Editorial

La fiesta de la democracia

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Por Rafael Mandressi ///

Queda una semana. El lunes próximo, a esta misma hora y con seguridad desde la noche anterior, se estará examinando, por ejemplo, el mapa futuro de las dos cámaras del Poder Legislativo. Decimal más, decimal menos, se conocerá ya la composición del Senado de la República, aunque quizá todavía no por completo la de la Cámara de Representantes, a la espera de saber exactamente a quién corresponderá atribuir los restos, es decir, en esa expresión un tanto funeraria del sistema electoral uruguayo, aquellos votos que hayan quedado huérfanos de banca en una primera etapa.

También se sabrá, seguramente confirmando lo que todo el mundo supone, quiénes serán los dos candidatos presidenciales que seguirán en carrera hasta el 24 de noviembre. Habrá quedado claro, por último, cuántos electores sufragaron a favor de la reforma constitucional promovida con el objetivo de “vivir sin miedo”, según el eslogan grosero y engañoso con que se la ha propagandeado. De aprobarse esa reforma, quienes tenían miedo no solo seguirán teniéndolo, sino que se habrán sumado otros miedos o, mejor dicho, otras razones para tenerlos. Y habrá, por cierto, más miedo en algunos lugares que en otros, porque el miedo, como tantísimas otras cosas, no se distribuye parejo.

Como sea, atrás habrá quedado la segunda fase de una larga temporada electoral, se abrirá la tercera, y luego vendrá la cuarta, hasta el otoño de 2020, cuando el 10 de mayo se dirima la conducción de los gobiernos departamentales y municipales. Nuevas campañas se avecinan, primero para prolongar la que llega a su fin dentro de pocos días, y luego para introducir, se supone, asuntos locales en la discusión pública.

Exceptuados esos asuntos, poco de nuevo cabe esperar en los meses venideros respecto a lo ya dicho, ya escrito, ya ofrecido hasta ahora. Lo cual equivale, fundamentalmente, a resignarse a la misma intoxicación degustando el menú pobretón, insípido y lleno de grasa publicitaria que los protagonistas – personas, sectores y partidos – han puesto hasta ahora sobre la mesa, condimentado con abundante mugre plástica y cancioncitas de ocasión.

Es posible que esa resignación frente a un electroencefalograma chato busque apaciguarse diciéndose que siempre ha sido así, y que al fin y al cabo qué puede exigirse de una campaña electoral más que un puñado de lo que se ha dado en llamar “ideas-fuerza”, que ni son ideas ni tienen fuerza, traducidas las más de las veces en refunfuños perentorios o grandilocuencia sin carne, al estilo del consabido papel pintado empresarial de donde chorrea la prosa indigente de la “visión-misión”.

Así, si de visiones se trata, un buen día uno se entera de que el candidato Manini Ríos es un Artigas redivivo, enviado nada menos que por el mismísimo dios, cuyos designios, como se recordará, tienen fama de ser inescrutables. Haberlo sabido antes, caramba, habríamos comprendido mejor aquellas misas del ejército en la catedral, con comparecencia cardenalicia y todo. Con algo menos de visión, o por lo menos con una visión menos espectral, los candidatos Martínez y Lacalle, secundados por sus respectivos colaboradores, se dedican a controvertir en torno a una frase tan original como “hechos, y no palabras”, ignorando o fingiendo ignorar que las palabras, guste o no, son hechos.

Por ahí andan también las discusiones acerca de la apropiación, legítima o indebida según quien la evalúe, de algo llamado batllismo, es decir un muerto ilustre cuya versión prístina, sin embargo, supo tener una radicalidad y una audacia que nadie toma para sí, por más “pequeño país modelo” que se invoque. Ni que hablar de la socialdemocracia, en boca de muchos que por tal cosa parecen designar el taparrabo ideológico de un centrismo descafeinado y omiten, siempre y cuando lo sepan, que allí donde existieron realmente, en Europa del norte, los partidos socialdemócratas fueron, qué horror, el brazo político de los sindicatos, conocidos por sus “desbordes” y con los que en modo alguno se debe gobernar, faltaba más.

Una campaña electoral es, se dice con el entusiasmo repetitivo de las frases hechas, una fiesta de la democracia. De ser así, a la democracia uruguaya se la están aguando en este 2019, ensuciándole el aire que respira con el humo espeso de una quema de residuos. Pero el problema principal no está allí, en realidad, sino en saber si uno se conforma con eso, y hasta qué punto. En otras palabras, si uno admite, mal que bien y según la fórmula consagrada, que eso nos representa.

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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, lunes 21.10.2019

Rafael Mandressi (Montevideo, 1966) es doctor en Filosofía por la Universidad de París VIII, historiador y escritor. Desde 2003 reside en París, donde es investigador en el Centro Nacional de Investigación Científica, director adjunto del Centro Alexandre-Koyré de historia de la ciencia y docente en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales. Es colaborador de En Perspectiva desde 1995.

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