Foto: Javier Calvelo / adhocFOTOS
Por Emiliano Cotelo/
La noticia de la muerte de Jorge Larrañaga conmovió a buena parte del país este fin de semana, desde las 18.30 del sábado, cuando comenzó a difundirse a través de las Redes Sociales.
¿Por qué ese sacudón recorrió casi todo el espectro partidario y también a la población en general, incluso la alejada de la política?
Me parece que en ese fenómeno confluyen varias razones:
- Lo sorpresivo de ese fallecimiento, que nadie esperaba en una persona de 64 años y que ocurrió por un paro cardiorrespiratorio que los médicos de la emergencia móvil no lograron revertir.
- No es frecuente la muerte de un ministro en funciones
- Este era, nada menos, el ministro del Interior, tal vez uno de los cargos del gabinete de gobierno con mayor visibilidad, sobre todo en un país como el nuestro que enfrenta desde hace años un problema serio en materia de delincuencia.
- Y era el ministro del Interior del gobierno que en marzo del año pasado desplazó al FA prometiendo, entre otras cosas, un giro en las políticas de seguridad pública.
- Larrañaga, que fue un cuestionador implacable de Eduardo Bonomi, el ministro del Interior de los últimos períodos frenteamplistas, y que impulsó una campaña de recolección de firmas “Vivir sin miedo”, le había impreso al cargo un perfil propio, muy activo y enérgico, muchas veces polémico, y, por lo que decían las cifras del observatorio de criminalidad, empezaba a conseguir una mejora en esa materia y aparecía bien ubicado en las encuestas que miden la aprobación de los miembros del gabinete.
Pero además Larrañaga era un dirigente político con casi cuatro décadas de trayectoria, con un arraigo importante en el interior del país y ubicado en los primeros niveles de protagonismo desde hace por lo menos 20 años, con una capacidad notable para levantarse después de cada caída, que tuvo unas cuantas.
En nuestro trabajo, acá, En Perspectiva, lo seguimos a lo largo de casi toda su carrera: edil en Paysandú (1985-1990), intendente de ese departamento, un cargo al que llegó con 33 años y ejerció por dos períodos (1990-2000), senador en cuatro legislaturas (2000-2020), fundador y líder de Alianza Nacional (desde 1999), precandidato presidencial varias veces, candidato a la Presidencia de la República (elecciones de 2004), presidente del Directorio del Partido Nacional (2004-2008), candidato a vicepresidente de la República (2009 y 2014), y, hasta este sábado, ministro del Interior.
Sí, lo conocimos bastante bien. Conmigo en particular tuvo más de un disgusto por enfoques periodísticos. Por eso hubo épocas en las que daba muchas vueltas para aceptar una entrevista, pasaba meses para contestar y de hecho no aparecía en este programa. Pero en cada uno de esos casos llegaba un momento en que el vínculo se recomponía sin mayores consecuencias.
Por eso, porque lo traté durante más de 35 años, su muerte me golpeó y me hizo preguntarme cuál era el espacio que él ocupaba en la política uruguaya.
Una forma de acercarme a ese perfil fue escuchar. Fui anotando las palabras y las frases que, sobre Larrañaga, se han escuchado desde el sábado en boca de dirigentes, analistas, periodistas y gente común y corriente. Y luego, de esa lista de expresiones yo elegí aquellas que comparto y que, sumadas, creo, definen y terminan retratando muy bien al personaje que acaba de dejarnos.
Ruso Pérez
Empiezo por un primer grupo de observaciones que tomé de la prensa: “Vocacional de la política a fondo”, “un caudillo al estilo antiguo”, “franco y directo”, “apasionado”, calentón… Y agrego esta que mandó hoy más temprano un oyente, Gustavo: “Se fue el ruso Pérez de la política”.
En esa línea, Luis Alberto Lacalle Herrera lo describió como una persona “un poco ruda” pero agregó detrás de esa superficie había “ternura y mucho afecto”. Y Julio María Sanguinetti comentó que “además de ese rostro duro había un corazón tierno”.
Me parecieron muy interesantes esas dos expresiones, casi calcadas, de dos ex presidentes, uno nacionalista y otro batllista.
Y más inesperada todavía la sintonía que se dio entre otras dos observaciones.
Pedro Bordaberry dijo: Larrañaga “fue el mejor tipo con el que me crucé en la política, el más leal y frontal”. Y José Mujica declaró: Larrañaga “era bueno, en el mejor sentido del término, en un ambiente que no se caracteriza porque sobre la bondad”.
Diálogo y choque
Sigo recopilando expresiones, ahora en otro ángulo: A veces contemporizador, otras confrontativo.
Sí, en más de una coyuntura fue promotor de diálogos importantes para desbloquear crisis o malas relaciones; y en otras se plantó con vehemencia en una postura y arremetió como un toro bravo contra quienes se ubicaban en su vereda de enfrente.
Esas dos actitudes las asumió tanto adentro de su propio partido (confrontando con otros líderes sectoriales o, llegado el caso, bajándose del caballo y acordando para seguir adelante) y ante partidos rivales (fue claro que en algunas épocas su impronta wilsonista lo llevó a tener acercamientos con el Frente Amplio y en otras chocó de la manera más terminante con esa misma izquierda).
Blanco y a caballo
Era “un hombre de partido” y “blanco como hueso de bagual”.
Permanentemente se mostraba como un cultor de las tradiciones nacionalistas y tenía como sus grandes referentes a Aparicio Saravia y Wilson Ferreira Aldunate, casi en un mismo pedestal que a José Artigas, su tercer ídolo. Sumando esa pasión a la otra que tenía, los caballos, fue un activo participante de múltiples marchas a caballo en todo el país, en especial en las fechas de la liturgia de su partido.
A no aflojar
Fue un líder que se comprometía a fondo con sus ideas y con los proyectos partidario y políticos que encaraba, en los que ponía todo lo que tenía. Lo hizo endeudándose personalmente en varias oportunidades y desgastando su físico al límite, lo que era visible en su sobrepeso, el dolor de espalda que lo aquejaba desde hacía varios años y últimamente el daño en sus rodillas (además arrastraba problemas coronarios, como se informó en estos días luego de su muerte).
Era, realmente, incansable, tanto en su actividad como militante como en el ejercicio de los cargos de gobierno que asumía.
Sin duda se puede decir que “entregó su vida” a la política y el servicio público.
Ejemplo exagerado
Creo que todos, sus correligionarios y sus adversarios, coinciden en que Larrañaga es uno de esos dirigentes que enaltecen al sistema político uruguayo, a veces tan cuestionado.
Yo diría, incluso, que es un ejemplo extremo, exagerado, de dedicación excesiva, lo que lo llevó a postergar descansos que su cuerpo le pedía a gritos y hasta intervenciones quirúrgicas que resultaban imprescindibles.
Cara o cruz
En ese sentido el ejemplo más contudente estuvo en su etapa más reciente, en los últimos tres años hasta la muerte del sábado pasado.
Tal vez ustedes lo recuerden. En el período pasado el liderazgo de Larrañaga dentro del espacio wilsonista de su partido estaba muy venido a menos; varios dirigentes de su sector lo abandonaban y muchos le aconsejaban que diera un paso al costado y no volviera a presentarse en las elecciones internas. Sin embargo, en esa circunstancia ideó y puso en marcha, prácticamente en solitario (sin el apoyo de Lacalle Pou, por ejemplo), la campaña “Vivir sin miedo”, una recolección de firmas en busca de un plebiscito para aprobar por la vía de la reforma constitucional una serie de leyes que de seguridad pública que en el Parlamento no habían prosperado por el rechazo de la mayoría frenteamplista (y por diferencias con algunos correligionarios blancos).
Su iniciativa fracasó (tuvo el 47% de los votos en las urnas) pero el escaso margen que le faltó y la movilización que Larrañaga encabezó en torno a estos temas lo reposicionaron políticamente.
Casi fundido y con el físico muy maltrecho encaró luego su batalla siguiente, como aspirante a la candidatura presidencial. Perdió en la interna del Partido Nacional que ganó Lacalle Pou pero debió digerir que incluso lo superaba el recién llegado Juan Sartori. ¿Dio un paso al costado? No. Luego de esa enésima caída se levantó otra vez. Para los comicios de octubre se presentó como candidato al Senado por Alianza Nacional y apoyó en todo el país la fórmula Lacalle Pou-Argimón. Y también militó luego por esa opción para la segunda vuelta.
A fines de 2019, cuando la coalición multicolor alcanzó finalmente su triunfo, cualquiera que trataba a Larrañaga se encontraba con un hombre satisfecho, sí, pero al mismo tiempo extenuado, desde todo punto de vista, en especial en lo físico, sobre todo con esa espalda que no le daba tregua. En ese momento Larrañaga tenía muy bien merecidas unas largas vacaciones o un cargo que le permitiera un afloje de la actividad para dedicarse algo más a su familia y ocuparse de sanar su propio cuerpo. En cambio, cuando Lacalle Pou le propuso el Ministerio del Interior, el más arduo de los que estaban en oferta, Larrañaga entendió que no podía hacer otra cosa que aceptar.
En setiembre del año pasado, cuando visitó por primera vez como ministro el estudio de En Perspectiva, yo le pregunté a propósito del dilema de aquella decisión. Este fragmento -de apenas tres minutos- de aquel reportaje es muy revelador sobre la manera de ser de Jorge Larrañaga y sobre lo que significaban para él la política y el servicio público.
Soy un ministro 24/7. Soy un ministro que con mi equipo está permanentemente en el territorio nacional, sin descuidar nada. No me imaginaba en el Ministerio del Interior. Se me presentó unos días antes de la primera vuelta cuando el hoy presidente Lacalle me dijo que yo tenía un cargo en el Poder Ejecutivo. Yo le expresé que no era ese el momento. Ahí cobré conciencia de que si ganábamos iba a tener esa responsabilidad y que no podía eludirla. Mi entorno y mi familia no querían que yo agarrara. Pero yo les expresé que no es coherente estar criticando durante años una política y cuando uno tiene la posiblidad de cambiarla no afrontar el desafío. En la vida hay que enfrentar desafíos y decisiones complejas. Uno no tiene derecho a andar especulando, a ver qué me conviene y que no me conviene. Cara o cruz, como en mucho episodios de mi vida ha sido así. He estado en la vida política procurando una coherencia desde un trabajo con honesitdiad seriedad, esfuerzo y sacrificio. Mas allá de los riesgos, enfrento este desafío como algo vital tomando en cuenta la hipoteca gravísima que se dejó en términos de fracaso de la política social, educativa y de seguridad pública.