Por José Rilla ///
Creo que no hay forma de hablar de un amigo que se murió si no es hablando de uno mismo. Hablar del modo en que pasó por uno y dar así un testimonio.
Luciano Álvarez no era un tipo fácil, pero yo lo quería mucho. Me llevaba unos años, tantos como cuando él salía del IPA yo entraba, y nos cruzábamos en las mesas de exámenes del liceo 19. Reconozco ahora, cuarenta años más tarde, una admiración casi incondicional por quien -como mi primer maestro José de Torres Wilson- había hecho de la radio una de mis compañeras más fieles de mi soledad. Luciano era hombre de radio, es decir, hablaba de música, de cine, de literatura, de historia, con un estilo amable, conversatorio, refinado pero nunca elitista. Todo bajo la batuta sabia de Rubén Castillo en Sarandí.
Más tarde nos encontramos en el CLAEH, promediados los 80. Él se había ido a estudiar a Lovaina, cerca de Bruselas, donde se doctoró en Comunicación. No era de abandonar equipajes en el camino: volvió más ilustrado y competente, había pasado por la semiótica, por la filosofía y por la teoría política, pero mantenía la vigilia de la avidez por todo. El CLAEH era un cruce de caminos, de perspectivas, de debates luminosos en medio de la noche cerrada de la dictadura. Creo que aprendimos juntos a apreciar el diálogo, la controversia, el intercambio exigente de razones públicas. Ahí descubrimos a un pionero en varias pistas: Luciano fue de los primeros académicos uruguayos en tomar en serio a la televisión, en estudiar los espacios comunicativos en clave ciudadana, en ponernos frente al problema de la comunicación y la democracia.
Cuando cesó la intervención en la Universidad de la República se ocupó de animar allí los estudios en Comunicación, y poco más tarde, hasta no hace mucho, a impulsar esa formación en la Universidad Católica. Se adelantó con botas de siete leguas cuando procuró combinar el mundo audiovisual con la ingeniería. O cuando hizo de la fundación Banco de Boston un actor dinámico de la promoción cultural.
La sofisticación y el refinamiento de sus dominios nunca lo llevaron lejos de la llaneza bien entendida, de la prosa directa, de la conversación ardua en la que siempre prefería escucharse. El hijo de un pequeño comerciante asturiano, el curioso bolichero, sabía distinguir lo importante de lo banal, la palabra del ruido (la radio, la radio…). Y abrazaba con erudita pasión varias de las claves de la cultura popular. Hablo del fútbol y de Peñarol, claro, aunque no sé bien en qué orden; también del tango (oigo a Vera Sienra en un vals, intensa y única, Desde el Alma), hablo del cine de todos los tiempos, del barrio de Punta Carretas y sus historias perdidas… Hablo de las horas y horas de “películas escondidas en los sótanos y altillos” –así decía el llamado de Canal 10- que Luciano devolvió a nuestra comunidad bajo la forma de Inéditos, programa que conmovió a la televisión del Uruguay en un entrañable y estilizado ejercicio de memoria.
Su más reciente experiencia de columnista en El País lo extenuaba tanto como lo atraía: cada nota le requería horas de lectura y estudio –me decía-, cada opinión le costaba el aplauso o la furia de los lectores, y pocas veces la indiferencia. Pero siempre contaba historias, la historia. Nada podía ser explicado si no era narrado, puesto en la más esmerada contingencia humana.
Lo visité hace tres meses en su casa, una tarde de invierno: detrás de su fatiga y dignidad, con una lucidez aleccionante me contó emocionado -una vez más- de cada uno sus hijos, me habló de un guión que preparaba para una serie de televisión en España, de un viaje familiar soñado, otra vez en Europa. Allí quedé, “inútilmente triste” como decía Homero.
El sábado se fue a otro viaje, y espero desde la fe cristiana que compartimos, más fuerte la de él que la mía, que tenga la buena paz para siempre.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, viernes 14.08.2018
Sobre el autor
José Rilla es profesor de Historia egresado del IPA, doctor en Historia por la Universidad Nacional de La Plata, Buenos Aires. Profesor Titular en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República y Decano de la Facultad de la Cultura de la Universidad CLAEH. Investigador del Sistema Nacional de Investigadores, ANII.