Foto: Armando Sartorotti
En Primera Persona
Por Emiliano Cotelo
Martes 17.09.2024, 08.10 hs
Aquella entrevista no fue una más. Ocurrió hace dos semanas, el martes 3 de este mes de setiembre. El testimonio de Gabriela Rodríguez, una joven uruguaya de 27 años que hoy juega en primera división del fútbol femenino catalán, resultó muy removedor.
Gabriela nació en la ciudad de Las Piedras, en un hogar extremadamente pobre, al frente del cual solo estaba su madre, y de niña la pasó muy, muy, mal junto a sus cinco hermanos, que muchas veces, llegada la noche, no tenían nada que comer; así de dura era la realidad con la que ella se encontraba cuando volvía a la casa después de pasar horas vendiendo productos de limpieza en la calle además de asistir a la escuela y tratar de estudiar; mientras tanto, jugaba al fútbol y se formaba de a poco en ese deporte, que, según contó en el reportaje, era el escape que le daba vida en medio de tantas limitaciones.
La historia de Gabrela tuvo un cruce de caminos cuando, llevada por sus hermanos mayores, ingresó al proyecto Minga que había creado poco antes el padre Mateo Méndez en esa ciudad de Canelones. Allí recibió la contención y el apoyo que necesitaba, entre otras cosas jugando al fútbol callejero mixto, donde con sus compañeros hacía catarsis, dejaba el alma y aprendía valores humanos. En Minga, además, la respaldaron para que pudiera completar el ciclo básico de Educación Secundaria dando exámenes libre. Había zafado de los peores infiernos de la calle.
Superada, con gran esfuerzo, aquella etapa, unos años después decidió emigrar a España, yendo en busca de su padre, a quien hacía mucho tiempo que no veía. Allá, trabajando en lo que fuera necesario, por ejemplo en servicio doméstico, retomó el fútbol, su gran salvación, y empezó a hacer carrera, hasta llegar hace pocos meses al Unio Esportiva Porqueres.
A principios de este mes de setiembre, con su vida mucho más ordenada y un futuro muy interesante en el fútbol catalán, Gabriela volvió por primera vez a Uruguay. No era un viaje de placer. Tenía que ocuparse de un asunto delicado. Pero igual se hizo tiempo para regresar a Minga, donde dio charlas y participó en la inauguración de la Escuela de Deportes.
Cuando me enteré de su presencia entre nosotros, la invité a En Perspectiva, para charlar con ella frente a los micrófonos y complementar las pinceladas que sobre su caso, tan meritorio, habíamos conocido en una entrevista anterior sobre el movimiento Minga, en la que charlamos con el padre Mateo y el educador John Díaz.
El diálogo en la radio con Gabriela, que vino acompañada por John, fue una caja de sorpresas, emociones e interpelaciones.
Yo no la conocía personalmente. Apenas pude conversar con ella unos minutos antes de salir al aire.
Sabía sí que el regreso de Gabriela por unos días se debía a una situación familiar complicada pero no imaginaba cuántos detalles querría contar de todo eso. Sin embargo, a los pocos minutos quedó claro que ella optaba por ser totalmente transparente: explicó que uno de sus hermanos estaba preso en el Comcar y luego describió con una crudeza imponente las pésimas condiciones de reclusión que ella misma pudo constatar durante una visita a esa prisión. Fue entonces cuando disparó una de sus frases más sentidas: “Yo sé que mi hermano se equivocó y cometió un delito, pero no por eso debe verse obligado a padecer esa situación indigna”:
– Eso es lo que más me duele... Mi hermano cuidaba coches para darme de comer, para llevar el plato de comida a mi casa cuando tenía 14 o 15 años. Hoy en día lo veo en una condición que me mata porque él la luchaba como yo.
– Cuándo decís que lo ves en una condición que te mata, ¿estás aludiendo a la cárcel?
– A la cárcel. Yo vine (a Uruguay) expresamente a eso. Después que entre al Comcar no me saco [de la memoria] las imágenes. ¿Cómo está permitido que personas que están cumpliendo una pena (esto no quita que ellos hayan hecho algo mal) estén viviendo peor que una rata. Yo veía ese día las ratas caminando al lado de mi hermano y sé que en general está peor todavía. Los dejan ahí para que se maten solos, y yo lo vi en la visit, de hecho, el domingo, ahí mismo, estando con él, por poco me clavan un cuchillazo de la nada...
– ¿Cómo que “por poco te clavan un cuchillazo”…?
– Sí, porque se armó un problema entre presos y estábamos todos encerrados con un candado y la policía afuera…empezaron ahí con lanzas y cosas raras. Es lo que no entiendo porque si a vos te hacen un control y te dicen que una caravana no se puede pasar (….)
Pero, claro, semejante franqueza no se procesa sin conscuencias. Ya a los pocos minutos del comienzo, cuando Gabriela exponía sobre las penurias que había pasado de chica con su familia, su madre y sus hermanos no pudo evitar las lágrimas y hasta el llanto. Eso, como ustedes se imaginarán, no es algo usual en una entrevista acá, En Perspectiva. Para mí, como entrevistador, ese momento implicó un desafío incómodo. Lo que estaba diciendo Gabriela era muy fuerte, periodísticamente muy valioso. Pero el llanto, que no cesaba al tiempo que ella se ingeniaba para seguir hablando, le agregaba un condimento demasiado crudo, al borde del sensacionalismo, sobre todo porque la nota no se emitía solo en radio sino también en video, así que el rostro de Gabriela, que en la cámara aparecía sonrojado y mojado en primer plano, se pasaba de los límites que solemos manejar. Eso me daba un poco de vergüenza como comunicador. Pero además, me aparecían otras dudas: ¿cómo debía manejar esa escena tan diferente a nuestros reportajes de todos los días? Yo tenía la piel erizada y estaba casi bloqueado. ¿Me limitaba a dejar que continuara hablando en medio del llanto? ¿Le pedía al operador que pusiera una pausa o eventualmente una tanda? Milagrosamente recordé que en mi mochila tenía pañuelos de papel, así que me incliné hacia un lado, busqué el paquetito, lo encontré y, sin interrumpir a la invitada, se lo alcancé.
Ese movimiento mínimo marcó un quiebre y, junto algún gesto que hizo John del otro lado de la mesa, permitió que aquel diálogo se fuera “normalizando”.
Lo importante es que aquellas confesiones tan atípicas de Gabriela y, sobre todo, la sustancia de su testimonio hicieron de aquella nota algo muy movilizador. Así quedó de manifiesto en los mensajes de los oyentes esa misma mañana. Y sobre todo quedó claro en las repercusiones concretas que fui conociendo a partir del día siguiente.
No siempre ocurre que quienes hacemos En Perspectiva nos enteremos de los ecos de nuestro trabajo: las cosas que pasan, allí afuera, a partir de una nota que hacemos. Me ha pasado de descubrir algunas de esas derivaciones recién años después y en una charla casual. En este caso me impresionó todo lo que me llegó en los primeros días. No voy a dar detalles porque no corresponde y porque quiero ser prudente a la espera de las concreciones. Pero suspiré aliviado cuando confirmé que aquel alegato de Gabriela, realizado por ella “a corazón abierto”, no había caído en saco roto: que su elocuencia había sacudido efectivamente a quienes la escuchaban y que a varias personas, empresas y organizaciones las había llevado a pasar a la acción con apoyos significativos al Movimiento Minga, la obra que encabeza el padre Mateo junto a su equipo. Confío además en que, aparte de los ejemplos concretos de los que yo fui informado, haya habido otros, más silenciosos: los de oyentes que individualmente hayan decidido hacer donaciones por una vez o en abonos mensuales a la Fundación Esperanza Joven, que es la que financia al Movimiento Minga.
Yo creo que es fundamental que aparezcan esas contribuciones, tanto en dinero, como en aporte de materiales o equipos y en trabajo voluntario.
¿Por qué?
Porque el desafío de la pobreza infantil y juvenil es una de las asignaturas pendientes más serias que tiene nuestro país. Y en el esfuerzo imprescindible para rescatar menores de la miseria o del crimen organizado no podemos limitarnos a reclamar que el Estado haga lo que debe hacer. Mientras eso se discute, el tiempo pasa y hay personas de carne y hueso que se caen al precipicio o zafan de él Todos, o muchos de nosotros, podemos poner nuestra cuota de trabajo o de dinero (por menor que sea) para achicar en algo, hoy mismo, esa herida.
Y yo creo que debemos hacerlo por esos niños y jóvenes que están en riesgo… pero también debemos hacerlo por aquellas personas y organizaciones que, como el movimiento Minga, se sensibilizan por su entorno, entienden que no se puede seguir esperando, “se tiran al agua” y hacen algo, aunque solo cuenten con recursos mínimos, pero confiados en sus valores y su determinación. Piensen en esto: también es importante que ellos, que llevan adelante esa tarea heroica pese a las limitaciones, comprueben que no están solos, que hay una parte de la sociedad que valora su trabajo y está dispuesta a ponerle el hombro.
En nuestra página web están las vías de comunicación de Minga y la Fundación Esperanza Joven para que ustedes pueden contactarse y ofrecer la contribución que estén en condiciones de efectuar, la que sea.
Pero no quiero acotar mi apelación a esta institución en particular. Hay, afortunadamente, muchas otras, a lo largo del territorio nacional, religiosas y laicas, que llevan adelante gestiones admirables para atender esas realidades sociales vergonzosas que arrastramos año a año en nuestro país.
Mi modesta sugerencia es que cada uno de nosotros busque la que tenga más cerca o la que más le simpatice, pero que sume su empujón.
Ojalá que de esta campaña electoral que estamos recorriendo surjan políticas sociales efectivas del Estado, no burocráticas y dotadas del presupuesto adecuado. Pero en esas líneas de trabajo no todo estará a cargo de agencias públicas: también las iniciativas de la sociedad civil tienen un papel relevante a cumplir, porque varias ya lo hacen vía convenios pero sobre todo porque una parte de ellas, como Minga, ya han demostrado, en la cancha y durante varios años, que sus métodos no son solo buenas ideas: son eficientes y producen resultados tangibles. A ellas hay que sostenerlas ahora, a la espera de otras decisiones de fondo. Y cada uno de nosotros puede hacer la diferencia en esa dirección.
// Por Emiliano Cotelo
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Para conocer más acerca del Movimiento Minga: fundacionesperanzajoven.org/recorriendo-el-proyecto-minga-salesianos/
Facebook de proyecto Minga: Proyecto Minga
Pueden contactarse con la Fundación Esperanza Joven, de la que es parte el Movimiento Minga, a través del número: 099 776 034
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