Por Susana Mangana ///
Vivimos en tiempos vertiginosos, ya se sabe. Las cosas son cada vez más efímeras, incluso las alegrías y festejos. El viernes pasado celebrabamos que este año el premio Nobel de la Paz hubiera recaído sobre el Cuarteto del Diálogo Nacional tunecino que agrupa a referentes de la sociedad civil del pequeño país magrebí y dos días después grupos similares en Turquía sufrían un atentado sanguinario en Ankara, la capital. Partidos de izquierda y ciudadanos kurdos residentes en Turquía habían convocado a una marcha por la paz en Ankara cuando dos suicidas se inmolaron masacrando a 97 personas de un plumazo.
La comunidad internacional quiso esta vez otorgar el galardón Nobel a parte de la sociedad civil tunecina como un recordatorio para otros países árabes y musulmanes en los que la polarización social o inestabilidad política amenaza con agudizarse. Es pues una clara señal de que Occidente desea ver que se apuesta al diálogo en estas sociedades árabes y no al militarismo y autoritarismo.
Los sindicatos obreros, colegios de abogados, organizaciones defensoras de los Derechos Humanos y los empresarios apostaron por la búsqueda de fórmulas de diálogo para apoyar los logros cosechados tras las revueltas de 2011 y para que la revolución no naufragara. Túnez es el único país árabe de los muchos que vivieron el levantamiento de sus poblaciones que ha logrado concretar un cambio de régimen y una salida consensuada a la crisis institucional y política que también amenazó el proceso de transición democrática. Ni Egipto, ni Libia o Yemen pudieron profundizar estos cambios, pues en realidad se produjo una especie de contrarrevolución que echó por tierra las expectativas de los ciudadanos. Y es que contrario a lo que solemos pensar en Occidente, la sociedad civil en estos países árabes existe y en ocasiones es fuerte y activa. Ese es el caso de Túnez o Marruecos, países ambos en los que las organizaciones de derechos humanos tienen larga data.
Turquía creíamos era similar. Pero desde hace ya algún tiempo su presidente Recep Tayeb Erdogan parece haberse desconectado de los reclamos populares que le exigen mayor humildad y talante de diálogo y que se aleje de posturas autoritarias que tratan de imponer su particular visión del Islam. Para un país que viene negociando su adhesiòn a la Unión Europea desde inicios de la década de 1960 el atentado del domingo en Ankara, el peor de la historia moderna de Turquía, supone un fuerte varapalo.
Familiares de las víctimas y supervivientes denuncian la falta de protección y vigilancia de efectivos policiales el día de la marcha así como la incomprensible demora de las ambulancias en llegar al lugar del atentado. Y aunque las autoridades turcas repiten machaconamente que el autor material del atentado es el Estado Islámico, los kurdos y simpatizantes de la causa del pueblo kurdo así como militantes de partidos de izquierda acusan abiertamente al gobierno de Erdogan, En los hechos son muchos los grupos que tienen algo que ganar con el atentado. El temido Daesh o Estado Islámico, de confirmarse su autoría, logra vengarse del gobierno turco que ha endurecido su combate a sus miembros e impide el paso de potenciales yihadistas –y de armas– que antes cruzaban la frontera entre Siria y Turquía.
El histórico partido de los trabajadores del Kurdistán, PKK, cuyo líder Ocalán está encarcelado desde la década del 90 podría querer asestar un golpe o escarmiento al gobierno turco por bombardear sistemáticamente posiciones del PKK en la frontera con Siria donde luchan cuerpo a cuerpo con milicianos de Daesh para proteger ese territorio. Sin embargo es altamente improbable que el PKK haya podido atacar a una manifestación cívica donde muchos de sus simpatizantes estaban concentrados.
Los partidos izquierdistas más radicales podrían también querer desestabilizar al gobierno dirigido por Erdogan a quien consideran un presidente con veleidades de Sultán. Pero se repite el ejemplo anterior, había muchos militantes de izquierda reunidos en esa marcha que irónicamente se organizó con el lema por la Paz, el trabajo y la democracia.
Erdogan necesita cambiar su estrategia si no quiere serguir pisando en falso. Se acercan las elecciones generales de noviembre y atrás quedó su carismático aplomo y aspecto atildado que tanto gusta en Europa y Occidente. En el actual clima de confrontación bélica que se vive en Irak y Siria, una Turquía inestable y fracturada no es un buen augurio y la Unión Europea, OTAN y otros socios de Ankara deben redoblar esfuerzos para que Turquía no descarrile.
***
Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, martes 13.10.2015, hora 08.05
Sobre la autora
Susana Mangana, doctora en Estudios Árabes e Islámicos por la Universidad Autónoma de Madrid y MBA por la Universidad Pontificia de Comillas, Madrid, es docente e investigadora en la Universidad Católica del Uruguay y analista de política internacional en medios nacionales e internacionales.