Por Emiliano Cotelo ///
En el periodismo estamos acostumbrados a lidiar con muertos. Una simple mirada a nuestro panorama informativo basta para entender de qué hablo. Contamos los muertos de a uno si se trata de nuestro país, por decenas en la Franja de Gaza, de a cientos en el Mar Mediterráneo, de a miles en Siria…
¿Y cuando no hay muertos? ¿Es noticia que no haya habido muertos cuando pudo haberlos y, por casualidad o por suerte, no los hubo? Pienso en esto a raíz de una columna con la que me crucé esta semana en las redes sociales. El título tenía un aire de aviso clasificado: “Necesitamos muertos”.
Aclaro que no conozco a quien la escribió. Se trata de un hincha de Liverpool que, como él mismo explica, el viernes [29 de abril] de noche concurrió en familia al estadio Campeón del Siglo en ocasión del partido entre su club y el dueño de casa, Peñarol.
El autor, muy honestamente, cuenta que asistieron para apoyar a su equipo, claro, pero también para conocer el flamante escenario del que desde hace algunas semanas dispone el fútbol uruguayo. Y enseguida su narración se centra en una serie de anormalidades que allí ocurrieron, que afortunadamente no pasaron a mayores pero que –y ese es el quid de la cuestión– sí pudieron terminar mal.
Dice que en los minutos previos al encuentro ellos notaron que “la parcialidad de Peñarol contaba con bengalas y banderas de más de dos metros por un metro, siendo elementos específicamente prohibidos por el Ministerio del Interior”. Agrega que “el partido comenzó sin ningún tipo de inconveniente, como si aquellas bengalas hubieran llegado a la cancha por mera viveza criolla, en vez de ser una violación a lo establecido por las autoridades competentes.” Sin embargo, “a los 20 minutos del primer tiempo ya empezaron a escuchar las explosiones”.
Leo textual: “Los hinchas de Peñarol con quienes compartíamos, vallado de por medio, la tribuna Güelfi, estaban tirando bombas brasileras hacia nuestro lado de la tribuna. Las primeras cayeron en el área vacía entre los vallados; las últimas fueron a más. Un par de bombas cayeron en el medio de la hinchada, y tuvimos que alejarnos corriendo para que no nos lastimaran. No querían asustarnos, no querían simplemente marcar localía: querían agredirnos. No por ser nosotros, sino por ser los otros de turno”.
Según el relato, los simpatizantes de Liverpool fueron a hablar “con los hombres contratados por Peñarol para ejercer el rol de seguridad” para alertarlos de lo que sucedía, pero la única respuesta que obtuvieron fue que ellos también, esos funcionarios, estaban siendo atacados.
Entonces el hincha de Liverpool se pregunta: “Si el Ministerio del Interior prohíbe el ingreso de todo tipo de pirotecnia, y a los veinte minutos se escuchan explosiones, ¿por qué no se pausa el partido”. Y sigue preguntando. Por ejemplo, increpa al lector con este otro planteo: “¿Te das cuenta de que los partidos con hechos específicos de violencia no se suspenden por miedo a la violencia que puede generar la suspensión?”
Suena entreverado pero es verdad. Ustedes ya saben de memoria cómo es ese juego de la mosqueta penoso que desde hace años protagonizan los clubes, la Asociación Uruguaya de Fútbol y el Ministerio del Interior cada vez que la sangre llega al río:
- No se puede llevar bengalas a las canchas, pero se las tolera.
- Parece imprescindible poner cámaras de video vigilancia, pero la inversión se demora y se demora.
- Hay que aplicar el derecho de admisión, pero nadie pone los nombres arriba de la mesa.
- Convendría modificar algunas normas, pero no se legisla.
- Habría que detener un partido cuando las cosas se salen de control, pero la pelota sigue rodando, incluso cuando desde las tribunas se entonan canciones que celebran la muerte de un hincha de un cuadro rival.
El autor de la columna habla de algo parecido: “el círculo vicioso de la impunidad”. Y después dispara otra pregunta incómoda: “¿Te das cuenta de que necesitamos muertos?” La frase suena como un cachetazo. Pero el texto sigue para adelante lleno de indignación y frustración. Por lo visto, dice, “necesitamos muertos para poner en marcha el retorcido sistema de lamentarnos por cosas que perfectamente podemos evitar”. Es una conclusión tremenda, que nos cuestiona a todos los uruguayos, incluidos, por supuesto, a los periodistas y los medios de comunicación.
Como señala este hincha de Liverpool, aquel viernes gélido de abril él y sus familiares y amigos que estaban siendo acosados y directamente agredidos necesitaban un muerto “para ser tenidos en cuenta”. Y no hubo muerto. Por lo tanto, la mosqueta sigue, sin que se haga nada concreto para evitar el muerto que en cualquier momento vamos a volver a tener en un partido del fútbol uruguayo.
***
Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 06.05.2016, hora 08.05