Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti
Es difícil por estos días escapar a algunos temas que se han vuelto casi cotidianos. Hablar de la violencia del extremismo religioso que mata en nombre de algún dios, o de “lobos solitarios” que matan porque simpatizan con los primeros, es un tema de todos los días. Es claro que nuestra primera reacción es horrorizarnos por ataques y atentados de toda índole, y compadecernos por quienes sufren por esas acciones inhumanas. Es lo que cabe como seres humanos. Es lo que cualquiera de nosotros debería sentir.
Más allá de la reacción debe, que es lo primero y principal, debe también aparecer el análisis, porque ninguno de estos actos cobardes como el atentado de Niza, el atentado del Bataclan en París, la matanza en la discoteca de Orlando, los casi 300 muertos en Irak de hace pocos días en Irak o el más reciente en un tren en Alemania esta semana, pasan libres de consecuencias políticas.
El estado de inseguridad, miedo e incertidumbre que solo se puede combatir tratando de llevar una vida lo más normal posible para no ceder a la amenaza, tiene, inevitablemente, repercusiones en las opciones políticas y electorales. Y eso los extremistas lo saben.
No es casualidad que Francia, cuna del principio de libertad, igualdad y fraternidad, sea un blanco preferido. No es casualidad que EEUU al igual que otras democracias occidentales estén entre los objetivos principales del terrorismo, en el caso norteamericano, alimentado además por la facilidad de acceso a armas por parte de desequilibrados mentales que encuentran en el fanatismo extremo alguna razón para sostener su miserable existencia.
En este punto de la Historia, lo que estos atentados pueden poner en peligro no es la estabilidad de democracias consolidadas, ni siquiera la creencia en la democracia como sistema de gobierno. En este punto lo que puede verse erosionados son algunos de los principios más básicos en los que se sostienen nuestras democracias occidentales, para dar paso a otros extremismos, esta vez políticos, que se apoyan en el descreimiento, la inseguridad y la sensación de desprotección de algunos para volantear soluciones facilistas, muchas veces impracticables y sin sentido.
En este sentido, la paridad en las encuestas entre los aspirantes presidenciales estadounidenses Hillary Clinton y Donald Trump es preocupante a esta altura de la carrera por la Casa Blanca.
Según el sitio de encuestas Real Clear Politics, uno de los más fidedignos ya que contrapone encuestas nacionales realizadas por consultoras y medios de todo el país en todo el país, muestran una diferencia de apenas 2,7 puntos a favor de la ex secretaria de Estado de Barack Obama, una mujer moderada con un discurso conciliador.
Está por verse qué discurso adoptará Trump cuando comiencen los debates en setiembre y deba convencer, además de a sus seguidores, votantes ya cautivos, a otros estadounidenses menos partidarios del griterío, la polémica o las propuestas lanzadas a golpe de balde.
Lo cierto es que hasta ahora, Trump no da muestras de detenerse, y la inseguridad percibida como creciente no hace más que atizar su propio extremismo político, que un día lo lleva a proponer muros en la frontera con México y otro a querer prohibir el ingreso de musulmanes a EEUU, un país en el que la población de musulmanes, según un estudio del Pew Research Center de este año, asciendo a 3,3 millones de personas, prácticamente, la población de Uruguay.
En 2008, cuando se realizó la Convención Republicana que nominaría candidato a John McCain, recuerdo a los delegados republicanos y al equipo de campaña del ex militar y héroe de Vietnam preocupados por la anunciada visita de George W. Bush, entonces presidente, del que el aparato republicano quería tomar distancia al conocerse los exabruptos cometidos en Irak.
Ahora, parte de los republicanos quisieron recusar a Trump y no se les permitió hacerlo durante su Convención. Y el propio clan Bush decidió no apoyarlo, así de polémicas –y extremas, valga la redundancia– son las ideas de este hombre que podría convertirse en presidente de EEUU.
Todo este contexto lleva a la siguiente reflexión: Si un deseo queda para este año sangriento, es que la racionalidad termine primando, y que el extremismo terrorista no logre promover a las esferas más altas del poder mundial al extremismo político, que lucra con el oportunismo para presentarse como la opción salvadora.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 20.07.2016
Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Sus opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.