Por Susana Mangana ///
El ministro de Defensa e hijo del Rey Salmán de Arabia Saudí, Mohamed Bin Salmán, anunció la creación de una nueva, otra más, coalición militar contra el terrorismo yihadista. Lo novedoso del anuncio quizá sea que se trata de una agrupación de 34 países de confesión musulmana y de la rama suní.
Llama la atención que si el objetivo declarado es combatir terroristas que instrumentalizan el Islam para pecunio propio no se haya invitado a Irán o Siria. El motivo es evidente. Irán es musulmán pero fiel a la doctrina del chiísmo y el gobierno de Siria, que no el pueblo, está controlado por una minoría dentro de los chiíes llamada alauíes. Razón principal por la que Irán financia y apoya a la familia en el poder Al Asad.
Qué tipo de operaciones militares coordinarán países tan distantes como poco habituados a consensuar políticas, Turquía y Pakistán por ejemplo o qué monto económico aportarán al cuartel central instalado en la capital saudí Riad, son algunas de las preguntas que surgen y que las primeras declaraciones oficiales no responden.
Asimismo, cuando el ministro saudí declara la intención de su país de coordinar acciones en Siria o Irak con los gobiernos locales omite explicar cómo se entenderá de repente con sus representantes, a quienes considera ilegítimos y carentes de credibilidad alguna por ser de extracción chií y estar apoyados por Irán.
Tampoco aclara qué tipo de cláusulas del derecho internacional avalarán dichas acciones y se limita a explicar que cualquier intervención se hará de acuerdo a las leyes locales. Esto sí es grave ya que en la mayoría de los países afectados por el terrorismo de base islamista campea el caos y el vacío legal, Somalia o Libia por ejemplo y en otros las violaciones a los derechos humanos se han naturalizado de manera ignominiosa.
Triste es ver también que los países que aceptaron participar de esta iniciativa apuestan de nuevo a la militarización del problema y no a la inversión en mayores esfuerzos y fondos para erradicar las causas de la radicalización en el seno de la comunidad musulmana a nivel mundial.
Las razones del radicalismo son varias, algunas reales y otras percepciones que alimentaron por décadas un imaginario colectivo árabe y musulmán donde Occidente es responsable de todos sus males. La colonización europea y su división caprichosa del Norte de África y Medio Oriente, las secuelas de las guerras de liberación, las promesas británicas al clan Hachemí de un gran reino en el Levante y Mesopotamia o la política exterior beligerante de EEUU son solo algunas de las perlas que jalonan el rosario de argumentos que nutren las fantasías y sed de venganza de algunos musulmanes devenidos en fanáticos.
Aunque les asiste buena parte de razón también es justo reconocer que los gobiernos que les tocaron en suerte tras alcanzar la independencia fracasaron una y otra vez a la hora de implementar políticas, sobre todo económicas eficaces y capaces de alcanzar una mejoría en la calidad de vida de sus ciudadanos.
Tampoco es culpable Europa o EEUU de la manipulación constante que dichos gobiernos de la región hacen de asociaciones islamistas. Cuando les convino dar alas a grupos islamistas para frenar el impacto del comunismo y su consabida lucha de clases, catapultaron a la Hermandad Musulmana y financiaron mezquitas barriales en las que imanes con cuestionables credenciales en materia de teología islámica arengaban, algunos lo siguen haciendo, en contra de cristianos, judíos, infieles, europeos y norteamericanos, en fin en contra de todo el mundo que no fuera como ellos, incluidos otros musulmanes que se negaban a participar de su interpretación del Corán.
La brecha entre países ricos y pobres dentro del mundo musulmán agrava el sentimiento de frustración y rabia que embarga desde hace décadas a jóvenes desesperados que a falta de instrucción basada en el pensamiento crítico y no en el adoctrinamiento rancio, se dejan embaucar por grupos que como Al Qaeda antes y hoy Daesh prometen una vida de ensueño donde el Islam se respeta a rajatabla, un estado o califato islámico como sistema perfecto.
Cabe preguntarse por qué países acaudalados como son los del Golfo Pérsico no han cooperado más para desarrollar economías de países hermanos de fe. Y cuando lo hacen bien que lo cobran exigiendo después lealtad absoluta a sus posicionamientos.
Arabia Saudí logra así socios para su particular lucha contra sus rivales históricos los persas. Pero no es con armas que se ganará el combate a la ideología radical que subyace al yihadismo, sino con educación y formación religiosa adecuadamente supervisada por autoridades competentes, ¿o no?
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, viernes 18.12.2015, hora 08.05
Sobre la autora
Susana Mangana, doctora en Estudios Árabes e Islámicos por la Universidad Autónoma de Madrid y MBA por la Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, es docente e investigadora en la Universidad Católica del Uruguay y analista de política internacional en medios nacionales e internacionales.