Por Gonzalo Pérez del Castillo ///
He terminado de leer recientemente nada menos que el voluminoso libro de Miguel de Cervantes El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha enteramente comentado por Clemencín y precedido por un estudio crítico de Luis Astrana Marín. Un plato fuerte que solo recomiendo a quienes son verdaderos adictos a la lectura, pero a ellos sí, se los recomiendo altamente. Todo el libro (son dos en realidad) es un descubrimiento pero voy a realizar para esta página solo dos o tres comentarios que son meras curiosidades y pueden ser de interés general.
En primer lugar el episodio de los molinos de viento, tal vez aquel por el cual la locura y la audacia de Don Quijote es más celebrada, es solo uno de los primeros episodios que enfrenta este caballero andante y su escudero a poco de comenzar la aventura. No es el más fantasioso, ni el más divertido ni aquel en que Don Quijote da mejor muestra de su infinito, indomable coraje. Mas valor demuestra en el episodio de los leones y mucho más divertido resulta su tan indignado como devastador ataque a los títeres. Pero el ataque a los molinos de viento es el más famoso. No me explico por qué.
En segundo lugar, y no creo estar equivocado, en ningún momento Don Quijote pronuncia una de las frases por la que es más célebre: “Ladran Sancho, señal que cabalgamos”. No la encontré. Y tengo una versión muy completa.
El tercer comentario es la confesión de una desilusión. No me gustó el final. Sabía que Don Quijote moría en su cama y no en algún campo de batalla lidiando contra un real o ficticio adversario. Lo que no recordaba es que le volvió la cordura antes de morir: “Ya no soy Don Quijote de La Mancha sino Alonso Quijano… ya me son odiosas todas las historias profanas de la andante caballería; ya conozco mi necedad y el peligro en que me pusieron haberlas leído etc.”.
A mí, que a esta altura admiraba al Caballero de la Triste Figura, sus locuras (¿quién no las tiene?), su inmensa dignidad, su desprecio al miedo, su inmediata reacción ante cualquier evento que tocase su honor o el de su amada Dulcinea, me cayó muy mal. Imaginé que moriría como en la canción de Jacques Brel, en su lecho sí, pero sin haber renunciado a perseguir la estrella inalcanzable. Tal vez algún lector más ilustrado sepa darme consuelo sobre estos puntos.
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Sobre el autor
Gonzalo Pérez del Castillo (Montevideo, 1946) es ingeniero agrónomo. Colaborador de En Perspectiva desde 2006, actualmente integra La Mesa de En Perspectiva. Es autor del libro Versos de una vida, publicado en 2013.