Editorial

Entre el 18 y el 20 de mayo

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Por Emiliano Cotelo ///

La semana pasada me quedé pensando: ¡Están demasiado cerca el 18 de mayo y el 20 de mayo!

Dos días de diferencia es poco e incómodo para todas las conmemoraciones tan sensibles que están en juego.

El 18 de mayo es aniversario de la Batalla de Las Piedras. Aunque, en realidad, eso es lo que menos figura en la agenda pública; casi ha desaparecido de la atención. Ocurre que, al mismo tiempo, y a raíz de aquella histórica victoria artiguista, el 18 de mayo es también el Día del Ejército. Y, por otro lado, en la esquina de Avenida Italia y Abacú se recuerda un hecho de 1972: la muerte de cuatro soldados que fueron ejecutados por el MLN Tupamaros mientras custodiaban la casa del entonces inspector general del Ejército, Florencio Gravina.

Dos días después, el 20 de mayo, se evoca los asesinatos ocurridos en Buenos Aires en 1976 de los ex parlamentarios Héctor Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini, y los militantes tupamaros Rosario Barredo y William Whitelaw; pero además esa fecha fue elegida luego para desarrollar la Marcha del silencio, en la que se reclama por el destino de los detenidos desaparecidos durante la dictadura.

Cada año en esas 72 horas horas pasamos por un ritual agrio, de dichos y réplicas pautados por la incomprensión, y con el pasado reciente como telón de fondo. Yo creo que a la sociedad uruguaya no le hacen bien esas polémicas. Aunque algunos de ustedes me responderán que esta rutina anual no es otra cosa que el reflejo de la realidad. De algún modo, gracias a la proximidad de esas dos fechas, queda de manifiesto todo lo que todavía nos falta para poder superar los hechos dolorosos que nuestro país vivió en los años 60 y 70. Y que eso hay que asumirlo. Puede ser.

Pero para mí resulta muy fuerte la sensación de que estamos dando vueltas a la noria.

Por eso, pregunto: ¿La semana pasada fue “más de lo mismo” o marcó algún avance con respecto a años anteriores?

Tuvimos una buena cuota de lo que podríamos llamar “más de lo mismo”. Y allí el protagonismo se lo llevó el ministro de Defensa Nacional, Eleuterio Fernández Huidobro (EFH). Esta vez no fue el discurso del comandante en jefe del Ejército, Guido Manini Ríos, el que echó leña al fuego, sino lo que Fernández Huidobro declaró después a la prensa tratando de apoyar alguna de los planteos del general Manini. Claro que no es la primera vez que EFH se va de pista con su lenguaje, en particular en estos temas, donde parece que le gusta provocar a, y pelearse con, buena parte de la izquierda y organizaciones defensoras de los derechos humanos que hace tiempo lo acusan de obstaculizar las indagatorias que dependen de su cartera. Puede ser que en el fondo de lo que dice el ministro tenga razón. Hay personas y organizaciones que insisten en la estigmatización de las Fuerzas Armadas al barrer. Pero cuesta entender por qué elige siempre esa forma de expresarse, tan chocante. Y, teniendo en cuenta esas salidas hirientes (que ha asumido también en el pasado con otros actores, por ejemplo dirigentes y partidos de la oposición), cabe preguntarse por qué Tabaré Vázquez lo confirmó en el cargo que viene ocupando desde el gobierno anterior y sigue manteniéndolo hoy en su gabinete. Hay quienes interpretan que a Vázquez le sirve, sobre todo, la buena relación que EFH tiene con los militares.

Afortunadamente, la semana no tuvo solo declaraciones tronituantes. En el otro plano, el de los avances, hubo un par de noticias.

El presidente Vázquez emitió el decreto que crea la Comisión por Verdad y Justicia, con lo cual cabe esperar que haya un nuevo impulso en la búsqueda de los restos de los desaparecidos. Hay demasiadas familias que, 30 años después de la dictadura, siguen sin tener una tumba a donde llevar una flor a sus seres queridos, más de 180, que fueron secuestrados, ajusticiados y enterrados de manera secreta y vergonzante.

Ojalá ese empuje renovado logre sortear los pactos de silencio que aún se mantienen tan insensibles.

Es, sin embargo, una pena que el texto del decreto haya abierto una nueva división, en este caso entre el oficialismo y la oposición, al situar el comienzo de la indagatoria en el año 1968, cuando Jorge Pacheco Areco decretó por primera vez las medidas prontas de seguridad. Quizás esa fecha era necesaria. Pero, para mí, Vázquez debió haber cuidado ese aspecto, consultándolo de manera más abierta y plural.

Y el otro avance – me parece- fue que el acto de Avenida Italia y Abacú terminó de tomar forma como un acto institucional y oficial, dejando atrás sus orígenes, cuando era convocado solamente por militares retirados y políticos afines. Este nuevo camino se había abierto al promediar la administración Mujica pero en este año resultó nítido, ya que el comandante Manini Ríos dio la orden de que los oficiales del Ejército en actividad asistieran obligatoriamente y vistiendo uniforme. De esta manera no sólo se licúa el peso de los militares retirados con sus posiciones más radicalizadas, sino que, por sobre todas las cosas, el Estado, a través del gobierno (en este caso, además, frenteamplista) homenajea a aquellos efectivos de las Fuerzas Armadas –gente muy humilde, además- asesinados mientras cumplían con su deber a las órdenes de un gobierno electo por el pueblo. Sería bueno que, en esta misma línea, Vázquez reeditara el intento fallido de su primera presidencia, cuando propuso un proyecto de ley que indemnizaba a los herederos de todas las víctimas de la violencia que asoló a nuestro país en aquellas décadas oscuras: por un lado, soldados, policías y civiles fallecidos en el enfrentamiento armado con la guerrilla, y por otro las personas desaparecidas durante la dictadura. Diez años después, ¿el Frente Amplio seguirá rechazando esa posibilidad?

Por último, la semana pasada fue saludable comprobar que la Marcha del Silencio volvió a desarrollarse pacíficamente, sin ningún tipo de incidentes, manteniendo la tradición de expresión de dolor, solidaridad y madurez. Me impresionó, también, el volumen de la multitud –tal vez una respuesta a Fernández Huidobro- que, además, no estuvo compuesta por una masa envejecida, como algunos podían esperar, sino, por el contrario, reforzada por miles de jóvenes, lo que da una señal clara de la vigencia y el vigor del reclamo. Estas Marchas del Silencio son una manifestación imponente que conmueve a cualquiera que las vea pasar.

 

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