Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi
Faltan menos de cincuenta días para las elecciones, y hay un candidato que no puede hacer campaña desde hace varias semanas. Nadie escucha lo que tiene para decir sobre su programa, allí donde va lo reciben abucheos, insultos, pancartas hostiles y caceroleos, los alcaldes y los legisladores de su partido no muestran ninguna gana de verlo recorrer sus circunscripciones electorales, sus colaboradores renuncian y un día sí y otro también. El tema en los medios de comunicación no son sus propuestas sino sus desventuras.
Ese candidato en problemas se llama François Fillon, y hasta no hace mucho era el favorito indiscutido para ganar las elecciones presidenciales en Francia. Cierto es que en esta campaña electoral nada, o casi nada, se parece a lo que podía preverse cinco o seis meses atrás, cuando todo parecía encaminarse hacia una simple alternancia: la izquierda gobernante, impopular y desleída, iba a dejar su lugar a una derecha que volvía, vigorizada por una elección primaria exitosa, a tomar las riendas del Estado.
François Fillon, amplio ganador de esa primaria, con un programa radical y una reputación de hombre íntegro que contrastaba con el prontuario de algunos de sus rivales internos, era el almirante de un transatlántico conservador, liberal y católico llamado a atracar, sin demasiados sobresaltos, en el palacio del Elíseo el próximo 7 de mayo, después de una pequeña escala de confirmación en la primera vuelta del 23 de abril.
Hoy, el transatlántico hace agua, el almirante es un náufrago, parte de la tripulación se ha ido abalanzando sobre los botes salvavidas, pocos creen que la travesía pueda llegar, si no a buen puerto, al menos a alguna parte. Pánico a bordo. El favorito marca tercero en las encuestas, con lo cual no accedería siquiera a la segunda vuelta, y salvo un racimo de fidelísimos allegados, todos en sus propias filas creen que debería renunciar, la mayoría lo desea, y muchos lo reclaman públicamente.
Las consecuencias de este estado de cosas son impredecibles, tanto como la suerte del propio candidato, que hoy todavía lo es, pero mañana quizá ya no. La causa del derrumbe, en cambio, es conocida: un buen día se vino a saber que el hombre íntegro habría hecho remunerar a su esposa durante años por un trabajo ficticio de asistente parlamentaria, así como a dos de sus hijos durante períodos más breves, y que el total de los dineros públicos que habrían ido a parar a los bolsillos familiares por esa vía ronda la módica suma de 900.000 euros.
La defensa del candidato ha sido tan errática y calamitosa que lleva a suponer que no hay defensa posible, y el proceso judicial en curso parece encaminarse hacia una inculpación formal dentro de pocos días. El episodio, se dirá, es penoso por donde se lo mire, pero en realidad no todo es triste, solitario y final. En todo caso, hay, por definición, más luz que sombra: las corruptelas cada vez menos presuntas de François Fillon llegaron a conocerse. Las reveló, en sucesivas ediciones a partir del 25 de enero pasado, un semanario que sale los miércoles, con ocho páginas en formato sábana, que no tiene edición digital, y cuya diagramación no ha cambiado mucho desde su creación en 1915: el Canard enchaîné, literalmente, el “pato encadenado”.
Se suele decir, para referirse a este semanario, que es una publicación satírica. Como tal nació, efectivamente, pero a la vista está, y desde hace décadas ya, que es más que eso. Es también un lugar donde se encuentra información que solo aparece allí, por la que a menudo sus periodistas han recibido amenazas, y que proviene de fuentes que saben que la redacción las va a proteger hasta las últimas consecuencias. Es prensa independiente, en un país donde, como en tantos otros, la concentración de los medios en pocas manos empresariales es grande. El Canard enchaîné vende unos 500.000 ejemplares cada semana, no tiene publicidad y goza sin embargo de buena salud financiera. ¿Es un milagro? No, es una prueba de que se puede vivir exclusivamente de los lectores, siempre y cuando se les dé algo a cambio. Así da gusto ir al quiosco.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 06.03.2017
Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.