Por Mauricio Rabuffetti ///
@maurirabuffetti
Los latinoamericanos tenemos la mala costumbre de acostumbrarnos. Y hablo de colectivamente acostumbrarnos, porque también es cierto que hay voces que se elevan para denunciar los consuetudinarios abusos de poder de algunos de nuestros gobernantes.
Estos últimos años han sido prolíficos en este tipo de casos, y los últimos días han mostrado hasta dónde la sensación de que el poder es perpetuo puede llevar a un dirigente político. También hemos comprobado, una vez más, la complicidad que puede darse entre gobiernos autoritarios y poderes judiciales sometidos.
La reaparición de la ex presidenta argentina Cristina Kirchner en la escena pública se produjo cuando la Justicia decidió que fuera indagada en el caso popularmente conocido como “la ruta del dinero K”. Ampliamente denunciado durante años por periodistas que fueron denostados por el gobierno kirchnerista y sus seguidores, el esquema de desvío de dineros públicos parece estarse confirmando ahora que los dirigentes del pasado Gobierno no tienen los mismos mecanismos de presión sobre la Justicia.
Fueron casi 13 años en la Casa Rosada y desde los discursos de la ahora ex presidenta al final de la campaña electoral hasta su forma de dejar el poder, sin querer tomar contacto con su sucesor legítimamente elegido, quedó claro el dolor que experimentaba por tener que dejar el sillón presidencial y ver cómo la continuidad que le dieron los argentinos llegaba a su fin. La Justicia podría dejar en evidencia si era un dolor genuino, o más bien preocupación por lo que pudiera aparecer cuando los hilos del poder quedaran en otras manos.
Casi al mismo tiempo, en el atribulado Brasil, el Partido de los Trabajadores de Luiz Inácio "Lula" da Silva lucha de todos los modos posibles por hacer que el Gobierno de Dilma Rousseff y el PT se mantenga en el poder. El mismo Lula que sorteó el “mensalão” es ahora quien defiende a una presidenta que no está acusada de corrupción sino de alterar cuentas públicas. Sobre Lula y sobre Rousseff flota en cambio la duda de si estaban al tanto de lo que ocurría en Petrobras y en su propio partido. A la luz de la magnitud de las maniobras, había que estar muy distraído para no percatarse.
Pero una vez más lo que cuenta es permanecer en el poder. Y para eso Lula, hábil negociador, ofrece lo que más tienta a los demás políticos: cargos. Cargos por votos en la cámara de diputados que permitan que su protegida se mantenga en el Palacio de Planalto, cueste lo que cueste.
La decisión del Tribunal Supremo de Justicia de Venezuela, que a pedido del presidente declaró inconstitucional una ley de amnistía y reconciliación elaborada por la oposición, que representa a la mayoría de los ciudadanos venezolanos, fue la última perla de este collar. El propio secretario general de la OEA, el ex canciller uruguayo Luis Almagro, un hombre de izquierda, se ha referido a los opositores encarcelados en Venezuela como “presos políticos” y ha abogado por su libertad.
Así estamos en América Latina. Con gobernantes aferrados al poder, que manejan a las instituciones en función de proyectos propios que de tanto en tanto legitiman con baños de multitudes. Por eso existe la reelección indefinida en Nicaragua o en Ecuador, por eso buscó la reelección indefinida Evo Morales aunque no la consiguió. La lista no distingue de banderas políticas y perfectamente pueden entrar el PRI en México o el peronismo con su multiplicidad ideológica en Argentina.
Uruguay tiene otra solidez institucional. Y las encuestas de los últimos días han dejado claro que a los uruguayos hay cosas que les disgustan. Por eso una mayoría de ciudadanos critica que el Frente Amplio importara modelos de respuesta a crisis políticas como la que desató el descubrimiento de que el vicepresidente de la República, Raúl Sendic, no puede dar fe del título académico que dice tener. La sola afirmación de que se producía en nuestro país un intento por debilitar la democracia, que con esfuerzo construimos, nos hizo ver en un espejo que los uruguayos no deseamos. Es de esperar que esa desafortunada postura del partido que gobierna no sea más que un desliz, y no el preludio de formas a las que no queremos, los uruguayos, acostumbrarnos.
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Emitido en el espacio Tiene la palabra de En Perspectiva, miércoles 13.04.2016
Sobre el autor
Mauricio Rabuffetti (1975) es periodista y columnista político. Es autor del libro José Mujica. La revolución tranquila, un ensayo publicado en 20 países. Es corresponsal de Agence France-Presse en Uruguay. Sus opiniones vertidas en este espacio son personales y no expresan la posición de los medios con los cuales colabora.