Editorial

Esperando la carroza

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Por Rafael Mandressi ///
@RMandressi

En su conferencia del 17 de julio pasado en el salón azul de la Intendencia municipal de Montevideo, Noam Chomsky alertó acerca de las dos principales amenazas que a su juicio se ciernen sobre la humanidad, poniendo en entredicho su supervivencia a corto o mediano plazo: el desarrollo y el uso eventual de armas nucleares, y los profundos desarreglos ambientales provocados por la actividad humana. Según Chomsky, ambas amenazas están vinculadas, y tienen incluso una cronología común, ya que habrían surgido contemporáneamente tras el final de la Segunda Guerra Mundial.

Si bien está claro que la tecnología nuclear al servicio de propósitos bélicos irrumpe efectivamente en los años 1940, la datación del antropoceno, es decir de una presunta era geológica marcada por los impactos decisivos de la acción humana en los ecosistemas terrestres, no es unívoca: hay quienes sitúan sus inicios en el siglo XIX, de manera coincidente con la llamada “Revolución Industrial”, aunque también se ha sostenido que corresponde ubicarlos mucho más atrás en el tiempo, junto con el comienzo de la agricultura, por ejemplo, hace unos diez mil años.

Las dos amenazas, por otra parte, son de naturaleza diferente: el estallido de un conflicto nuclear se juega en tiempos relativamente cortos, depende de relaciones de fuerza y, en última instancia, de una decisión que lo desencadene. No es imposible, pero el equilibrio del horror y, por consiguiente, la certeza del suicidio que implicaría para quien lo desate abren la posibilidad de evitarlo. El camino hacia el colapso ambiental, en cambio, es un asunto de largo alcance e inmensamente más complejo, nada tiene que ver con una orden militar, y superado cierto umbral, el fenómeno se alimenta a sí mismo, se vuelve irreversible e insensible a todo cuanto se quiera o se pueda hacer para frenarlo.

En cualquier caso, la coexistencia de estas dos amenazas en las últimas décadas ha creado, de acuerdo a Chomsky, las condiciones para lo que llamó una “tormenta perfecta”, una catástrofe global capaz de arrasar con la especie. El reloj “del juicio final”, o del “apocalipsis”, creado en 1947 por el Boletín de científicos atómicos (Bulletin of Atomic Scientists) de la Universidad de Chicago para medir el riesgo de un cataclismo semejante según el minutero se acerque o se aleje de la medianoche, marca hoy que faltan dos minutos y medio, cuando hace poco más de seis meses – es decir antes de la asunción de mando de Donald Trump en Estados Unidos – daba treinta segundos más de plazo.

Más allá de la alusión a este reloj, cuyo nombre remite más a miedos bíblicos que a un pesimismo ilustrado, y más allá también del tono sombrío de su conferencia, Noam Chomsky no se presentó en Montevideo como un mensajero del desastre inexorable, no anunció el advenimiento inminente de una calamidad última, ni auguró el fin del mundo. No hizo pronósticos, sino que formuló advertencias ante una situación que, con buenos argumentos, considera extremadamente grave.

Se puede coincidir en cuanto a la gravedad de cierto estado de cosas, así como respecto de los procesos fundamentales que han conducido a él, y conviene por lo tanto incorporar esas advertencias, independientemente del estrechísimo margen de maniobra de que se dispone para incidir en el curso de los acontecimientos desde Uruguay. Probablemente uno de los méritos mayores de la conferencia de Chomsky en Montevideo haya sido, precisamente, su contribución a instalar un indispensable cambio de escala a la hora de percibir y pensar realidades para las cuales la escala uruguaya no es pertinente ni operativa, y solo sirve para sacudirse responsabilidades so pretexto de insignificancia o impotencia.

Tal vez haya que terminar aceptando al fin que Uruguay está en el mundo, que el ombligo no es un lugar seguro, y, más ampliamente, que hay asuntos para los que la única perspectiva admisible es rehabilitar el internacionalismo y practicarlo en serio. Quizá no sea suficiente, pero a estas alturas es lo único que puede ayudar a navegar en plena tormenta perfecta.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 24.07.2017

Sobre el autor
Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

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