Editorial

El dolor de ya no ser

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Por Rafael Mandressi ///

Dilma se fue y es poco probable que vuelva. Brasil duele. El gordo de Sudamérica, fajado por los ladrones y los locos de dios, se va, cuesta abajo en su rodada, devorándose el hígado a sí mismo entre traiciones, chapucerías, delirios evangélicos y eructos de regocijo de los industriales paulistas.

Cristina Fernández se fue, en su caso irreprochablemente derrotada. Argentina duele, pero no por el eclipse provisorio del peronismo, y cuanto menos provisorio mejor, sino porque lo remplaza otra caterva, que apenas si exhibe de otro modo sus apetitos mientras va recitando los versículos del evangelio según Berlusconi.

Maduro no se fue. Venezuela duele. Duele porque Maduro no se fue, porque quizá haya sangre en las calles antes de que se vaya y porque cuando se vaya otros vendrán que quizá bueno lo hagan, vociferando como él en sus penosos intentos de remedar a Hugo Chávez, vistiendo también equipos deportivos satinados o, peor aún, otro tipo de uniformes.

Hay más dolores sudamericanos. Fujimori, por ejemplo, puede volver, en ancas de Keiko, la hija del padre. Perú duele, porque la alternativa es Pedro Pablo Kuczinski, y uno u otro van a ocupar el lugar de un militar opaco, un tal Ollanta Humala, en quien algunos creyeron alguna vez ver algo más que un pequeño opositor al olvidable Alan García.

¿Qué es lo que duele en esos dolores? Una amargura, una decepción, una preocupación, parecidas a las de un despertar, con el sol del mediodía en la cara, después de una noche de jolgorio con mucho alcohol. En Europa, vieja y cansada, esas resacas son ya moneda corriente. La socialdemocracia camina con énfasis hacia su tumba, “Podemos” no puede, la izquierda griega capitula, la derecha respetable, con perdón por el oxímoron, naufraga abrazada a su empobrecido recetario. Queda un paisaje desesperante y desesperanzador, surcado por fracturas donde una ultraderecha primitiva prospera gracias al voto de los pobres y abre, en una sonrisa cada vez más ancha, sus fauces malolientes.

Europa duele, y duele más todavía cuando se deshonra escupiéndoles el rostro a cientos de miles de desheredados, prófugos de la desgracia, que buscan no morir masacrados con saña a fuerza de bombas, sables, gas y metralla.

EEUU no duele, pero suele hacer doler. Allí un señor anaranjado, de ideas y verbo porcinos, tiene chances de llegar a la presidencia dentro de algunos meses. Ese señor quiere construir un muro profiláctico en la frontera con México. México, cuya descomposición sangrienta también duele, así como duele, un poco más al sur, la Nicaragua misérrima abotonada por la pareja gobernante del comandante Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo, un animal bicéfalo a la Ceaușescu, incrustado sin pudor en las antípodas del sandinismo de otrora.

La lista de los dolores es larga, y suena como una letanía pesimista, que va enhebrando desencantos, temores, frustraciones y repugnancias fatigadas. Pido perdón por compartirla así, en bruto, tan luego un lunes a las ocho de la mañana, y en tiempos en que esas nubes de desánimo ni siquiera parecen presagiar una tormenta que limpie un poco el aire.

Falta Uruguay, por lo demás: ¿lista incompleta, o en Uruguay nada parecido duele? Prefiero recostarme, con algo de cobardía, en la autocomplacencia uruguaya, y dejar que el futuro decida. Será quizá a corto plazo, cuando a la vieja y querida pregunta ¿somos o no somos? nadie sepa muy bien qué responder.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 23.05.2016

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

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