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Urquiza esq. Abbey Road
Walter Bonfiglio: Una leyenda urbana

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Por Eduardo Rivero ///

Era el fin del invierno de 1982, y aquella tarde disfrutaba de un privilegio realmente excepcional: visitar una sesión de grabación de Jaime Roos en un pequeño estudio de grabación del centro de Montevideo, Gente de Jingles/Elvysur, en la calle Convención, en el marco de lo que sería el álbum Siempre son las 4.

Una vieja amistad, y el haber integrado junto a Jaime el grupo Epílogo de Sueños a comienzos de los 70, me franquearon las puertas del estudio aquel sábado de tarde. Todo un privilegio, porque Jaime suele trabajar con un nivel de concentración –y perfeccionismo– absoluto y ello implica, en primerísimo lugar, tener el área despejada de personas ajenas a la grabación.

El privilegio fue aún mayor cuando Jaime, desde el otro lado del vidrio, me invitó a ingresar al estudio a cantar junto a él, el técnico de grabación Luis Restuccia y su primo músico, el percusionista Wilson Negreyra, un coro de fondo de la maravillosa –hoy clásica– canción Quince abriles.

Cantamos como mil veces ese coro, ya que Jaime siempre le escuchaba ese algo imperfecto que al resto de los presentes se nos perdía, y entonces debíamos seguir intentándolo.

De pronto, en medio de esa sucesión de tomas Jaime, que estaba parado a mi lado, giró su brazo y miró la hora.

—Seguimos en un rato —dijo sorpresivamente—, empieza Bonfiglio.

Volvimos a la cabina de control, y el técnico a cargo, Darío Ribeiro, sintonizó en la consola una señal de radio y la amplificó a través de los enormes parlantes.

En absoluto silencio, escuchamos el increíble programa radial de Walter Bonfiglio que se emitía cada sábado en el insólito horario de 16.45 a 17.00 por CX 46 Radio América.

Jaime era absolutamente devoto de ese programa, que no era otra cosa que una suerte de inenarrable unipersonal de un señor veterano que, acompañándose al bandoneón, tocaba y cantaba sus propios temas.

Tan devoto era Jaime, que llegó a conocer a Bonfiglio y éste le dio algunos ejemplares de un disco de vinilo con sus obras. Uno de ellos todavía está en mi poder, ya que a los pocos días de aquella sesión, Jaime me llamó y me invitó a su casa del barrio La Figurita para ir a buscar mi ejemplar de ese disco llamado, sencillamente, Walter Bonfiglio autor e intérprete. Un disco sin tapa en cuya etiqueta blanca no figura el logotipo de ningún sello editor porque, lisa y llanamente, la edición era pagada por el  propio “autor e intérprete”.

Me fui enterando con el paso de los días de que muchos músicos estaban al tanto de Bonfiglio y su arte singular.

Cuesta encontrar las palabras para describir su música, sus composiciones, su forma de cantar y de acompañarse al bandoneón. Podría apelar a las palabras más duras y crueles, como “esperpento” y de allí para arriba.

Pero nunca olvidé que mientras lo escuchábamos en la consola del estudio Jaime me dijo, con la más seria expresión del abundante catálogo de sus expresiones serias:

—Acá escuchás amor.

Por detrás de lo formal, de su voz de deficiente emisión,  de su caótica respiración, que frecuentemente no llega siquiera al final de las frases, de su desafinación, de las pobrísimas melodías, que todas parecen ser la misma, y de sus letras de involuntario surrealismo, lo que subyace es la férrea vocación de un hombre al que la música lo hacía feliz.

A lo largo del camino me he encontrado muchas veces con ese caso de alguien que crea canciones, poemas, cuentos absolutamente imposibles, pero con el orgullo de hacerlo y la felicidad de ver el resultado final de tanto amor en juego.

¿Con qué derecho podría criticar a los poetas o narradores vocacionales que pagan la edición de sus propios libros, o a los cantantes y autores que pagan sus propios discos, por puro amor y un toquecito de comprensible ego al “volantearlos” por aquí y allí entre amigos, familiares, compañeros de trabajo o vecinos? ¿Qué he hecho yo en esta vida sino cantar y escribir buscando la aprobación de los otros? En su libre albedrío y con su corazón latiendo de dicha, tienen el mismo derecho a dejar impresa su huella creativa en este mundo que los “profesionales” que cuentan con el respaldo de casas editoras y la aquiescencia de crítica y público.

Walter Bonfiglio, adamás, parecía vivir una existencia paralela, donde los años 80 eran en realidad los años 30 o 40 de su juventud, en la que indudablemente quedó atrapado sin remedio. Sus tangos, milongas, valses y candombes, además de esperpénticos, eran dulcemente anacrónicos, respirando el consumido aire de una era largamente ida.

En pleno “auge” –entre un público de “enterados”– de su programa sabatino, igualmente se sabía muy poco de Bonfiglio, de quién era y de dónde venía.

Se decía que pagaba la edición de sus discos y su espacio radial porque tenía mucho dinero ya que era dueño de ómnibus. Se decía que andaba con su bandoneón por los boliches de ciertos barrios y también por clubes de los balnearios de la costa de oro canaria allá por la década del 60.

Por el archivo de la Asociación General de Autores del Uruguay, AGADU,  sabemos que su nombre completo era Walter Mario Bonfiglio Defazio y que su fecha de nacimiento era el 5 de setiembre de 1924. Veamos algunos fragmentos de las letras de ese long play independiente que guardo como un tesoro.

Dice la letra de Todo el año:

Final de noviembre
los días bien largos,
todo está esperando
Nochebuena aquí.
Ya pronto las playas van inaugurando
el 8 esperando para bendecir
Navidad y primero,
dos días indicados,
pan dulce esperando
con sidra brindó.

En Maizales escuchamos:

Este viaje afuera
puede disfrutar
en nuestra cachila.
La hemos de cargar
no faltará nada,
podemos llevar
máquina de fotos,
caña de pescar,
comestibles todos,
bebida y demás.
Aunque si se pasan,
¡ay quién mandará!

En el tema que luce el insólito título de Ahí, aborda la temática amorosa:

Fue afuera en el campo feliz,
una mañana te vi,
mi amor lo volqué todo en ti
y te propuse un rancho ahí.
Corriendo saliste al cantar
pidiendo permiso a papá
y dijo el viejito al pensar
“si es bueno y trabaja
será un hijo más”.

Bonfiglio homenajea también a sus ídolos como Carlos Gardel, Francisco Canaro y el mismísimo José Artigas. En Volvé Carlitos dice:

Volvé Carlitos que te adoramos
necesitamos tu vida real,
con tu figura diquera y firme
todo tu estilo grabado está.
Volvé Carlitos
ya no aguantamos
aunque irradiamos, consuelo dan
tus grabaciones que de a montones,
cual si vivieras
no mueren más.

En A Francisco Canaro escuchamos:

Ni los más optimistas
ni los gran soñadores (sic)
ni los grandes maestros
vieron nada igual.
Ni siquiera pudieron creer que un cristiano
empeñado en su tango llegara a cosa igual.

Su tango dedicado a Artigas arranca de este modo:

Naciste aquí en el Sauce
y tanto luchaste tu
junto a tus gauchos guerreros
en América del Sur.
Por eso este tango quiere
hacer justicia y llegar
a nuestro principal héroe
y su melodía volcar.

Jaime Roos incluyó a Walter Bonfiglio en las dedicatorias de su disco de 1982 Siempre son las 4. Y yo nunca voy a olvidar aquel sábado de tarde descubriendo a Bonfiglio, sus carencias insalvables y a la vez su inmenso amor por la música. Tan hondo y respetable como el de cualquier otro músico de este mundo.

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Urquiza esq. Abbey Road es el blog musical de Eduardo Rivero en EnPerspectiva.net. Actualiza los miércoles.

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