Por Gabriel Díaz ///
En los últimos años los griegos han sido testigos de la llegada de préstamos billonarios vestidos de planes salvadores, que nunca se tradujeron en mejoras sociales o económicas sino todo lo contrario. Resultaron devastadores. El desempleo afecta a un 25 % de los trabajadores y por lo menos 300.000 jóvenes abandonaron el país. Los servicios públicos básicos ya no soportan más recortes. ¿Pero qué fue lo que pasó?
No soy de los que piensan que todo pueblo tiene el gobierno que se merece. Definitivamente, no. Un pueblo puede equivocarse, claro que sí, muchas veces víctima de aparatos propagandísticos muy poderosos que maquillan la realidad y van a la caza de los votos sin escrúpulo alguno. Está claro que muchos miembros del partido socialista griego, Pasok, como del conservador Nueva Democracia, escogieron o aceptaron ese camino de la política manipuladora, corrupta y sinvergüenza que hundió a este país.
El propio Aristóteles dijo que la única verdad es la realidad. Y ahí están los resultados. Se rompieron décadas de bipartidismo y Alexis Tsipras tomó las riendas del gobierno en enero pasado, con promesas que se transformaron en una enorme responsabilidad: iniciar el camino hacia una salida sostenible de la crisis, sin pasarle la factura a los sectores sociales que depositaron en él su confianza. Naturalmente la honestidad del nuevo primer ministro jugó y juega un rol fundamental, pero no es suficiente, sobre todo cuando del otro lado están los socios europeos más poderosos.
Faltaba un cimbronazo y Tsipras lo dio; convocó un referéndum para que los ciudadanos definieran el rumbo a seguir, y lo definieron, en efecto, con una contundencia que nadie se esperaba. La mayoría de ustedes sabe lo que pasó después. Tsipras claudicó, aceptando el duro paquete de recortes sociales y subida de impuestos, exigidos a cambio de recibir el billonario préstamo. En ese momento los atenienses que conocí se quedaron en estado de shock, como nos quedamos todos cuando sufrimos una gran decepción o nos toman el pelo descaradamente.
Desde el gobierno dijeron que no había alternativa, cuando sus líderes llegaron al poder con la bandera del cambio que esta vapuleada sociedad necesita urgentemente. Pensemos un momento en un amigo que pierde el trabajo. En un familiar que cae en depresión porque no puede pagar la luz ni el alquiler. En los que se suicidan por la crisis. O que tenemos una enfermedad pero perdimos la seguridad social. Pensemos en las largas colas que se forman por un puesto de trabajo y un salario miserable. Pensemos en cuando no podemos dormir y hasta incluso dejamos de amar.
Con estas historias cotidianas uno se topa a cada rato en Atenas, una ciudad que a pesar de todo tiene una energía vital muy difícil de encontrar en otras capitales europeas. En este sentido, movidos por la necesidad de vivir o sobrevivir, los griegos han conformado redes de solidaridad por fuera de la política partidaria y de esa Europa tecnócrata y elitista. Se crearon clínicas donde trabajan médicos voluntarios y se entregan medicamentos sin costo; también mercados en los que los productores venden la verdura, la fruta o la carne a mitad de precio, o centros culturales que son auténticos refugios en estos tiempos tan críticos.
Es cierto que no todo está perdido. Tsipras tiene margen por ejemplo para luchar contra la corrupción y la evasión fiscal, sobre todo la de aquellos grandes evasores, griegos y extranjeros, intocables hasta ahora. Al común de los ciudadanos, a los Dimitris o a las Marías, no se les puede pedir más tiempo, ni paciencia, ni resistencia.