y Simon estaban en un gran momento.
Unos cuantos entusiastas capaces de priorizar la música por sobre todo, hicimos el gran esfuerzo de sacar entradas para Clapton y Sting sin importar en que estado lamentable quedara nuestro presupuesto. La experiencia -aún con ciertas salvedades en el caso de Sting- valió la pena y el esfuerzo.
El miércoles 3 de octubre, en un escenario montado a los pies de la Tribuna Olímpica, se presentó Eric Clapton con toda su historia a cuestas y una tremenda banda de acompañamiento. Y como si fuera poco, trajo de telonero nada menos que a Mick Taylor, representando ese hecho la primera vez que un Rolling Stone estuvo en Uruguay, ya que Taylor, a la muerte de Brian Jones, fue parte de la banda entre 1969 y 1974, exactamente antes de la llegada de Ron Wood.
Lamentablemente la producción no le dio a Taylor -un tremendo guitarrista de blues- el lugar que merecía, ya que su actuación como telonero se hizo con las luces del estadio encendidas y una mezcla de audio que en nada se parecería a la utilizada luego por Clapton, que sería excepcional.
Nadie anunció a Taylor, y este hizo un hermoso set de blues, incluyendo dos clásicos temas de Albert King y uno de Jimi Hendrix ante un público muy poco motivado por las luces encendidas y-debemos decirlo-por el desconocimiento de la mayoría de quien se trataba el ilustre visitante.
Durante aquel miércoles, circularon rumores de que Clapton se había escondido detrás de una columna en el Aeropuerto de Carrasco negándose a ser fotografiado, y que no pasaría la noche en Montevideo descontento por el nivel hotelero de entonces. Pero esa supuesta antipatía en nada influyó para que Clapton no brindase el tremendo espectáculo que dio, altamente profesional y emocionante de todo punto de vista. Fue el mejor debut posible de alguien que recién regresaría -esta vez en el Cilindro Municipal- el 8 de octubre de 2001.
Un capítulo enorme de la música británica estaba en escena aquella noche de 1990. Integrante en los 60 de la banda pop The Yardbirds, luego de la notable banda de blues John Mayall’s Bluesbrakers, alma mater del histórico power trio Cream y del supergrupo Blind Faith y dueño de una carrera solista fulgurante, Clapton provocaba en todos sus fanáticos uruguayos el deseo de comprobar en directo su reputación de genio de la guitarra en un nivel solo compartido con leyendas como Jimi Hendrix, Jeff Beck, B.B. King o Stevie Ray Vaughan. ¡Y vaya si comprobamos la veracidad de esa reputación!
La banda, integrada por Phil Palmer en segunda guitarra, Nathan East en bajo, Greg Phillinganes en teclados, Steve Ferrone en batería -luego integrante de Tom Petty and the Heartbreakers- Ray Cooper en percusión y las voces de apoyo de Tessa Niles y Katie Kissoon, se desplegó en el escenario, arrancó con la introducción de Pretending, tema que abre el album Journeyman de 1989, y entonces Clapton, de impecable traje blanco, con su célebre Fender Stratocaster negra y blanca empezó a cantar:
“How many times must we tell the tale?
How many times must we fall?…”
A ese punto de la canción ya nos había ganado a todos por goleada. Ibamos dispuestos a escuchar al guitarrista genial y empezamos, antes que nada, coprobando el tremendo cantante que es Clapton, con una voz enorme y negrísima que sorprendió a un auditorio que, por cierto, la conocía a través de su abundantísima discografía. Pero en vivo era diez veces mejor que en los discos.
Y entonces llegó el momento supremo. En mitad del tema, Clapton nos regaló su primer solo de guitarra. Terminó de cantar una estrofa, dio un pasito para atrás alejándose del micrófono y estiró las primeras notas del solo y allí nos pasó por arriba definitivamente. ¡Ese sonido enorme, bluesero y rockero a la vez!. ¡Ese “sustain” en las notas agudas y largas, ese vibrato de muñeca izquierda impresionante! Si, Clapton el dios de la guitarra había bajado a la tierra. Y por suerte era la tierra uruguaya.
Su virtuosismo, el gusto y la calidad de su fraseo eran irresistibles.
El tremendo show tuvo momentos dedicados a temas históricos como el reggae I Shot the Sheriff de Bob Marley, White Room, Sunshine of Your Love y Badge de Cream, Cocaine de J.J.Cale y la balada Wonderful Tonight original del disco Slowhand de 1977, pero también unas cuantas joyas del reciente y exitoso album Journeyman como Running on Faith, Bad Love, Old Love, Before You Accuse Me y, por supuesto, la energética Pretending.
Impactados por la presentación de Clapton, esperamos toda la semana con inocultable ansiedad el show de Sting, entonces en la cumbre de su fama tras la separación de The Police, y con recientes y excepcionales discos solistas como The Dream of the Blue Turtles (1985), el album en vivo Bring On The Night (1986) y muy especialmente el album doble Nothing Like the Sun (1987) con su mega hit Englishman in New York.
Contrariamente a Clapton, Sting se dejó fotografiar y evaluó positivamente la industria hotelera uruguaya, pero su show tuvo bastante de decepcionante.
Entonces era gran fanático de Sting y consideraba -y considero- a The Police como una de las más grandes bandas de todos los tiempos y esperaba un show lleno de magia, pero no fue así lamentablemente.
Sting se presentó en el mismo escenario al pie de la tribuna Olímpica con un pequeño grupo integrado por el notable tecladista Kenny Kirkland, el no menos notable baterista Vinnie Colaiuta, y el guitarrista argentino Dominic Miller. Kirkland era el único sobreviviente de la gran banda con la que había grabado Bring on The Night y The Dream of the Blue Turtles.
La falta de ensayo con los nuevos integrantes era notoria. Se miraban entre ellos para “darse el pie” para terminar las canciones, por ejemplo.
Era evidente que el grupo aún no estaba pronto para presentarse en vivo.
Pero, en fin, tuvimos a Sting a pocos metros de distancia-hasta ahora no ha vuelto a Uruguay-y su voz entre aguda y ronquita, irresistible, estuvo allí y huelga decir que cantó impecablemente un repertorio de grandes clásicos de The Police como Message In a Bottle, Spirits in the Material World, King of Pain, Walkin’ on the Moon, Every Breath You Take y Roxanne y reconocidos temas de su período solista como If you Love Somebody, Sister Moon, Consider Me Gone, el clásico de Jimi Hendrix Little Wing y hasta el standard de jazz My Funny Valentine.
A pocos pasos de mi lugar, un grupo de preciosas chicas de atildado y aristocrático porte prorrumpían en grititos histéricos al terminar cada canción -recordar que entonces el cantante era rubio, alto y apolíneo- y no dejaban escuchar nada de lo que Sting decía explicando lo que iba a continuación. Para colmo, y pese a que las chicas se desgañitaron pidiendo Englishman in New York, ese tema -su hit de entonces- no estuvo en el set list de esa noche, para desilusión de la multitud. Seguramente porque no habían tenido tiempo de ensayarlo, como en realidad tampoco pasó con el resto del repertorio, que, créanme, estaba prendido con alfileres y atado con alambre.
Una pena porque fue la única ocasión de escuchar en directo en Montevideo a un artista excepcional a quien admiró enormemente.
Pese a todos los pesares de esa segunda fecha, por una semana fuimos capital del rock.
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Urquiza esq. Abbey Road es el blog musical de Eduardo Rivero en EnPerspectiva.net. Actualiza los miércoles.