Editorial

Derechos humanos: El pasado siempre vuelve

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Por Fernando Butazzoni ///

Hace un par de semanas estuvo en Montevideo Camilo Maraboto, un uruguayo de 35 años que vive en Italia desde hace más de una década y que cobró notoriedad internacional cuando, a mediados de 2013, denunció públicamente a su padre biológico, al que acusó de cometer crímenes de lesa humanidad durante la dictadura.

El genitor de Maraboto es Ariel Ricci Cabeza, quien a comienzos de la década del 70 devino en un destacado militante de la Unión de la Juventud Comunista. Tras su arresto en 1975, participó activamente en tareas represivas con las llamadas “Fuerzas Conjuntas”. Entre otros delitos, en una causa iniciada en el juzgado Penal 17° en 2011, a Ricci se lo acusa de detenciones ilegales e intervención en torturas. También se lo señala como partícipe en el intento de violación que sufriera Mabel Martínez Albergati, y se lo identifica como uno de los secuestradores, en 1977, del dirigente comunista Oscar Tassino, que está desaparecido desde entonces.

A partir de las revelaciones de Camilo Maraboto, quien se enteró de la identidad de su padre poco tiempo atrás, he seguido la pista de Ariel Ricci. Estudié su vida, hablé con sus antiguos amigos, con sus ex compañeros y con un par de novias que tuvo en su juventud. Revolví papeles y descubrí algunos mínimos secretos: la poesía que escribió en Montevideo, su trabajo como traductor, la enfermedad que casi lo mata, su militancia a favor del control de armas, la relación con su primera esposa.

Él se inventó una vida en Brasil a espaldas de su propio pasado. Se casó, tuvo dos hijos, se divorció y al tiempo volvió a casarse con una paulista, con quien regenteó un centro de estudios budistas llamado “Instituto Gotas de Rocío”, en la ciudad de Taubaté. Después se enfermó de cáncer, pero zafó tras una compleja intervención quirúrgica en la vejiga y un prolongado tratamiento.

Camilo Maraboto logró seguirle el rastro hasta Búzios, en el litoral carioca: ahí vive Ariel Ricci con su nombre, su apellido y su afición por el budismo. Su hijo mostró, cuando estuvo en Montevideo hace un par de semanas, fotografías actuales del personaje y pidió que la Justicia actúe. Lo curioso es que, con señales tan firmes acerca de su paradero y acusaciones tan graves en su contra, nadie en el ámbito de la Justicia uruguaya logró promover la causa lo suficiente como para solicitar la extradición de Ricci desde Brasil.

La explicación de tal conducta tal vez esté en una copia del parte de inteligencia que daba cuenta del arresto de Ricci en 1975. Según ese documento interno de la Dirección Nacional de Información e Inteligencia (DNII), que encontré mientras investigaba y tengo ante mí, él se domiciliaba en Montevideo en un edificio de apartamentos de la calle Carlos Berg, y era titular de la cédula de identidad número 1.240.369. En el parte se afirma que fue detenido “el día 29 de febrero de 1975” y puesto a disposición de la Justicia Militar, acusado de “vilipendio a las Fuerzas Armadas”.

La inconsistencia de ese documento radica en que el año 1975 no fue bisiesto, por lo tanto el mes de febrero tuvo 28 días. El día 29 de febrero de 1975 no existió. O bien fue un error tipográfico en el parte de Inteligencia, improbable dado el nivel de detalle y concisión de esos partes (domicilios, teléfonos, números de documentos, etc., siempre precisos), o su arresto fue un invento para proteger a quien era un agente infiltrado que, tal vez, había sido descubierto.

Si esa fuera la cuestión, lo más probable es que Ricci figure en ciertas listas como antiguo integrante de los servicios secretos de la Policía, o quizá de la Prefectura Nacional Naval, en cuyo caso cualquier abogado experto en gambetas jurídicas no tardaría en señalar que Ricci, pese a las apariencias, se encontraba en su momento amparado en la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado, más conocida –y más correctamente llamada– ley de impunidad.

De todas formas, algunos silencios resultan chocantes. Es desalentador, por ejemplo, no oír ninguna voz en el Parlamento que muestre interés en el caso, cuando menos para solicitar explicaciones sobre la inacción del Estado. También aflige recorrer los pronunciamientos y opiniones de varios sectores políticos de la izquierda y encontrar el mismo silencio. El Partido Comunista de Uruguay, al que pertenecía Ricci, no ha hecho referencia a la reciente denuncia de su hijo biológico, que en un gesto tan doloroso como enaltecedor decidió mirar la verdad cara a cara, sin subterfugios ni cálculos mezquinos. Todos deberíamos aprender de la conducta de Camilo Maraboto, en especial aquellos que miran al pasado solo cuando les conviene.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, jueves 22.10.2015, hora 08.05

Publicado originalmente en El diario del lunes, en EnPerspectiva.net, lunes 19.10.2015

Sobre el autor
Fernando Butazzoni es escritor, periodista y guionista. Fue tupamaro y en 1972 debió iniciar un largo exilio que lo llevó a vivir en distintos países de América Latina y Europa. Combatió junto al Frente Sandinista en la guerra popular de Nicaragua. Dirigió revistas y fue corresponsal de guerra. Entre 2010 y 2013 ejerció la presidencia del Sodre. Colaborador de En Perspectiva, integra La Mesa de los Jueves.

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