Por Emiliano Cotelo ///
Conocí al doctor Jorge Batlle en 1983, en mis primeras incursiones en el periodismo, cuando yo trabajaba en CX 30, todavía en dictadura. Recuerdo cómo me costaba, desde mi condición de novato, lidiar con el estilo avasallante e imprevisible de aquel hombre que, por otra parte, ya era una leyenda de la política nacional.
Dos años después ocurrió una episodio muy revelador de aquellos “tira y afloje”. Fue un descuido mío, que él aprovechó para divertirse y descolocarme, y que a mí me enseñó mucho más que cualquier libro o escuela de periodismo.
Ya existía En Perspectiva en Emisora del Palacio. Junto a mi colega Enrique Alonso nos disponíamos a entrevistar en estudios a quien había asumido su banca en la Cámara Alta apenas unos meses antes, cuando se reinstaló el Parlamento, con el regreso a la democracia. Me tocó abrir la nota y entonces dije: “Recibimos esta mañana al doctor Jorge Batlle, senador de la lista 15 del Partido Colorado …”. No pude seguir. El invitado me cortó alzando la voz y replicó: “¡Momentito! Yo soy senador de la República. Y, además, no fui electo por la lista 15”.
Alonso y yo quedamos congelados, por la sorpresa y porque en realidad no podíamos siquiera discutir lo que había acotado Batlle. Es que –enseguida nos dimos cuenta- tenía razón. Fue él quien rompió el silencio y nos explicó: "Está claro que yo pertenezco a Unidad y Reforma, que en Montevideo vota con la lista 15, pero, por ejemplo, en Rivera la lista 15 es del Partido Nacional".
Para mí, más allá del “papelón”, fue una experiencia interesante y útil.
Primero porque dejó bien definida una de las facetas de la personalidad de Batlle, esa táctica de jugador de fútbol que a los 15 segundos del partido mete una patada bien fuerte al rival más peligroso para dejarlo achicado de ahí en adelante. En esa ocasión logró justamente eso: en los minutos siguientes yo anduve a los tumbos y se me hizo cuesta arriba recobrar mi lugar en el reportaje. En el futuro tendría que pertrecharme mejor para no dejarle esas oportunidades servidas en bandeja. Pero además debería aprender a recomponerme rápido de un resbalón de ese tipo, frente a aquel u otros entrevistados.
Y, por otra parte, aquel choque fue importante por la precisión informativa que había dejado: Yo estaba diciendo con total soltura que Batlle era un senador de la lista 15, cuando él, como todos los senadores, era un senador de la República. Ese término es el correcto. En todo caso yo podía indicar que él había sido electo por Unidad y Reforma, pero Unidad y Reforma no era igual a la lista 15. Me traicionó la cabeza montevideana.
Más allá de la anécdota, la corrección que Batlle me hizo al aire aquel día fue un buen llamador de atención para que, de allí en adelante, yo estuviera alerta ante esas fórmulas rutinarias que, a veces, en los medios de comunicación tenemos tendencia a repetir sin haber pensando mínimamente qué significan y si son adecuadas o no.
Otro Batlle
Por supuesto que después de aquel “desencuentro” volví a encontrarme con Jorge Batlle frente al micrófono en cantidad de ocasiones y la relación profesional entre ambos fue madurando.
De todos modos, jamás hubiera imaginado que alguna vez íbamos a tener una conversación como aquella que se dio en el invierno de 2002
Eran las 8 y media de la noche de un día de semana. Yo me disponía a cenar cuando sonó el teléfono de mi casa. Levanté el tubo y del otro lado una voz desconocida me dijo:
—“Señor Cotelo, le hablo de Casa de Gobierno. El presidente Batlle quiere comunicarse con usted. ¿Puede atenderlo?”.
—“Claro, por supuesto”, atiné a responder yo, totalmente desconcertado. Pocas veces me había ocurrido que un presidente de la República me llamara a mí. Lo común era que la comunicación fuera en sentido contrario.
Esa situación inusual se inscribía en una época extremadamente inusual: se había desatado una crisis de una gravedad pocas veces vista en la historia uruguaya. Desde el 30 de julio estaba vigente el feriado bancario y el Gobierno trabajaba a marcha forzada en procura de una salida –que, entre otras cosas, requería mucho dinero–, para que la reapertura del sistema financiero no se demorara más de lo anunciado. Además de la obvia incertidumbre que atravesaban los ahorristas de las instituciones más comprometidas, en realidad toda la actividad local se veía resentida ya que, debido a la prolongación del cierre de los bancos, la cadena de pagos se encontraba al borde del colapso. En el Parlamento se negociaban las leyes especiales que la coyuntura exigía, y el oficialismo era optimista porque ya contaba con el apoyo del Partido Nacional, y el Frente Amplio, aunque no votaba, optaba por un perfil opositor suave, al tiempo que utilizaba su influencia en los sindicatos para moderar la tensión social. Mientras, el Poder Ejecutivo y el Banco Central cumplían jornadas de trabajo extenuantes, encabezadas por el propio Batlle y el ministro Alejandro Atchugarry, pendientes de lo que ocurría dentro del país pero, sobre todo, de las noticias que llegaban de Washington, donde una delegación liderada por Carlos Sténeri e Isaac Alfie desarrollaba las tratativas con los organismos internacionales y el Gobierno de EEUU. Allá las cosas no iban nada bien: El Fondo Monetario Internacional (FMI) se negaba a liberar el dinero imprescindible para evitar la debacle. Esos recursos recién terminarían llegando a último momento, y cuando las esperanzas casi se habían perdido, de la mano del presidente George W. Bush que en pocos horas dio el visto bueno a la solución “a la uruguaya”, decidió volcar en esa dirección la posición del FMI y, a la espera de la resolución correspondiente, concedió un préstamo “puente” de US$ 1.500 millones (la primera parte de un “paquete” de US$ 3.800 millones que aportarían el FMI, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo) que permitió que los mostradores de los bancos volvieran a recibir a sus clientes el lunes 5 de agosto…
Pero ese desenlace no se avizoraba todavía aquella noche en que yo interrumpí mi cena familiar para atender la llamada del presidente.
“Cotelo, nosotros estamos haciendo las cosas bien, estamos haciendo lo que debemos hacer”, dijo Batlle. “Pero el Fondo no afloja y estamos en un brete del que, si no salimos, se viene todo abajo”.
Yo percibía la desesperación que se traslucía en aquella voz. Era clarísimo que el presidente estaba pasando por una situación de enorme presión. Yo lo escuchaba y no sabía qué decir. Igual que en aquella entrevista de Emisora del Palacio, me quedé helado, pero no por una embestida del Batlle-topadora, sino por un Batlle-acorralado, al borde del llanto en más de un momento, que se abría ante mi con una sinceridad insólita.
Él intentaba explicarme algo que yo sabía que era cierto a partir de las consultas que habíamos realizado con otras fuentes del Gobierno. Estaba diseñándose un proyecto serio, que tenía buenas posibilidades de éxito: la creación de un fondo de estabilización del sistema financiero, la suspensión del Banco Montevideo, el Banco Comercial y el Banco de Crédito, la reapertura de los demás bancos privados y la reprogramación de los depósitos del Banco República y el Banco Hipotecario, pero con un cronograma muy razonable y exceptuando a las colocaciones de menor monto. El FMI, sin embargo, presionaba para que se tomara rápidamente una actitud similar a la Argentina: corralito indiscriminado.
Mientras Batlle describía los esfuerzos de su gobierno por convencer al FMI de que no había que llegar a ese extremo, yo entendía que, implícitamente, él me pedía apoyo para que desde
Me costó mucho dormirme aquella noche.
Un servidor público con mayúscula
Yo conté esta historia en el libro que escribimos con Carina Novarese en ocasión de los 25 años de
A veces las notas con él salían bien y otras transcurrían “a las patadas”. Tuve muchas coincidencias con sus posturas y también cantidad de diferencias. Pero lo vi siempre comprometido con el país. Y me resultó admirable su pasión por aprender permanentemente de la historia mientras se las ingeniaba por estar al día con las nuevas tendencias, en especial del exterior, peleando contra las visiones más enanas y pueblerinas, y obsesionado, sobre todo, por debatir a propósito del futuro de nuestro país y de las generaciones que vendrían. Disfrutaba de las posibilidades que ahora ofrece internet, pero su conocimiento iba más allá de las noticias facilongas que todos comentan en base a Twitter; era culto en serio y un lector pertinaz de libros y documentos, al tiempo que recorría el Uruguay palmo a palmo, averiguando, preguntando y charlando con quien se le pusiera delante.
En varias ocasiones me fastidié por sus reacciones en el mano a mano. Pero, sin duda, aprendí mucho con él, como periodista y como ciudadano. Tenía sus arranques soberbios y caprichosos, aunque también, con toda naturalidad, se mostraba llano y emotivo. Fue un gran agitador intelectual. Le encantaba esgrimir ideas minoritarias y desafiantes. Desde esa posición se las ingeniaba para conmover a sus oyentes pero también sacudía los esquemas de los periodistas que oficiábamos de nexo entre él y la gente.
Para mí fue un privilegio haber estado tantas veces frente a frente con un protagonista indiscutido de la historia uruguaya de los últimos 70 años. Por eso me hice un tiempo el martes de tarde para llegar hasta el Cementerio Central a acompañar su sepelio, como tantos otros compatriotas, de edades muy diferentes, colorados pero también de otros partidos, que aquel día quisieron darle el último adiós a quien fue un servidor público con mayúscula.
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Emitido en el espacio En Primera Persona de En Perspectiva, viernes 28.10.2016, hora 08.05
(*) Nota: El título de este editorial está tomado del libro de Carlos Manini Ríos, Anoche me llamó Batlle, editado en 1970 y centrado en la vida política uruguaya en el período 1911 y 1918, incluida la segunda presidencia de José Batlle y Ordóñez.