Trepar los 170 metros del Cerro de los Burros lleva unos pocos minutos, e implica un paseo donde todos los sentidos son estimulados. Con un poco de suerte, un visitante discreto podrá toparse con un ciervo, o ver muy de cerca el vuelo de una pareja de buitres. Pero la combinación de mar, campo, sierra y turismo es explosiva, y requiere regulación para que un equilibrio muy frágil pueda perdurar. Crónica de Pablo Fernández.
Crónicas de verano
Jueves 11.02.2016
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