Por Susana Mangana ///
Que nos enteremos por diarios internacionales que en Irán se permiten las operaciones de cambio de sexo debiera ser positivo y hasta motivo de alegría. No en vano el régimen dirigido por los ayatolá y la moral islámica se sigue percibiendo como riguroso y asfixiante para sus habitantes. Alrededor de 300 iraníes por año se acogen a un dictamen legal promulgado en 1983 por el ayatolá Jomeini, líder supremo de la Revolución Islámica, para llevar a cabo su transformación.
Sin embargo esta noticia publicada ahora a bombo y platillo en diarios internacionales provoca la reflexión instantánea sobre el tratamiento que recibe el colectivo gay y transexual en las sociedades musulmanas, donde se los sigue negando o estigmatizando, tildándolos de depravados morales.
Cierto es que este hecho no se produce sólo en países musulmanes pero no es difícil imaginar el calvario que padecen estas personas en países donde si el sexo ya es tabú, mucho más lo es un comportamiento que pueda inducir a desviaciones y prácticas inadmisibles para la moral islámica.
Irán sin duda aventaja en este sentido a otros países en su región, Arabia Saudí o Afganistán, donde los transexuales no podrían ni siquiera soñar con una operación. Allí homosexuales y lesbianas viven clandestinamente y cuidando la discreción pues la condena legal suele ser pena de muerte.
La inestabilidad política y económica en la que se sumieron muchos países árabes y musulmanes tras las revueltas populares iniciadas en 2011 no permite vislumbrar un panorama halagüeño para la defensa de los derechos del colectivo LGBT. Si al caos post revolucionario le sumamos el conservadurismo del Islam político no es ni siquiera viable plantear reivindicaciones para un colectivo invisible. Ahora bien, la ortodoxia religiosa no existe sólo en el mundo musulmán y así encontramos intolerancia y rechazo a este colectivo por parte de otras confesiones de fe en aquella región como más cerca de casa.
Aunque históricamente el colectivo gay ocultó su condición incluso en países supuestamente tolerantes con patrones de vida que incorporaban elementos culturales de Occidente como Marruecos o Egipto, hoy se aprecian tímidos pero valientes esfuerzos de algunas asociaciones y organizaciones locales de defensa de Derechos Humanos para visibilizar a este colectivo. En Líbano, tradicionalmente una isla en medio del rigor y la mordaza de Oriente Medio, existen ya grupos como Helem que defiende la homosexualidad y lanza campañas para recoger firmas o denunciar abusos policiales contra este colectivo.
Antes de la Primavera árabe Marruecos era el país que dentro del conjunto de naciones árabes y musulmanas reunía más condiciones para seguir avanzando en este tema. Sin embargo, el fantasma del fanatismo islámico así como la fragilidad económica y democrática del país atenta contra este objetivo.
En Israel Helem coordina acciones con Aswat una asociación que da voz a lesbianas palestinas e israelíes y con otras agrupaciones clandestinas en el Golfo Pérsico. Ser lesbiana en sociedades patriarcales parece algo más fácil porque paradójicamente no se censura de igual manera a mujeres que se muestran cercanas o cariñosas entre sí que a hombres que no honran su supuesta virilidad. En Yemen o Sudán se les condena a muerte mientras que en Egipto se les conceden penas de hasta un año de cárcel y los abogados y defensores de este colectivo topan con el rechazo frontal del régimen, rigurosamente militar todavía.
Contrario a lo que podamos pensar, la intolerancia al amor entre personas del mismo sexo no siempre fue tabú en el mundo musulmán. Abu Nuwas el poeta por excelencia de la poesía preislámica dedicó innumerables estrofas a describir los placeres del vino y los encuentros sexuales con sus amantes, siempre masculinos.
Las revueltas árabes echaron por tierra esfuerzos notables de literatos y figuras de la cultura en Marruecos o Líbano que se pronunciaron a favor de legalizar la homosexualidad y que estamparon su firma en campañas de sensibilización. En Jordania o Siria los crímenes de honor vigentes significan que es la propia familia la que toma justicia por mano propia. Por ello la fatua del ayatolá Jomeini representa un hito en el mundo islámico aunque el camino por recorrer sigue siendo largo y azaroso. Una de cal y otra de arena.