Editorial

El desafío que nos plantea la violencia

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Por Daniel Supervielle ///

Diana Gonnet era una mujer con la vida por delante. Docente vocacional, soñaba con un mundo mejor. Le gustaban los animales y escuchar a Nirvana. Tenía 36 años cuando un mediodía fue a comprar ravioles. Terminó baleada por un delincuente y a las pocas horas murió. Un drama humano, una familia partida y la sensación de que la violencia nos está ganando.

Marcos Melo era un policía honesto que vivía en Santa Catalina. Fue asesinado el 7 de agosto por la espalda. Un menor de edad fue el autor del crimen a sangre fría. Luego de su muerte nos enteramos que estaba amenazado y que había pedido ayuda. El Estado que debió cuidar por la vida de Melo y Gonnet no lo hizo. Hoy están enterrados. Sus seres queridos los lloran y la comunidad vive con una sensación de desprotección y vulnerabilidad terrible.

En los últimos años nuestra sociedad se ha ido habituando a muertes de ciudadanos comunes. Los puedo rememorar casi de memoria: el panchero de La Pasiva, el pistero de la rambla de Malvín, Lola, la chica de Valizas, la kioskera de Colón, el repartidor de Sayago, el delivery de La Blanqueada, el taxista de Minas, los Rodrigo de la Aguada… y la lista sigue interminable y lamentable.

Poco a poco nos fuimos acostumbrando a llorar a nuestros muertos comunes, esos que no son famosos ni lo serán nunca, pero que hacen a la esencia de la sociedad por la cual nuestros gobernantes sacan pecho en el exterior, vanagloriándose de la uruguayez amortiguada e integrada.

Hoy sabemos que tal afirmación se ha vuelto difícil de sostener. Una incómoda sentencia que los uruguayos queremos creer para no ver lo que muestra el espejo de años y años de desintegración social y políticas ineficaces contra el delito.

Para peor cuando un grupo de vecinos intenta organizarse exigiendo que no maten más gente inocente enseguida llega la voz de la aplanadora moralista a tildar de oportunistas y hasta de fascistas a quienes plantean una reivindicación legítima que expresa su indignación e impotencia ante la violencia cada vez más violenta. Es un contrasentido democrático. Incluso, esos gritos son cuestionados y hasta denostados por las plumas sagradas de la opinión oficialista vernácula. Admitamos que las marchas en reclamo de seguridad no han convocado multitudes, pero el clamor incómodo se siente cada vez más.

Días pasados el popular comunicador Orlando Petinatti utilizó su tribuna radial para marcar su indignación ante la muerte de Gonnet. Inmediatamente quisieron matar al mensajero cuestionándolo, denigrándolo e insultándolos. Todos malos síntomas que hablan de un estado de ánimo ciudadano del que nada bueno puede nacer. ¿Qué hacer? No lo sé. Hay gente al frente del Estado, hay un gobierno, hay una mayoría que votó la continuidad de las políticas de seguridad pública en Uruguay. No es cierto esa frase absurda, mesocrática y liviana que aparece cada vez que matan a un inocente y que dice: “todos somos responsables”.

¿Qué hacer? Repito: no lo sé. Pero quiero proponer un punto de partida. Una frase que tenía colgada en su Facebook la educadora Diana Gonnet y que decía: "Una persona positiva convierte sus retos en desafíos, nunca en obstáculos". Intuyo que la sociedad civil, no violenta, no partidaria, silenciosa, debería detenerse ante esta frase de la educadora. Tomarla y a partir de allí hacer escuchar su voz para intentar salvaguardar el resabio de civilidad que aun custodian en sus hogares los uruguayos comunes, que son quienes sostienen esta nación.

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